Al levantarme un día de mañana me dirigí hasta la sala del apartamento dando pasos lentos y cansados; pues era muy temprano y literalmente acababa de despertar. Mientras caminaba al lugar, avanzaba por el pasillo central sin imaginar lo que presenciaría en tan solo unos segundos. Al llegar encontré, sorpresivamente, algo más que una docena de aves diseminadas por toda la sala, las cuales daban rápidos y pequeños saltos al movilizarse entre movimientos relampagueantes. Las escurridizas aves, tranquilas hasta el momento en que se percataron de mi presencia, se alborotaron al verme. Todas trataron de salir volando por el balcón, pero cada vez que lo intentaban chocaban con la puerta de cristal. Se golpeaban contra el vidrio de la puerta, caían y volvían a intentarlo: El resultado era el mismo.
Observé la escena por un tiempo más o menos corto, las vi tratando de escapar desesperadamente, pero no lo lograban. Fue entonces cuando decidí caminar hasta la puerta de cristal, la abrí y al siguiente intento las avecillas salieron volando, dispersándose en el aire. En ocho años que tenia viviendo en aquel apartamento jamás vi aves entrar a la casa y mucho menos cohabitando en ninguna parte de la vivienda. Nunca me expliqué las razones del fenómeno ni el motivo de la presencia de aquellos pajaritos. Sin embargo, del hecho aprendí una verdad insondable: El genio de un Dios necesario.
En uno de sus mandamientos Dios manda a no robar, sin embargo, si lo hacemos no solo estaremos afectado la paz social y la propiedad ajena, sino que el acto traerá consecuencias nefastas a nuestras vidas.
Para mí, la forma de Dios obrar siempre ha sido un enigma. Nunca he llegado a comprender las razones de muchas cosas que ocurren pero que a los ojos de todos constituyen injusticias. A menudo nos preguntamos el por qué de las cosas o por qué Dios permite la ocurrencia de ciertos hechos. Incluso a veces nos lanzamos a creer las conclusiones de interrogantes agnósticas que nos separan del señor, primando ahí el espíritu de aquel judío que, padeciendo la cruda realidad de los campos de concentración de la Alemania Nazi, llegó a decir que “si existe un dios tendrá que rogar por su perdón”. Al ver a las avecillas golpearse contra el cristal de la puerta una y otra vez entendí que somos como aquellas inocentes criaturas; solo podemos ver la posibilidad de un futuro mejor pero no percibimos, ni entendemos, la existencia de una barrera de cristal. Simplemente, nuestra visión no tiene esa capacidad, nuestra mente es finita y somos incapaces de comprender las misteriosas sendas de nuestra existencia. Nosotros, como aquellas aves, no entendemos el mecanismo de la puerta, no sabemos que la misma está fijada por un sistema de seguridad que debe desactivarse, luego abrirse y así preparar la salida hacia ese horizonte deseado. En ese momento y en medio del acontecimiento, todo aquello lo sabía yo, como solo Dios sabe el porqué de las cosas.
Dios es necesario para los hombres como punto de partida para definir y entender el origen y la procedencia de todo. Negar la existencia del Señor significa la renuncia de todo aquello que creemos correcto. Su supresión significaría descartar la única explicación razonable de “ese algo” que dio origen al cosmos, incluso a la vida misma. Al contemplar la creación y la cuidadosa perfección del mundo natural nos parece irracional que todo lo biológicamente existente haya surgido de la nada, o sea el producto de una explosión expansiva. Asumir esto ultimo es aceptar un criterio más ilógico que el reconocer la existencia de un Dios creador. Suprimir a Dios de nuestras vidas equivale también a renunciar al único esquema de valores que mantiene la convivencia armónica de los seres humanos. La voluntad de Dios se encuentra resumida en la Biblia, mas concretamente en sus mandamientos. Cumplir con ellos es obedecer la voluntad de Dios, pero la sociedad contemporánea parece haber declarado la guerra a dichos principios y ha renegado de todo valor bíblico circunscribiéndose a un esquema ético esencialmente humano.
En nombre de las corrientes vanguardistas se han asentado principios que desvaloran lo natural y desconocen todo sentido ético o moral. El relativismo filosófico nos hace creer que todo es equiparable y que no existe el concepto de lo bueno o malo sino el criterio particular con que se enjuicien las cosas. Si es así, no deben existir parámetros para juzgar el comportamiento social y por tanto las personas deben vivir conforme a sus propios valores motorizados por sus intrínsecos de deseos. A eso la sociedad de hoy llama diversidad, la cual debe ser respetada. Sin embargo, sería conveniente preguntarnos ¿Qué nos dice Dios a través de su palabra? Él nos enseña que todo lo visible y lo invisible es hechura de su ingenio, que todo lo que percibimos con nuestros sentidos es un reflejo de su creación la cual fue cimentada sobre principios perfectamente equilibrados, y que cualquier comportamiento que tienda a transgredir sus mandamientos constituye una afrenta a la perfección de su obra en detrimento de nosotros mismos.
En uno de sus mandamientos Dios manda a no robar, sin embargo, si lo hacemos no solo estaremos afectado la paz social y la propiedad ajena, sino que el acto traerá consecuencias nefastas a nuestras vidas. El señor también dictamina el no fornicar, no obstante, si inobservamos ese mandamiento estaríamos exponiéndonos no solo a una existencia de libertinaje, sino también a enfermedades que podrían dar al traste con nuestras propias vidas. Jesucristo nos remitió a los 10 mandamientos para su cumplimiento, adicionando el principio de amar a nuestro prójimo como si se tratara de nosotros mismos, sin embargo, no nos damos cuenta que la omisión a dicha norma constituye el origen de los homicidios, las guerras, el engaño y todo aquello que nos causa mal. En definitiva, Dios no puede ser suprimido de entre nosotros, Dios ha sido, es y siempre será importante para vivir una vida más plena, satisfactoria y apegada a los valores que nos conducen a la plenitud existencial.