En las pocas lecturas o análisis que he revisado sobre El Derrumbe de Federico García Godoy no destacan lo que a mi juicio constituye su núcleo argumental más importante: el problema del personalismo en la política criolla. Sabemos que la intención primera del escrito fue enfrentar la ocupación norteamericana, ser una voz de denuncia de tal vejamen; pero este texto es propiamente un ensayo y como tal presenta un planteamiento central que se sostiene en una serie de argumentos y, como bien ha mostrado Pura Emeterio en la introducción a la edición de la Biblioteca Básica Dominicana, el personalismo y el continuismo son partes del cuerpo de ideas que lo sostienen.

Como ensayo el texto es una continuidad con los discursos más importantes de los pensadores criollos del siglo XIX. Su tesis sigue siendo, como señalé anteriormente, el planteamiento de la inviabilidad de la nación dominicana. En este caso, el argumento más fuerte de este fracaso de la nación dominicana es la recuperación de uno de los argumentos más comunes en nuestros pensadores decimonónicos: el personalismo en política. No creo que sea exagerado plantear este libro de García Godoy como un pequeño tratado sobre el personalismo y sus efectos en el carácter de la comunidad política imaginada; esto es, la nación dominicana.

Llama la atención del autor la escasa resistencia a la pérdida de la soberanía nacional con la ocupación norteamericana de 1916. Incluso, tilda de escaramuzas de poca importancia los esfuerzos por detener el avance de las tropas invasoras en los pueblos del Cibao. Siempre con la misma afirmación: no es que haya mermado el fervor patriótico en la ciudadanía, sino que, contrario a lo que sucedió durante la gesta restauradora, el liderazgo político dominicano estaba dividido. Aquí es donde se refuerza una y otra vez en el texto el argumento del personalismo en política. Argumento que entendemos tiene su origen, al menos en las letras nacionales, en el opúsculo de Alejandro Angulo Guridi Exclusivismo y Fraternidad en los pueblos de 1854 y su planteamiento de que la dirigencia política dominicana no tenía sentido público de servicio y también en Pedro Francisco Bonó y sus Apuntes sobre los cuatro ministerios de la República de 1856; pero debemos de clarificar que este argumento alcanza su plenitud conceptual en los textos de opinión de José Gabriel García quien sostenía que el personalismo en los partidos políticos era nuestra mayor desgracia (por ejemplo, La Alternancia en el poder de 1886) y Tulio Manuel Cestero en Descentralización y Personalismo.

Si bien el autor busca una serie de causas que expliquen la catástrofe de la pérdida de la soberanía, el personalismo de la clase dirigente constituye el motivo más radical en sus planteamientos. Por ejemplo, en el primer capítulo (Frontis) en su primera sección nos dice lo siguiente: «Hoy, con mil hombres de tropas norteamericanas, gente bisoña en su inmensa mayoría, el coronel Pendleton acaba de adueñarse de Santiago riñendo ligeros combates en el largo y peligroso trayecto. Solo tuvo en ellos tres muertos y once heridos… Y esa insignificante resistencia no se debe, como superficialmente sostienen algunos, a que el valor dominicano haya degenerado —nuestras recientísimas luchas civiles están ahí para atestiguar lo contrario— sino que lo que entonces existía no existe hoy: la convergencia de voluntades, la unidad de opiniones identificadas en un mismo y exclusivo propósito de redención o de muerte. El personalismo imperante, fraccionado, subordinado a mezquinos intereses del momento, asume toda la responsabilidad de la terrible catástrofe» (destacado mío).

A juicio del autor, el personalismo es lo que no ha permitido crear un estado jurídico y social digno de una nación civilizada y que encarne un «mejoramiento público» para todos sus miembros. Para García Godoy el personalismo es una fuerza disociadora del conglomerado porque solo está a favor de intereses ajenos a la colectividad, lo que llama «las ansias de lucro o la vanidad pueril de inconformes sectarios».

Desde la concepción de la historia como magistra vitae examina la formación de la nación dominicana bajo la tragedia del personalismo militante. Así, la historia dominicana es un drama de sucesión de caudillos y tiranos con un espíritu tradicionalista y conservador motivados siempre por el continuismo.