El dominican dream comienza por pasar del estado de supervivencia en el cual la mayoría de los dominicanos nacemos, al estado de bienestar en que un grupo pequeño nace. En esa empresa no encontramos con dos postulados. El primero es uno teórico que señala que todos somos iguales. El segundo y no menos importante, es un postulado fáctico que nos indica que el primero no es cierto.

Nos encontramos de frente con una situación que antes de comenzar a dar pasos para llegar al dominican dream, nos aleja de el, y es que no contamos con las mismas herramientas, mecanismos y oportunidades que otros para llegar a alcanzarlo.

Nos paramos en el inicio del camino tratando de divisar el final, pero nos damos cuenta  de que tal tarea es casi un poema. Sin embargo, decidimos transitarlo. Tenemos la obligación de hacerlo. Se nos dice que al final encontraremos algo llamado felicidad. Nos dicen que si trabajamos duro y somos sumisos la obtendremos. Casualmente los que nos dicen que la recompensa que está al final del camino son los mismos que nacieron en el estado de bienestar en el que inexplicablemente no nacimos nosotros.

Al principio del camino se advierte que el asfalto está en buenas condiciones. Pero, a medida que vamos recorriendo, paradójicamente, nos damos cuenta de que comienza a empeorar, cosa que no entendemos, pues se supone que cada paso nos acerca a la felicidad. Pero, decidimos seguir. Hay mucha gente en el camino, todos no pueden estar equivocados.

En el camino, el que transitamos desnudos y descalzos y que a medida que avanzamos nos va vistiendo, vemos que mientras más cosas conseguimos en ese camino, cosas que casualmente encontramos tiradas alrededor, sentimos que menos tenemos. Mientras lo de afuera se llena, lo de adentro se vacía. Y no entendemos porque.

Ese porque, nos hace cuestionar el camino, la forma en que lo transitamos y por que diablos lo hacemos. Pero, cada vez que nos cuestionamos, aparecen a caballo, los vigilantes del camino, los encargados de que las cosas sigan siendo como son. Estos nos dan otras cosas en que ocupar nuestra atención y así liberamos de nuestra preocupación. “Qué buenos son pensamos”.

Pero ocurre que en este viaje conocemos otros que cuestionan al igual que nosotros. Y eso nos preocupa más, porque nos damos cuenta de que no todo es como se nos dijo. Casualmente siempre que surge el deseo de cuestionar, aparecen nuevamente los vigilantes del camino y junto a ellos fuegos artificiales que nos llenan de asombro y júbilo. Nos entretienen bastante y nuevamente nos liberan de preocupación. Algunos de esos caminantes que cuestionaban canalizan su preocupación hacia los fuegos artificiales y dejan ya de hacerlo.

Pero seguimos transitando la ruta hacia la felicidad. En ese trayecto, nos damos cuenta de que de manera paralelo al camino que transitamos, existe otro. Uno que está muy bien asfaltado, la gente no va a pie, por el contrario, se mueven en carrozas elegantes que les permiten avanzar más rápido que nosotros, muchas de ellas haladas por personas que vimos en el camino que nos toco transitar. Allí vemos que esta gente, los del otro camino, tira cosas hacia el nuestro, casualmente las cosas que recogemos en el. “Qué buenos son decimos”.

Volvemos a nuestro camino, es el nuestro, el que nos tocó recorrer, aunque no sabemos por qué. Pero estando allí, vuelve, cual fantasma, el maldito deseo de seguir cuestionando. Y nos preguntamos por qué hay otro diferente a éste, por qué no todos transitamos el mismo camino. Y ahí comienzan los problemas.

Aparecen los atajos. Mucha gente que desea transitar el otro camino, se cruza hacia el utilizando veredas escabrosas, peligrosas, que en muchas ocasiones-en la mayoría- les cobra el honor, su nombre, la vida. Aparecen otros caminantes -la minoría- que deciden seguir transitando este y comienzan a buscar la forma de transformarlo de modo que todos, -los de este y los del otro- transitemos no ya por un camino, sino por una gran avenida. Y lo hacemos, recordando el primer postulado, pero teniendo en cuenta que el segundo tiene una importante relevancia practica frente al primero. Pero en esa reflexión,  nos damos cuenta que el segundo postulado dice lo que dice, porque un grupo así ha querido que sea. Pero seguimos e intentamos cambiar esa realidad.

Se nos pasa la vida transitando caminando hacia la recompensa prometida, se nos pasa la vida trabajando y el dominican dream, lo comenzamos a ver cada vez más lejos. Cosa que nos parece incomprensible pues se suponía que a medida que transitáramos este camino más cerca estaríamos del propósito de hacerlo: ser feliz.

Nuestro sistema nos presenta un sueño imposible. Un sueño cuya única forma de conseguirlo es cuestionando hasta la saciedad el origen del mismo, para luego reinventarlo. Un sueño que para lograrlo debe intervenir la mano del Estado para corregir las desigualdades originarias que impiden que la gran mayoría no pueda lograrlo. Un sueño construido y administrado por unos pocos que nos enseñan que las cosas son como son y que hay adaptarse a ellas: habrá pocos ricos, habrá muchos pobres, habrá poca gente feliz y mucha infeliz. El dominican dream está pendiente desde hace mucho. Hay una necesidad imperiosa de replantearlo, porque lo que tenemos, más que un sueño, es una gran pesadilla.