Esa madrugada desperté con los bríos similares a los de un infante ilusionado por recibir sus regalos un 6 enero, solo que con más de treinta años en mi haber. Seguido al acto de abrir los ojos estuve consciente de lo que buscaba -más de anoche y de inmediato-, aprovechando una versión del alba que desconocemos en el Caribe, por lo que describe Pedro Mir en el verso introductorio de “Hay un país en el mundo”.
Sin siquiera un chance para bostezar, me dispongo a iniciar el evento esperado con un abrazo que nunca dí, pues justo antes me detuve a contemplarla -dizque para tomar más impulso-, y maravillado con su belleza angelical que me hacía sentir tan orgulloso como preparado para amarla como fin existencial, perdí la noción de mi propósito original. Y de ahí no pasé, pues ahora me apenaba interrumpir su valioso sueño, aunque nunca solté la idea de que ella podría preferir que lo haga para continuarlo despierta.
Entonces decido esperarla confiando solo en mi reloj corporal, pues en Varsovia, en esa época del año y particular apartamento, el sol es un perfecto extraño, lo que hacía que en esa cama nuestros minutos se convirtieran en largas horas con bastante normalidad. Por esto, sin dejar de admirarla, permanezco en quietud total, ya que cualquier movimiento adicional al constante parpadeo de mis ojos consumiéndola poco a poco, podría poner la bola en su cancha y no había prisa, como tampoco agenda ni itinerario, pues mientras duró lo nuestro solo nos dejábamos guiar por la pasión de poder conjugar la vida en sus infinitas posibilidades en primera persona del plural, sin más, esos días hoy imborrables y que registro en el capítulo de "mis más hermosas aventuras juveniles".
Desconectándome por un instante de las tantas ilusiones que me idiotizaban, giro la mirada a la mesita de noche del lado izquierdo de la cama, y advierto una columna de libros todos del mismo autor: Slovaj Žižek, entonces otro perfecto extraño para mí. Así fue como mi curiosidad intelectual pudo mas que mi libido, y como si para eso era que había despertado, terminé ojeando las obras, entre las cuales encontré una edición en inglés (Trouble in paradise), que de inmediato me puse a escudriñar.
Cuando llevo aproximadamente 25 minutos leyendo con la ayuda de una lamparita para eso instalada en el espaldar de la cama, siento el suave roce de su piel, seguido de una deslumbrante sonrisa, como de alguien que parece estar abortando un sueño queriendo al mismo tiempo embarazarse con otro; acto sucesivo su mano derecha se va derritiendo sobre mi pecho como pidiendo auxilio en su necesidad del nosotros. Pero ni siquiera valió que conociera mi punto débil, pues esta fue mi correspondencia:
“Hola princesa, no conocía este autor, que interesante!”
“¿No conoces a Žižek?!”
“No” (y en mi mente: cómo iba imaginarme que eras tan completa en todo, en mi país fueses una celebridad -o simplemente nunca serías nada-).
Ese último "no" fue como un cubo de agua fría a sus apetencias y expectativas para lo inmediato -mismas que minutos antes me tenían maquinando en la misma línea-; imagino que habrá pensado:
"Que inculto! Me mareó a puros versos!"
Luego de, la relación nunca fue igual (aunque no creo que del todo por causa de ese episodio, pues también nos influyó el haber recuperado a tiempo el pleno juicio sobre lo inconciliable de nuestros distantes orígenes, realidades y destinos), y ahora que paso balance me doy cuenta que la noche anterior a esa mañana habíamos vivido el pico de nuestro fugaz enamoramiento, pues el resto fue su declive progresivo, mismo que culminó con la más triste y fría despedida que puedan imaginar -incluyendo lágrimas en ambos rostros-.
Así fue como supe de Žižek, y a ese costo: el de nunca saber que hubiera sido de dos enamorados en libertad absoluta para todo -al menos esa madrugada-, de no haber tropezado mi mirada con esos libros.
El jueves de la semana pasada, revisando las novedades de Librería Cuesta, de la guía del estimado amigo y colega Santiago -Chago- Rodríguez, recibí la grata sorpresa de que varias obras del aclamado filósofo esloveno se encuentran disponibles, entre las que elegí comprar su más reciente, Pandemia, que es ahora mi lectura (no jurídica) de esta semana y sobre la cual espero compartirles una opinión en mi próxima entrega ;-).