Siempre he tenido vacilaciones con la crítica tanto literaria como pictórica, pues creo que muchas veces los críticos imaginan cosas que los autores jamás pensaron, “corriendo el riesgo –como dice García Márquez en “El olor de la guayaba”- de decir grandes tonterías”.

Sin embargo acepto que la labor de los críticos sirve para decantar la maleza del tronco fuerte y de profundas raíces. Llegando incluso a crear, en los ensayos, obras maestras en sí mismas.

Esta ambigüedad me embarga cada vez que leo (o pienso) en “El Dinosaurio” de Augusto Monterroso y las críticas producidas sobre este (nano) cuento de apenas siete palabras:

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Al respecto, Mario Vargas Llosa dice de este cuento que quizás sea “el más corto (y uno de los mejores) del mundo”, dedicándole en su libro “Cartas a un joven novelista” (1997) un concienzudo análisis, estudiando a fondo su “punto de vista temporal” y afirmando que es un “perfecto relato (…) con un poder de persuasión imparable, por su concisión, efectismo, color, capacidad sugestiva y limpia factura”.

Es decir, a un cuento de apenas una línea Vargas Llosa le dedica casi cinco páginas de un libro, y más aún donde solo analiza un aspecto del cuento.

Y efectivamente se puede pensar muchas cosas de este “cuento”. El lugar de la acción, por ejemplo, es indefinido -puede ser un salón, un parque, una calle o una selva-, pero la sensación de “permanencia” del dinosaurio es evidente. Quizá no debió estar. Debió irse, esfumarse, extinguirse. Más, “todavía estaba allí”, en aquél incierto lugar.

Como éste dinosaurio en la política dominicana hay muchos especímenes de épocas pasadas que aún no se jubilan y pretenden estar siempre “allí”, a la vista de todos, en medio del salón y sin ceder un palmo de su terreno ganado por “los años en servicio”.

Son grandes saurios, algunos son herbívoros y no hacen tanto daño, quizá nunca tuvieron oportunidad de hacerlo.  Otros, en cambio, son carnívoros y dejan pocas cosas vivas a su paso.  Y ambos se niegan a ceder espacio en la selva política nacional a un grupo más joven, preferiblemente de menor tamaño, con nuevas ideas para adaptarse al entorno, que trabaje en equipo y que serían los lógicos sucesores de aquellos.

Los partidos nacionales están llenos de dinosaurios, tanto en su “dirigencia” como en sus “estructuras”. Que ha provocado, tanto por falta de visión como de adaptación, un alejamiento considerable con la ciudadanía a la cual pretenden dirigir.

Al respecto nuestros partidos políticos, como afirma Vargas Llosa, se van convirtiendo “en juntas de notables o burocracias profesionalizadas, con pocas o nulas ataduras al grueso de la población, de la que un partido recibe el flujo vital que le impide apolillarse”. (El lenguaje de la pasión: 2002, pág. 35).

El PLD, por ejemplo, parece tener una buena estructura de dirección. Un Comité Político de 25 personas es fácil de convocar y consensuar.  Pero, aunque se ha transformado en una formidable maquinaria electoral, debe renovar sus dirigentes, no pueden dejar que se les añejen más. Luego ni todos los recursos del Estado –como ahora- serían suficientes para triunfar.

El PRD, en cambio, debe cambiar tanto su “dirigencia” como su “estructura”.  Hay rostros con más de una generación de lucha política. Y los órganos de dirección deben hacerlos más ágiles y modernos, no es posible que tenga una “Comisión Política” de varios cientos de miembros, y un Comité Ejecutivo Nacional (CEN) de unos 2 mil, eso es desorganización, caos y dificultad para los acuerdos y decisiones.

Además, el PRD debe “volver a las ideas” e invertir en la formación política de los nuevos “cuadros”.

Lo mismo puede decirse de los partidos “alternativos” y de “izquierdas”, en muchos de ellos tengo varias décadas viendo  los mismos “compañeros” dirigiendo y así no se llega a ninguna parte.

Lógicamente, el traspaso de la antorcha no debe ser brusco, más bien lento, tal vez muy lento, pero debe producirse para bien de nuestro llamado “Sistema Democrático”. A fin de que los partidos políticos vuelvan a ser instrumentos capaces de “asegurar, de un lado, el pluralismo de ideas y propuestas, la crítica al poder y la alternativa de gobierno, y de otro, para mantener un diálogo permanente entre gobernados y gobernantes…” (Op, cit, pág. 35).

Ojalá al despertar estén allí los dinosaurios, pero  a un lado, a la sombra, en una esquina del escenario político nacional.