Hace sesenta años murió, de manos de la libertad y de los valores democráticos, la dictadura que había aterrorizado a los dominicanos por más de treinta años. Un grupo de personas, cargando con los sueños de todo un país, se armaron de valentía y, en un acto que seguro les costaría la vida, mataron a Rafael L. Trujillo. Así, con el último respiro del tirano, nació al instante algo que las generaciones más jóvenes del momento nunca habían experimentado: la posibilidad de vivir en una democracia.
En conmemoración de aquella gesta histórica, de quienes murieron, desaparecieron y fueron torturados por el régimen dictatorial, el presidente de la República declaró recientemente el 30 de mayo de cada año como «día de la libertad», y no es para menos. Por la libertad se derramó sangre, por poder disentir públicamente —y con fuerza— de nuestros gobernantes, protestar, votar por quienes queramos y participar políticamente, por la justicia y por la autodeterminación. Familias fueron separadas y quedaron devastadas. Hubo dolor y demasiadas injusticias. La democracia no llegó de gratis a República Dominicana.
Aquel decreto viene acompañado de una tarea importantísima: «promover y educar en torno a la idea de la democracia, y subrayar el valor de los mecanismos institucionales que sostienen el Estado de derecho». No es una responsabilidad que debe tomarse a la ligera. Basta con leer los comentarios en las redes sociales para darse cuenta de que la democracia está en crisis. Transcribo tan solo algunos que he tenido la desgracia de leer en esta última semana: «Yo no quiero saber de Trujillo, pero hay veces que yo pienso que se necesita». «Trujillo, ven a ver. Ya el jefe hubiera resuelto ese asunto rápido». «Queremos a Trujillo». «Trujillo vuelve». «Se necesita un Trujillo mano dura para que arregle RD». «Trujillo fue un presidente al que sí le corría por sus venas sangre dominicana. Siempre puso delante los intereses de los dominicanos. Qué viva el jefe». «Eso no hubiera pasado con Trujillo en el poder, y así querer celebrar el día de la libertad».
Vale la pena recordar los preocupantes resultados que arroja el informe del 2018 del Latinobarómetro, que reflejan ese sentimiento. En el 2006, el 87% de los encuestados dominicanos respondieron estar de acuerdo o muy de acuerdo con que la democracia es la mejor forma de gobierno, con tan solo un 10% estando en desacuerdo o muy en desacuerdo (véase Gráfico 1). Sin embargo, al 2018, quienes manifestaron una respuesta positiva bajaron a 62%, y los otros subieron a 33%. De hecho, a partir del 2015 han sido más los dominicanos que están en desacuerdo de los que están muy de acuerdo con que la democracia es la mejor forma de gobierno. Esto ha provocado que, en el promedio del Barómetro de las Américas, siendo 100 «muy de acuerdo» y 0 «nada de acuerdo», el país pasara de 78 en el 2006 a 62 en el 2018.
Asimismo, en el 2008, el 73% de los dominicanos encuestados indicaron que la democracia era preferible a cualquier otra forma de gobierno, el 14% sostenía que en algunas circunstancias un gobierno autoritario era preferible, y al 10% le daba igual un régimen democrático o no (véase Gráfico 2). Diez años después la preferencia por la democracia bajó a un impactante 43%, la «tolerancia» a un gobierno autoritario subió a 18%, y al 29% le daba igual. En esa misma línea va la satisfacción o no con la democracia (véase Gráfico 3). En el 2009, el 53% de los dominicanos estaban satisfechos o muy satisfechos, y el 47% algo o absolutamente insatisfechos. Sin embargo, en el 2018 los resultados fueron alarmantes. Solo el 22% declaraban estar muy o algo satisfechos, mientras que el 75% manifestó lo contrario.
Considerando esto, el decreto y la conmemoración del día de la libertad toman un giro importante. Llega en un momento en el que la valoración de la democracia se encuentra en uno de sus puntos más bajos, y los riesgos que trae obviarlo son muy altos. La democracia es, pues, sumamente frágil. El día de la libertad representa una oportunidad para sanar y dialogar, conocer mejor nuestra historia y de intentar compensar por la transición democrática que nunca tuvimos gracias a los regímenes autoritarios y represivos que le siguieron a la dictadura y que, en cierto modo, explican por qué «el jefe» no está del todo muerto todavía. Es una oportunidad para intensificar esa lucha por los valores democráticos en medio de esta nueva guerra fría contra la autocracia, que argumenta que la democracia no puede competir, lograr consensos ni producir resultados lo suficientemente rápido en estos tiempos de incertidumbre y cambios bruscos.
Por eso, el día de la libertad debe ser el catalizador de una nueva visión de gobierno dirigida a combatir directamente esta crisis de la democracia; una visión en la que la eficiencia, la eficacia, la calidad y los procedimientos ya no lo son todo, y en la que no baste hacer las cosas, sino hacerlas bien. Se precisa, por tanto, que la gestión pública genere valor, que vaya acompañada de ética pública, equidad, inclusión, diversidad, representatividad, integridad, transparencia, rendición de cuentas, receptividad y participación ciudadana, que fortalezca la legitimidad, que aumente la confianza y que, de una vez por todas, acabe con los remanentes de la dictadura. Ese es el valor añadido de la democracia. Es una inmensa, pero preciosa tarea que le debemos a quienes dieron su vida por ella. La democracia es la forma de vida que elegimos y que queremos, y el día de la libertad es un gran paso para reivindicar la identidad y espíritu democrático de República Dominicana.