Tanto o más que una reforma fiscal, el país requiere sin más dilaciones de un gran pacto social que estreche la enorme brecha que hace de la sociedad dominicana una perenne amenaza de explosión, ahora magnificada por las dificultades económicas derivadas de la crisis sanitaria del Covid-19.
Admito que la experiencia obtenida en la discusión del finalmente fragmentado pacto eléctrico, no abona el camino hacia la reforma, sobre la que existe en amplios sectores la idea de que se trata de un acuerdo para aumentar las tasas impositivas, la mayor parte de las cuales recaerían en la clase media y los más vulnerables. Esta percepción está muy arraigada en la psiquis nacional. Por tanto, se necesitará de un gran esfuerzo, un relato muy persuasivo, para extirpar ese temor de la mente nacional y allanar el sendero a una reforma que simplifique el sistema tributario, mejore la calidad del gasto público y siente las bases de una firme marcha hacia el progreso y el desarrollo.
La reforma dependerá de que seamos capaces de desmontar una leyenda negra, la creada a lo largo de viejos intentos que solo han logrado parches a un sistema tributario que castiga la iniciativa emprendedora y promueve la inequidad, fomentando una desigualdad cada día más peligrosa. Y solo será posible con un claro diseño de comunicación, un fluido relato, y una fuerte voluntad para ceder en aquellos casos en que la paz lo haga necesario.
La reforma es más que un reto, más que un programa para llenar expectativas de una campaña política; es el futuro, y solo marcharemos seguros hacia él con el firme convencimiento de que no existe otro sendero. La opción sería quedarse estancado, lo que equivaldría a cerrarse los oídos al cántico de la historia. Son muchas las veces que hemos visto el porvenir cruzar ante nuestras puertas. Esta vez dejémosle entrar porque tal vez no haya para nosotros otro mañana.