En las últimas semanas un conjunto de intelectuales españoles ha reaccionado de modo negativo contra el último proyecto de reforma de José Ignacio Wert, Ministro de Educación, Cultura y Deporte. El Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa del 3 de diciembre del 2012 convierte la asignatura Historia de la Filosofía –hoy día troncal en el segundo año de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) – en una materia optativa-. Al mismo tiempo, la Ética es eliminada en el cuarto de la ESO.
La propuesta de Wert se suma a las habituales reformas educativas que los recientes gobiernos españoles han realizado en los últimos años, todos ellos con una característica constante: Las modificaciones implican un retroceso en el protagonismo que deben desempeñar la filosofía y las disciplinas humanísticas en el curriculum educativo español.
El caso de la reforma educativa española es interesante porque en ella confluyen dos tendencias históricas y espirituales que representan cosmovisiones distintas y, a veces, antagónicas. Por un lado, cierto sector eclesial conservador preocupado por preservar el adoctrinamiento religioso dentro del curriculum; por el otro, los sectores compromisarios con un modelo económico que requiere de saberes útiles para capacitar empleomanía en la sociedad postindustrial.
Históricamente, la filosofía occidental ha puesto en entredicho ambas tendencias históricas de pensamiento: Ha cuestionado el adoctrinamiento dogmático y también, desde ella se ha sometido a crítica el culto a la inmediatez, así como el supuesto de que el fin de la vida se reduzca a la producción económica.
La filosofía como asignatura explícita tiene tres funciones básicas en un curriculum de educación media: 1) Crear espacios para fomentar una actitud de criticidad, 2) proporcionar una unidad de sentido a las diversas experiencias cognoscitivas proporcionadas por las ciencias y 3) establecer criterios racionales para un diálogo que permita la convivencia civilizada.
La primera función es necesaria porque es imprescindible para el empoderamiento ciudadano, sustento de una sociedad democrática. Esta no puede desarrollarse si se asumen acríticamente las creencias, valores y cosmovisiones recibidas en el entorno.
Con frecuencia, los seres humanos asumen como obvias creencias que requieren de un serio cuestionamiento. Muchas de las ideas hoy entendidas como supersticiones fueron asumidas en un momento histórico como supuestos incuestionados, verdades inscritas en la naturaleza. El ejercicio de la filosofía debe capacitarnos para cuestionar estos supuestos muchas veces legitimadores de formas de opresión política.
La segunda función de la filosofía no es menos importante. Los distintos tipos de entrenamiento especializado permiten construir y acrecentar nuestro conocimiento de diferentes dominios de la realidad. Pero estos dominios son constructos metodológicos. En la naturaleza no existen semejantes demarcaciones. Como escribió Karl Popper, “existen problemas, no disciplinas”. Por tanto, el carácter unitario de la realidad requiere también de la construcción de un marco conceptual que pueda dar cuentas de su interrelación más allá de las delimitaciones metodológicas.
El resultado de las prácticas científicas termina dibujando una imagen del mundo con unos supuestos, compromisos y valoraciones. La filosofía proporciona vínculos comunicantes entre las distintas especialidades y al mismo tiempo nos permite pensar nuestro lugar como consecuencia de una nueva concepción de lo real.
A la vez, en un mundo interconectado donde hemos aprendido a reconocer la existencia de la diversidad cultural, étnica, religiosa y sexual, la filosofía tiene que desempeñar su función como propiciadora de un diálogo racional y pacifico que no puede ser llenado por asignaturas confesionales.
La experiencia española no es exclusiva de ese país. Es una tendencia creciente cada vez más generalizada que subordina todas las dimensiones de la experiencia humana a la producción económica y al consumo.
Esta tendencia no debe ser asumida en nuestro país. Una sociedad donde la filosofía y las disciplinas humanísticas son desterradas de los planes de estudio dejan los espacios abiertos para ser ocupados por los fundamentalismos económicos, políticos y religiosos.
La educación debe formar personas capaces de experimentar las distintas dimensiones de la existencia, no solo la faceta laboral. Como ha señalado Fernando Savater: “El ciudadano no debe ser solamente un empleado de la sociedad, sino alguien capaz de plantearse su sentido: un aventurero de la libertad”.