“No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?”.

Esta pregunta tan importante la hizo el Señor Jesucristo y se encuentra plasmada en el Evangelio de Lucas (18:8).

Sobre este pasaje he revisado los comentaristas bíblicos a la altura de Barnes,  Calvino, Clarke, Darby y Gill, entre otros, y,  a pesar de los diferentes puntos de vistas, todos coinciden en señalar que todo apunta a que habrá un momento en la historia de la humanidad en que las religiones pasaran por una gran crisis.

Barnes no se atreve a negar de manera rotunda que Jesús planteó aquí un contexto en el que habrá pocas personas profesando la fe, las enseñanzas y el estilo de vida auténtico que él exhibió durante su ministerio terrenal.

Las personas sanas y sedientas de una fe genuina, verdadera, sana y auténtica es están sintiendo cada vez más confundidas.

No es fácil encontrar hoy día una iglesia u organización religiosa libre de la manipulación, la ambición, la lucha de intereses y de poder y la pronunciación  de las bajezas humanas y la carnalidad.

En este siglo todos somos testigos de hasta donde ha llegado ya la situación de una institución religiosa tan fuerte como la Iglesia católica Apostólica y Romana.

Benedito XVI tuvo que renunciar. Y son muchas las especulaciones sobre las razones, que van desde presión interna, luchas por el poder hasta los escándalos sexuales y de corrupción.

En término de peligro y preocupación, ¿cuál es la diferencia entre ese cristianismo contaminado y el islamismo violento?

La consecuencia letal es que estamos ante la pérdida de los referentes éticos, morales y espirituales conque han contado siempre las sociedades y el mundo para la buena convivencia y la preservación de los valores.