El filósofo y poeta Mármol, por el contrario, considera que vivir es arriesgarse. Se forja desde lo antifrágil frente a lo frágil de la posmodernidad, identidad y poder digital que cubre el cibermundo, como permanente fluido y de “esperanza difusa, (…) identidades ambiguas, fugaces y precarias”.
El autor se revoletea en lo antifrágil, en el encanto y desencanto del juego de las identidades, que son como las arenas finas del mar, que se nos escapan entre los dedos de las manos, contrario a lo identitario, que es como la roca maciza, que lastima nuestras manos si la apretamos de manera intensa.
Esta visión de las identidades que cabalgan en la incertidumbre, en lo perplejo y lo transido es totalmente diferente a lo identitario, que se vive en lo fluido de una posmodernidad que, para Mármol, deviene en “sinónimo de desmantelamiento del orden tradicional y perpetuo reinicio de un orden nuevo, pero nunca fijo; fronteras desplazadas, individuos parias o apátridas, seguridad anclada a la vulnerabilidad y el riego a perder la libertad (pp.103-105).
Por eso nos dice: «El primer gran error de esas formas de control posmoderna es el de creer que la identificación de la persona es lo mismo que identidad. La identificación se refiere a aspectos ubicables, contables, paradigmáticos o únicos en términos de corporalidad (huellas, iris, ADN…)», todo lo contrario al sujeto de la identidad, como accionar, como actividad articulada al lenguaje, al discurso. Continúa diciendo el autor: «La identidad es un proceso individual y social mediante la cual la subjetividad actúa con vistas a producir un sentido, que no viene dado ni se reduce al lugar social que se ocupa». Por lo que «ser uno mismo, constituirse a sí mismo exige al individuo un trabajo psíquico de enorme complejidad e intensidad». (pp.106-107).
En esas paradojas de las identidades es en las que piensa Mármol y en las que va meciéndose, en un ir y venir de crítica al desencanto y al encanto, a la expulsión de lo distinto, al infierno de lo igual con que el poder virtual pretende controlar la vida, la cual no puede huir del cibermundo, pero que hay que atreverse a pensar para buscar opciones dentro de ese mismo mundo, para no dejar que se reduzca a datos o mera información.
Es por eso que invito al filósofo a abordar el cibermundo en que vivimos a partir de la relación del sujeto cibernético con el poder, la sociedad y la cultura en el ámbito de la complejidad, de lo múltiple, contradictorio, con relación al abordaje de las redes sociales, al ciberespacio, que no dejan de tener su crítica, su desencanto, tal como bien él los trabaja, pero estas no se detienen ahí, ya que no se puede reducir a las ciberadicciones y al slakctivismo solitario, que presenta una especie de sujeto cibernético vago, que no se mueve de un sillón, reduciendo todo a un clic en el entorno virtual y que desprecia al slakctivismo solidario (García Estévez 2017), que es un tipo de sujeto que hace contribuciones económicas o de otra índole a favor de causas de valor humano. Pero que, además, en los entramados del cibermundo existe el ciberactivismo, que es el sujeto cibernético que se conoce y reconoce de manera crítica como parte del ciberespacio y el cibermundo. El hacktivismo es más puntual en términos de su estrategia política y sus acciones son muy específicas, porque posee profundo conocimiento de la cibercultura del hacking y de las profundidades del ciberespacio (escribe críticamente sobre ellas) y sabe luchar por los derechos humanos, el cambio climático y la justicia social en ese mundo cibernético.
Para Dahlgren (2012, p.62) el papel del ciberactivismo y hacktivismo en redes cobra importancia: «Especialmente, cuando los jóvenes empiezan a interesarse por la política, el entorno de la red ocupa una posición primordial. Al mismo tiempo, se necesitan enlaces entre las experiencias en la red y fuera de la red (…)».
Es por eso que pensar el sistema cibermundo no es quedarse en la tecnología, en la pantalla digital, en internet y una filosofía de la ciberfobia, de repetir a la escuela de Frankfort y otras corrientes de pensamiento de la primera década del siglo XXI, que piensan que estos dispositivos son sonajeros sin importancia y que por lo tanto no contribuyen a la profundización, a la meditación y al conocimiento crítico.
El sentido está en el discurso, elaborado por un sujeto sobre el cibermundo y dependiendo de este podemos decir si es un ciberadicto, un ciberactivista, un investigador, un ciberpolítico o un ciberfilósofo, como el caso de José Mármol,. que nos dice que el mundo de lo virtual cobra importancia siempre y cuando no nos olvidemos del real, de ese que va degradando la vida, como canta el poeta Jorge Manrique:
«Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir (…)»
En tal sentido, hay que ir más allá en el cibermundo, no reducirlo a infoxicación, a dispositivos tecnológico, a slacktivismo y a la ciberadicciones; porque de lo que se trata es de un sistema social, cultural, político, económico y educativo constituido de fibra de filosofía cibernética innovadora.
En este contexto, el autor nos invita a escudriñar las sombras de ideas, de pensamiento que brotan de su obra y la cual como tal nos invita a reflexionar sobre el filosofar innovador de estos tiempos, con la búsqueda de nuevos paradigmas de saber, de nuevos enfoques del conocimiento.
Situar el tipo de análisis del libro Posmodernidad, identidad y poder digital implicaría entrar en un modo de crítica de lo original e irrepetible, propios de lo virtual y lo real en la sociedad dominicana.
Este texto de Mármol es un aporte en cuanto discurso filosófico innovador, ético, literario y sociológico a la era del cibermundo. Nuestro autor deja huellas puntuales para la presente y futuras generaciones dominicanas, dada su condición de cibernavegante por los mares y océanos virtuales y de representación simbólica que es el ciberespacio.
16 de octubre 2019.