El dengue se transforma, cambia y se renueva. Si le aniquilan algún viejo   ejército viral, contrata otro nuevo y sigue enfermando a diestra y siniestra. El mosquito, aprovechándose de   nuestras paupérrimas condiciones sanitarias,  se multiplica incesantemente y  lo transporta,  inoculándolo de un extremo a otro de la isla. Lo hace endémico.

Tanto el vector como el microscópico bicho se ríen a carcajadas mofándose  de esa fumigación masiva,  histérica y propagandista, que se hace al contarse ya un centenar de muertos.  Saben que perderán  algunas escaramuzas, pero la batalla, la conquista de esta nación, la tienen asegurada de antemano. Disfrutan la victoria.

Se les ataca a destiempo. Quienes quieren eliminarlos pertenecen a esa pléyade de  gobernantes ineficientes y dilapidadores que han sido incapaces de  construir un eficaz sistema sanitario. Son políticos que atienden más al proselitismo que al hacinamiento de los miserables.

Esta epidemia, y el dramático despliegue que se hace en estas últimas semanas para combatirla, me han hecho recordar una frase  que  escuché al concienzudo investigador y politólogo Julio Brea Franco: “El político es reactivo, rara vez preventivo, actúa en consecuencia. Sólo los estadistas planifican para sus pueblos, y  casi no se encuentran…”

Primero epidemias y luego medidas. Primero muertos y luego ministros recorriendo barrios. Primero  hospitales repletos  y luego  asistencia. Es la historia del Estado dominicano: actuar cuando se ve obligado a hacerlo. En tanto, al  pillaje y al desgobierno  “mientras el pueblo aguante…” Si acaso llegan a sentirse  descubiertos, amenazados;  si tienen que  salvar cara, si no les queda otro remedio, actúan. Pero sólo hasta que “la cosa se calme”.  En tanto, relegan  los problemas fundamentales.

Ilustremos esta tragedia  del quehacer  político,  rescatemos por un momento esa  legendaria fotografía del presidente Danilo Medina, vibrante de energía, brincándose  un charquito enlodado. Allí vemos al  líder volando,  decidido: quiere    llegar  sin pérdida de tiempo a  dar su “sorpresa”. En esa instantánea, está claro que la visita  es a lo que reacciona,  piensa en  su popularidad y en los vítores de los campesinos.   Pero se salta el charco evitando el lodo.  Del  lodazal  se ocupara otro día.  Y así  como él han sido sus predecesores en el palacio: salta charcos.

Esa imagen fotográfica, publicada  hasta  la saciedad,  simboliza nuestro desastre: El Estado  saltándose el fango,  esquivando  los problemas esenciales de la nación, aplicando retoques coyunturales. Despilfarran  el dinero dejando sin reparar alcantarillados, drenajes, carreteras vecinales, desagües barriales, aguas negras apestosas, mataderos contaminados.  Sigue escasa e impotable  el agua, y descuidada  la sanidad de animales y mercados públicos. El proselitismo y  las coimas dejan  poco para secar  charcas infectadas.

Por eso   brincan  por los aires, evitan el tollo, siguen  con el proyecto vistoso, inmediato y rentable. Abajo, chapaleteando en  la inmundicia, quedan esos niños   descalzos, desnutridos y  contaminados. (Si la  “cosa se pone seria” quizá se ocupen de “eso”.)

Nunca controlaremos  mosquitos,  ni  virus,  ni  bacterias. Por eso se burla de nosotros el dengue, y  echa risotadas observando esa fumigación  efímera y de última hora.

Yo espero que- obedeciendo esa  inteligencia estratégica suya y, en esta ocasión,  ignorando a sus  asesores mediáticos- nuestro presidente no  vaya  y se  retrate fumigando barrios; mucho menos al lado de moribundos febriles.  ¡Por favor, no lo haga!   No solamente reirá la plaga, sino el mundo entero.