Hubo una vez en que, cansados de una disputa milenaria por el destino final de las almas, Dios y Lucifer hicieron un pacto.

En vez de malgastar energías y dedicar tanto esfuerzo en tratar de convencer a la gente para que durante su vida terrenal inclinara su voto espiritual hacia uno u otro destino, decidieron hacer prevalecer el libre albedrío,  sin penalidad acumulativa de culpas condenatorias  ni redención anticipada por obras piadosas.

Cada quien podría vivir su vida a su manera. Pero al final de sus días en la tierra,  tendrían que pasar un día en el cielo y otro  en el infierno. De esta manera estarían en posición de escoger,  con absoluta responsabilidad y conocimiento de causa, la próxima estación de su existencia espiritual.

La primera persona que tuvo la oportunidad de experimentar,  en este escenario de libre elección entre el cielo y el infierno, abandonó la existencia terrenal en el mes de mayo del año 2000.

Tal como se había acordado, le tocaría pasar su primer día post mortum en el infierno. El hombre llegó y fue recibido por el propio Lucifer con sonrisas y abrazos, "Venga pa’ca mi hermano que lo estábamos esperando desde temprano, esta es su casa y aquí está su gente y su ambiente". Antes de que pudiera abrir la boca para agradecer la bienvenida ya le habían puesto una jarra de cerveza en las manos, mientras recibía unas palmaditas acariciadoras en su espalda provenientes de una exuberante mulata que se le insinuaba con encantadora gracia.

Junto a Lucifer y su séquito de edecanes y adulones recorrió las instalaciones del infierno durante todo el día. El lugar era una fiesta interminable. Pudo reconocer algunos rostros  de su vida pasada en la tierra. No le sorprendió encontrarlos en aquel lugar. Lo que si le sorprendió fue que aquello no fuera como se lo había imaginado. Aquí había todo lo que pudiera desearse para la satisfacción de los sentidos, la gula y el placer desbordado. La francachela y el goce sin preocupaciones, "¿Cómo podría ser el cielo?", se preguntó al final del día, al ser despedido por Lucifer en las puertas del mismísimo infierno, "Mañana me dice cómo le fue en el otro lugar, lo esperaremos aquí con los brazos abiertos".

Ciertamente, el hombre llegó muy confundido a su cita con Dios. Fue recibido por San Pedro en las puertas del Cielo, "Ha llegado usted a su casa señor Pueblo, todo lo que hay en este lugar ha sido hecho para usted, siempre hemos confiado en su sabia decisión para un momento tan importante como éste". El contraste con su experiencia del día anterior era notable. Al caminar por los jardines muy cuidados de aquel lugar, solo se escuchaba la música del trinar de los pajaritos sobre las arboledas verdes. Algunos niños correteando sobre el césped verde recién cortado. Hombres y mujeres caminando tomados del brazo contemplando la belleza del paisaje y hablando en voz muy baja, mientras otros disfrutaban la lectura sentados plácidamente sobre unos sillones de madera. Una cascada de aguas cristalinas descendía de un promontorio verde junto al pabellón en donde se alineaban cada mediodía los residentes para recibir del mismo Dios "el pan nuestro de cada día".

El día se hizo muy largo durante aquel recorrido. Al final de la tarde, en las puertas del cielo, Dios le preguntó al invitado, "¿Cómo le ha parecido la experiencia? ¿Podríamos contar con usted?". La respuesta tardó más de lo debido ante la terrible confusión de aquella alma atormentada frente a la disyuntiva del cielo o el infierno, "Miré Señor Dios, yo le agradezco todo lo que ustedes han hecho por mí en este día y durante toda mi vida; en verdad ustedes han hecho un gran trabajo aquí en el cielo, con toda la organización y la disciplina que se respira por todas partes, el ambiente tan bien cuidado y todo lo demás; no me juzgue como un mal agradecido, pero yo prefiero un lugar menos aburrido, con mas diversión y entretenimiento, y creo saber dónde encontrarlo". Dios lo escuchó en silencio y lo despidió sin recriminaciones ni consejos.

Al regresar al infierno se llevó la sorpresa de su vida. Lucifer lo recibió armado de un tridente y con una sonrisa sarcástica, "¡Aquí está el mío!".

Solo hizo llegar para recibir el fuego abrazador de las primeras llamaradas del viento. Los hombres se arrastraban como serpientes por el muladar,  en lo que ayer era un jardín adornado por  bellas mujeres  y fiestas etílicas. Aquello era un verdadero infierno.

Al preguntarle a Lucifer, con voz entrecortada y expresión perpleja,  qué había pasado en aquel lugar, el porqué del cambio de todo el ambiente de disfrute y placer que había disfrutado en el día anterior, el diablo le contestó con estas palabras, "Ay mi hermano, es que ayer estábamos en campaña, hoy tú has votado  por nosotros y hemos ganado"

Moraleja popular: "No es lo mismo llamar al Diablo que verlo llegar"