"Para un país tener un gran escritor es como tener un segundo gobierno. Es por eso que ningún régimen ha querido nunca a los grandes escritores, sólo a los de menor importancia".- Aleksandr Solzhenitsyn

 

Apenas recién llegados los inquilinos de este nuevo gobierno, escribí unas breves líneas que me gustaría me permitieran citar como introducción a este artículo que dejo en sus manos. "Ahora es muy fácil celebrar el ascenso junto a la mayoría. Hoy, hasta el más indiferente, puso su esperma en ese parto, mientras el intelectual vuelve a su incómodo rol de observador de los desmanes del poder. Que cada cual asuma su papel en esta obra. El vocinglero el que le toca y el otro, el más difícil de todos los papeles, el de ser garante de lo prometido, es el suyo"

Pensar la realidad, penetrar sus enigmas nunca ha sido tarea gregaria. Más bien por el contrario lleva implícita la condición de laboratorio secreto, de meditación en medio del silencio frente al tumultuoso mundo exterior. Esta característica que acompaña al intelectual le convierte en un asceta, en hombre poco común. Equivocadamente puede parecer, a ojos de los demás, un ser superior por su distanciamiento del resto de los mortales, por esa capacidad de no diluirse en el fragor de las aguas, pero este hecho, a su vez, puede convertirle en sospechoso, en elemento poco fiable en el diario vivir. Si a las anteriores características le agregamos a ese individuo la capacidad de ser indómito e inmanejable, entonces su persona llega a alcanzar elevadas cotas de desconfianza para el resto y se decanta como oveja negra, ser extraño de difícil convivencia en el corral.

En cualquier periodo de la historia estos personajes han hecho acto de presencia y a pesar de señalar camino y corregir entuertos no son del agrado de la mayoría, sea porque levantan humaredas allá donde todos quieren apagar el fuego o porque presagian lo que nadie está dispuesto a intuir. Son, si así se quiere, echadores de cartas, videntes del futuro en sus bolas de cristal, curanderos, prestidigitadores y hemos de decir que aquel que acude para que le lean el tarot lo único que pretende es ser engañado. Desea una lectura en el fondo de la taza que le augure un devenir prometedor y de abundancia, la ventura de una vida sin tropiezo alguno. Pero si le pronostican su fracaso o el hundimiento del Titanic, el adivino será considerado pájaro de mal agüero y condenado al ostracismo. Un ser marginado y apartado del redil.

Los gobiernos, los partidos en el poder, necesitan de esos individuos llamados intelectuales que facilitan su aterrizaje. Precisan de su ayuda para poner los pies sobre la tierra, adelantarse a la realidad que acecha y al escuchar sus palabras reflexionar a partir de sus observaciones. Les permiten estar alerta a esa ruptura de la que habla el poeta Roberto Juarroz, cuando describe magistralmente cómo hay grietas sutiles que se abren por debajo de las relaciones de pareja y que a pesar de no ser visibles en sus inicios, fermentan y un día repuntan en división o tal vez en salida inesperada del gobierno en el caso de los que detentan el poder. Dice Juarroz.

"Si conociéramos el punto

donde va a romperse algo (…)

podríamos poner otro punto

sobre ese punto

o por lo menos acompañarlo al romperse".

La lectura de la realidad implica mirar siempre atentos a través de una lupa, de binoculares para ver de lejos aquello que se aproxima. Por lo general, es éste un trabajo de hombres ajenos a la masa y al partido, a quienes en muchas ocasiones no solamente deberíamos dejarles trabajar en su discreto retiro, sino también hacerles caso.