Yo cantaré el placer del amor ilícito y el furtivo permitido,
y en mi poema no habrá ningún crimen.
Ars Amatoria, Ovidio. Siglo II A.C.
El deseo, definido como la emoción originada por sentimientos no satisfechos o postergados, para muchos, está tan intricadamente atado a la condición humana como lo está el dolor; a través de la historia de la civilización occidental el deseo sexual ha provocado disputas, asesinatos, prohibiciones y ha sido también motivo de decretos religiosos, textos literarios y poemas. Desde los griegos hasta Freud, la atracción sexual sufrió pocas modificaciones excepto durante dos períodos: el transcurrido entre la Edad Media y el Renacimiento, cuando la Iglesia Católica tomó control del ejercicio sexual haciéndolo punitivo y condenable, y durante la posmodernidad; pues el final del siglo XX fue testigo de cómo el deseo y casi todas las expresiones humanas se convirtieron en rubros del Mercado.
El Simposio de Platón describe en la voz de Diotima los avatares sufridos por Amor, dios griego hijo de Penia y Poros: "Amor no es mortal ni inmortal, floreciendo a la vida el mismo día en que puede morir". El deseo y el placer eran, por lo tanto, motivos de interés y controversia en la antigua Grecia donde el hedonismo fue quizás su más intensa manifestación. Esta doctrina filosófica enunciaba que el único bien era el placer y el único mal el dolor; que el fin último del hombre era el logro de la tranquilidad de ánimo y la ausencia de dolor. Los hedonistas absolutos representados por Aristipo de Cirene afirmaban por su parte, que el placer sensible, el físico, era el único bien; aunque admitían la existencia del placer espiritual indicaban que el placer sensible era el más poderoso y por ende el sumo, alertándonos que todo hombre sabio y prudente debería buscar el deseo y dominarlo, mas no ser esclavizado por él.
A través de los siglos las sociedades humanas encontraron en el deseo una motivación de tal fortaleza que ello dio origen a doctrinas filosóficas y psicológicas interesadas en la mejor comprensión del ser a través de su estudio. Dos figuras que se distinguieron en tal sentido fueron la de Freud y la del filósofo Sartre. El primero debatió las ideas del polimorfismo perverso: el niño que expresa su ser a través de una sexualidad de la cual no es consciente y que resultado de las presiones sociales es reprimida hasta la adultez. El francés Sartre, por su parte, definió el deseo como una conducta de hechizo y enfatizó el peligro de la cercanía de éste a la posesión, "el imposible ideal del deseo".
Experimentos conducidos durante los últimos cinco años continúan completando el rompecabezas del deseo y la sexualidad: ya se ha encontrado por ejemplo, la localización exacta en el cerebro donde se origina la líbido: el núcleo ventral del hipotálamo; ya se sabe, gracias a experimentos con escanes cerebrales, que el amor es un deseo biológico distinto al sexual; y más recientemente, investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén anunciaron que el deseo es modulado por un gen particular, el DRD4, que al controlar la dopamina regula la necesidad sexual individual. Es decir, quizás habrá que redefinir la ninfomanía como una condición genética y no una conducta enfermiza.
El cantautor Luis Eduardo Aute ha planteado una idea del deseo "que parte del Uno, como ese amor que no quiere ser un sentimiento y que como el surco que deja una estrella, es infinito, y a la vez Verbo, principio que engendra la vida". Este lazo sexo-cuerpo es matizado de acuerdo al poeta, gracias a la relación alma-amor ilustrada en algunos de sus poemigas: "El sexo desnuda al cuerpo, el amor, al alma. / Antes del amor se desnudan los cuerpos. Después del amor se desnudan las almas. / Los cuerpos, después del amor, huelen a alma".
¿Cómo es posible entonces que las excusas enarboladas por los dueños del mundo en pos de la canonización del dinero sean precisamente el cuerpo y su espejo, el deseo que Ovidio exculpaba de todo crimen?