Algunos tradicionalistas de la era analógica acusan al Twitter de deformar a las generaciones de la época digital acostumbrándolos a leer innumerables textos de muy pocas palabras. Esa acusación pierde peso teniendo en cuenta que mucho antes de internet hubo movimientos literarios de “minificción” con relatos brevísimos.
Tanto es así que en 1953 Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares publicaron una “Antología de cuentos breves y fantásticos” y en 1959 Augusto Monterroso publicó su glorioso microcuento “El dinosaurio” cuyas siete palabras constituyen según Lauro Zavala “Uno de los textos más estudiados, citados, glosados o parodiados en la historia de la palabra escrita”: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. La investigadora Laura Pollastri ha señalado: “Tal vez el único texto con extensión similar que ha recibido semejante atención ha sido…. la frase inaugural del Génesis en el Antiguo Testamento” 🙁 “En el principio fue el verbo”) si bien este último texto tiene una palabra menos que “El dinosaurio”.
Como si se tratara del Sermón del Viernes Santo, las siete palabras del cuento El dinosaurio superan la fama de su autor, Augusto Monterroso, nacido en Honduras, pero criado y formado en Guatemala, tierra de grandes joyas literarias. Basta con decir que allí los pobladores originarios nos legaron una gran obra de la literatura precolombina, el “Popol Vuh”. También allí Bernal Díaz del Castillo escribió su “Verdadera historia de la conquista de la Nueva España”. Monterroso, amigo y conciudadano de Miguel Ángel Asturias no logró el Premio Nobel, pero 3 años antes de su muerte, en 2000 fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Artes.
Mucho antes del exitoso “Parque Jurásico” mi generación se explayó cada semana con Trucutú, su novia Ulanita y su cabalgadura favorita, el dinosaurio Isaura. Súbitamente el microcuento “El dinosaurio” de Monterroso catapultó al estrellato esa especie zoológica que desapareció supuestamente por lluvias de meteoritos o por no adaptarse al cambio climático. Destacados autores comparten la doctrina de Monterroso: “Tres renglones tachados valen más que uno añadido” y también adoran al dinosaurio.
Pablo Urbaneja escribió un conocido microcuento con el mismo protagonista de Monterroso: “Cuando despertó suspiró aliviado: el dinosaurio ya no estaba allí”.
Marcelo Báez publicó la “Indigna continuación de un cuento de Monterroso”: “Y cuando despertó, el dinosaurio seguía allí. Rondaba tras la ventana tal como sucedía en el sueño. Ya había arrasado con toda la ciudad, menos con la casa del hombre que recién despertaba entre maravillado y asustado. ¿Cómo podía esa enorme bestia destruir el hogar de su creador, de la persona que le había dado una existencia concreta? La criatura no estaba conforme con la realidad en la que estaba, prefería su hábitat natural: las películas, las láminas de las enciclopedias, los museos… Prefería ese reino donde los demás contemplaban y él se dejaba estar, ser, soñar. Y cuando el dinosaurio despertó, el hombre ya no seguía allí”.
Irónicamente José de la Colina escribió: “La culta dama”: “Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado “El dinosaurio”. -Ah, es una delicia me respondió-, ya estoy leyéndolo”
El magistral Arreola escribió “Clausula III”: “Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre despierto con las costillas intactas”. Cerramos con “El emigrante”, de Luis Felipe Lomelí, muestra de “Literatura Bonsai”, de solo 4 palabras: “¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!”
Feliz Navidad