“Hay tres clases de ignorancia…no saber lo que debiera saberse…saber mal lo que se sabe…y saber lo que no debiera saberse” (Francois de la Rochefoucauld).

Justus Von Liebig, era un químico alemán del siglo XIX, hizo grandes aportes en la química orgánica y sobretodo en la química de los fertilizantes. Descubrió que las plantas se alimentan gracias al nitrógeno, al CO2 del aire y de los minerales que obtienen del suelo tales como el P (fosforo) y el K (potasio)  (Brand, 1941:221). La Ley del mínimo o Ley de Liebig enunciada por Von Liebig, en el año 1840, nos dice que el rendimiento de la cosecha está determinado por el elemento nutritivo que se encuentra en menor cantidad. Además, que un exceso en cualquier otro nutriente, no puede compensar la deficiencia del elemento nutritivo limitante.

Este Principio general de la fertilización de cultivos conocido como Ley del Mínimo o Ley de Liebig pone en evidencia la relación entre los elementos nutritivos y la necesidad de alcanzar una riqueza suficiente en cada uno de ellos, para que pueda obtenerse el rendimiento óptimo.

La interacción entre elementos nutritivos es positiva cuando el efecto producido por un conjunto de dos factores, en este caso nutrientes, es superior a la suma del efecto de los dos factores considerados aisladamente (sinergia). De esta manera, si se satisfacen las necesidades de un cultivo en potasio se asegura la eficacia de la fertilización con nitrógeno. En el suelo, la sinergia entre los elementos nutritivos se manifiesta de manera evidente. La movilización de determinadas formas químicas de un elemento facilita la movilización de otros. Existe el caso, que la presencia de sulfato y nitrato amónico favorecen la solubilidad del fósforo. Así se manifiesta con otros elementos la interacción, la movilización, la sinergia.

Cómo traspasamos este principio de la ley del mínimo al engranaje social y a las propuestas del desarrollo? Cómo entender a Liebig desde otra mirada que nos reconstruya?

El desarrollo no se decreta, no de dicta ni se receta, ni se carca, ni se copia; tampoco se focotopia o se escanea ni se transporta de un lado a otro en acciones de delivery, trasportes de paquetes o shiping-courier.  El desarrollo no es un diseño de las redes ni de la prensa, no es un copy page, tampoco es el resultado de la opinión de los tecnócratas y burócratas por más doctorados alcanzados en Harvard , Lovaina u Oxford, mucho menos un insomnio de los intelectuales o los genios de un laboratorio cualquiera. No se traslocan ni se trasladan las coordenadas donde se construye un territorio, con el conjunto de la dinámica de construcción y desconstrucción que van realizando los hombres y mujeres en el quehacer cotidiano.

El desarrollo posee la virtud de tener un parecido a un ecosistema fundado sobre relaciones (vínculo, correspondencia,  inter-relaciones), conexiones –inter-conexiones (enlace o una atadura, conectar, unir, entrelazar), dependencia-interdependencias (necesidad de un determinado estímulo para lograr una sensación de bienestar), intercambios (reciprocidad de servicios), interacción (sinergia o esfuerzos particulares unificados hacia un logro que lo sobrepasa, reciprocidad de acciones), un proceso inacabado de todo con todo, en todos los puntos y en todos los momentos (holístico=halos=totalidad), que no culmina por aquel señalamiento de  Heráclito el griego, basado en la dialéctica de “no poderse bañar dos veces con la misma agua de un rio”, por su vocación de cambios que porta en su esencia tal cual el viento, que sustituye de aire en su camino, para reestructurarse y oxigenarse con el trayecto  andado y los roces alcanzados.

En la construcción del desarrollo, todos importan. No hay forma de justificar la discriminación de ninguna índole. Ya que en la contradicción y la diversidad de las ideas está la riqueza de las posturas y proyectos que se asuman y se pueden enarbolar como colectivos. “En estos procesos los pueblos desarrollan sus capacidades de gestión y administración de lo propio (autogobernarse)”, tan bien dicho por la socióloga cubano-argentina Isabel Rauber. La experiencia reciente de Luperón y el dictado de un proyecto de desarrollo desde el Ayuntamiento y los gurúes importados, delata la medida y la marca del traje que no nos representa, aunque lo forcen con las estrategias de políticos y compinches.

Importan los actores, aunque los lentes que usen los gurúes digan lo contrario. Al fin y al cabo son sus lentes, hechos para mirar lo que quieren mirar. Todos los actores son importantes en número y en calidad: los actores sociales (mesas de trabajos, ciudadanos de la diáspora, minorías de extranjeros residentes, grupos literarios-músicos y artistas), actores económicos (ganaderos, agricultores, fabricas artesanales de quesos, hoteles y restaurantes, Mipymes, productores y comerciantes, recicladores de desechos sólidos, cooperativas, banca comercial, marinas privadas, pescadores, artesanos),  actores ambientales, actores estatales (Ayuntamientos y Juntas distritales, Medio ambiente, Turismo, Agricultura, Educación, CORAAPLATA, IAD, EDENORTE, Salud pública, Migración, Aduana, Portuaria, Bagricola, CODOPESCA, Cultura), actores comunitarios (Juntas de vecinos, Entidades socorro mutuo, Obreros de la construcción, Motoconchos, Sindicatos de choferes y taxistas, Sindicato de camioneros, Guías de turismo, Alcaides pedáneos, Ligas deportistas), actores religiosos (Católicos, Evangélicos ), Gremios profesionales (Profesores, Agrónomos, Médicos y enfermeras, Estudiantes universitarios), Ongs y fundaciones diversas, Seguridad pública y protección ciudadana (Policía nacional, armada, CESTUR, Bomberos, Defensa civil y cruz roja, COE-911, Rehabilitación), Partidos políticos grandes y pequeños.

En el desarrollo, si es incluyente, y debe serlo, a todos nos impacta el sacrificio, el compromiso responsable y también el bienestar. Y en conclusión, ese traje debe hacerse con las ideas de todos.