El día en que yo nací sobre la tierra llovía. Esa lluvia, madre santa, presagiaba negra vía.

Corazón de india caribe, ceñudo el cielo decía, por trapiche has de pasar porque naciste sin guía. ¡Ay corazón bravío envuelto en carne morena, en el hilo de mi lluvia ensartarás tus dolores!

Mira, mira, niña oliva, tus suspiros y mis quejas son una misma pena.

El día en que yo nací sobre la tierra llovía. ¡Ay, madre santica y buena, cuánta agua y cuánta amargura hay estancadas en mi pecho!

Madre mía, yo no quiero, no, morir en un desierto. Plena grande y calor grande, sol ardiente en los mis ojos, quemante arena en la carne y en la garganta tanta sed: toda la sed de una vida!

Madre mía, yo no quiero, no, morir en un desierto.

Imploro sombra, imploro fresco, un mar hambriento con olas grandes; un mar revuelto que me dé muerte en un minuto.

Morir de hartura y no de hambre; y después de muerta rodar, rodar por entre aguas, bogar, mi madre, junto a los peces. Viajar sin fin en submarino; ver las quillas y las quimeras, descubrir misterios, visitar palacios, soñar en una concha y arroparme con suaves algas.

Madre mía, yo no quiero, no, morir en un desierto. ¡Oh, el sol ardiente y la plena grande, y en mi garganta toda la sed de mi vida muerta!