Toda persona es responsable de su conducta sin posibilidad de que usted ni nadie pueda disminuir el tamaño de esa responsabilidad ni anularla. Que alguien se haga el “chivo loco” frente a una acción cometida que le trajo alguna consecuencia desagradable o no esperada, no significa que su responsabilidad desapareció o se borró. Aquel hecho que le causó contrariedad a pesar de que no era, precisamente, una “contrariedad” o un “sinsabor” lo que buscaba sino placer, satisfacción fisiológica y emocional, siempre rondará en su vida porque frecuentemente las “contrariedades” originadas en medio de un contexto relacional con una mujer acarrean pesar y culpa que no pueden eludirse.
Uno de los graves problemas que minimizan a la sociedad dominicana, incluso que la agobian y hasta la hacen cómplice de una realidad degradante es el relativo a los miles de niños que vienen al mundo engendrados por miles de hombres fuera del matrimonio formal. No me refiero a los niños engendrados por hombres y mujeres que viven en una relación de pareja de hecho o concubinato; no, me refiero a los niños engendrados por hombres que están formalmente casados y que tienen familias más o menos estables con otras mujeres. Me refiero al niño nacido de una relación casual o amorío informal que mantiene Tomás (quien está casado con Carmen) con Micaela. No tocaré el asunto del hijo extramatrimonial de una mujer casada formal porque es un tabú en nuestra sociedad.
La visibilidad de esos hijos extramatrimoniales casi todos los hombres se empeñan en ocultarla y es tanto el esfuerzo hecho en lograrlo que con ello lo que hacen es darle popularidad lo que agrava el paso en falso que dieron.
Sin embargo, lo peor del afán de volver invisible a un hijo extramatrimonial lo constituye el hecho de que con esa actitud se intenta descargar la culpa del progenitor sobre la inocente criatura que “no puso una sola vela en ese entierro”. Tomás, el “novio” de Micaela, recrimina a ésta por no haberse “protegido” del embarazo y hasta la acusa de haberle preparado una emboscada, un gancho, en el cual el “pobrecito” cayó como un niño de teta, ‘eso dice él con su bocota’. En cambio ella, jimiquea, parece sentirse avergonzada y se defiende diciendo que Tomás tuvo la culpa porque ella le dijo que “dejara eso para otro día”, pero que él aguijoneado por el famoso dicho de los dominicanos de que “todas las mujeres dicen que no cuando quieren decir sí”, pues tanto la sobó, apretó y besuqueó que “casi sin darse cuenta dejó que el policía, “macana en mano”, la sedujera”.
En fin, ocurre el embarazo probablemente no deseado por la mujer pero que al calor de las ganas y un tipo que le atrae y que le está diciendo con la boca metida en el pabellón de la oreja derecha que ella es la mujer que “lo saca de quicio”, que ella es lo único que le hacía falta para sentirse bien y que Dios es tan bueno que se la puso en su camino, pues ¡qué caray, dijo ella, no hay por qué ser tan desconfiada, a lo mejor es verdad todo lo que él me está diciendo! Pero todo es un encanto hasta que ella lo pone al corriente del embarazo. Ahí empieza el viacrucis de él y de ella. El no quiere que su esposa e hijos adolescentes se enteren y ella no quiere que sus padres se enteren. Comienza la guerra cuando ella le pide apoyo económico para atender su embarazo. El duda que sea el verdadero padre y se lo dice. Ella se siente humillada y lo amenaza con contarle lo sucedido a la esposa de Tomás. Tomás se enfurece y hasta la amenaza de muerte o con romperle tres costillas.
Tomás, ante la amenaza de Micaela, cede un poco, la auxilia con los gastos médicos y las primeras latitas de leche. Talvez al mes es cuando conoce a “su hijo” por insistencia de la madre. Como ninguna mujer es boba, Micaela intenta llegar hasta la madre de Tomás para presentarle a su nieto y como casi todas las abuelas enloquecen con un nuevo nieto que nace, pues cuando Tomás visite su madre ésta le dirá sonriendo o muy seria que acaba de conocer a un hijo suyo. Y como Micaela la enterneció diciéndole que lo único que ella quiere es que Tomás reconozca a su hijo y la apoye con la crianza, pues lógicamente la abuela le dirá a su hijo que ese es un deber que él tiene que cumplir.
Pero luego, por más dinero que Tomás le suministre a Micaela y pague colegio y la manutención del niño, con toda probabilidad ella querrá más. Le exigirá que el niño debe ser inscrito en un colegio de la misma categoría o en el mismo colegio de sus hijos nucleares porque el de ella no es menos hijo que los otros. Si lo lleva a la Fiscalía por violación al Código del Menor, ahí “la puerca retuerce el rabo” porque la ley 136 es clara: Todos los hijos biológicos son iguales entre sí ante la atención que demanden del padre. Ya a Micaela no la para nadie exigiéndole a Tomás por más que él le dé. Pues como dijera un gran jefe de la mafia siciliana: “El ser humano no agradece lo que ya le dieron, sino lo que falta que le den.” Por lo tanto, evítese amarguras, no tiente al diablo arriesgándose a procrear un hijo extramatrimonial. Tampoco se deje tentar del diablo al seducir una amiguita que está buenísima pero que a su vez es demasiado fértil.
Ahora, amable lector, centre su atención en esta coplita del decimero de Altamira, Puerto Plata, Manuel Titica (1894-1966).
No culpemo a la bragueta
Por un hijo mal habido,
Culpe uté a la falta e juicio
El que ahora eté jodido