Los discursos tienen su futuro asegurado. Por un lado están algunos  que solo serán recordados dentro de un tiempo por sesudos analistas que expresarán pomposos "Duró una hora cuarenta y cinco minutos, exactamente igual al del año pasado". Hay otros que mantienen su vigencia “vía skype” mientras la mano de la justicia siga en los bolsillos de alguien.

Algunos discursos emocionan, otros hacen llorar –especialmente a quienes los escribieron- y están los que al minuto exacto en que fueron pronunciados, casi siempre con gracia, donaire y sentido del humor,  sabemos que trascenderán.

Pero cuidado, no es lo mismo ni es igual cualquier discurso ni cualquier emisor y tampoco nada tenemos contra los que dicen discursos olvidables porque ellos mismos lo son. Y ahora  recordemos los Discursos con D mayúscula, los perdurables, por ejemplo, así de memoria: “Trabajadores de mi patria….”, o el otro “Yo tengo un sueño…”, o “cuando se gana con la derecha, es la derecha la que gana”, o “los hombres del 14 de junio saben muy bien donde están las escarpadas montañas de Quisqueya”. Nadie se acuerda ni se pregunta cuánto duraron, pero todos sabemos de qué se trata y quien los pronunció.

En otras palabras: hay discursos que son en realidad ‘hileras de palabras’, en que de lo que se oyó lo que se debe destacar son los “números macroeconómicos”(sic). Eso que lo hagan los economistas. Cuando de palabras se trata me quedo con Neruda: "¿Qué prefiere usted, la poesía o la política? Y contestó el comunista universal: ¡¡Prefiero el amor!!"

Así se habla. Pero todo esto viene al caso para recordar un discurso que debiera estar en todas las escuelas de leyes, antes que sus estudiantes se transformen en expertos constitucionales: el del doctor Julio César Strassera, fallecido el pasado 27 de febrero en la ciudad de Buenos Aires y que fue el fiscal acusador de los miembros de las juntas militares argentinas,  quien concluyó su alegato con el inolvidable: “Señores jueces, nunca más” ante los criminales y con un público incapaz de contenerse en la sala de audiencias.

Strassera en ese juicio no sintió jamás estar ante la alternativa de vivir de rodillas, ésa es la de los cobardes o de los que quieren cámaras. Para esa fecha -1985- no podíamos dejar de conmovernos. Desde Nuremberg no se veía un castigo tan claro al terrorismo de Estado y quedaban en el lado del oprobio los que argumentan que hay que olvidar odiosidades del pasado y otros recursos retorcidos de tinterillos pagados (y hasta mal pagados).

Recordar a Strassera y su discurso treinta años después nos recuerda cuánto significó para nuestra generación cuando dejó establecido que la verdad y la justicia es posible y que el castigo a los criminales es condición para la democracia, la reconciliación y el perdón.

"En la Argentina, todos estábamos en libertad condicional", decía Strassera en su discurso, y continuaba: "La ferocidad y la mentira son las dos notas del sistema de represión que los acusados implantaron durante años en la Argentina. Por eso hoy se hace necesario averiguar la verdad y juzgar a todos los que hayan violado la ley; en particular a los poderosos, a los máximos responsables, esta es la única forma de restablecer la vigencia de la ley en la conciencia de la sociedad.”

Ese párrafo debe leerse cien veces para aprender cómo se combate la impunidad.

"Enseñar a leer, dar catequesis, pedir la instauración del boleto escolar o atender un dispensario, podían ser acciones peligrosas. Todo acto de solidaridad era sospechado de subversivo. (…) A partir de este juicio y esta condena el pueblo argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores en base a los cuales se constituyó la nación y su imagen internacional severamente dañada por los crímenes de la represión ilegal.

Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ‘Nunca más’”.

Julio César Strassera, no nos dejes descansar en paz.