La fauna electoral dominicana tiene sus especies distintivas, algunas son nativas mientras que otras fueron importadas desde otros hábitats. Fue así como llegó a esta media isla una especie política a la que todos conocemos, el demagogo.

La demagogia en el mundo político no es nada nueva, ni se inventó en el Congreso de La Feria; Aristóteles y otros sabios  de antaño escribieron sobre ella, la catalogaba como la forma corrupta o degenerada de la democracia. Cuando Mella disparó el trabucazo ya este espécimen era parte del ecosistema político dominicano.

Entre las diversas definiciones del demagogo, una de las que mejor lo retrata es la del periodista y crítico social  estadounidense, Henry Louis Mencken: “un demagogo es aquel que predica doctrinas que sabe que son falsas, a personas que sabe que son idiotas”. 

Al demagogo le encanta el sonido, su devoción por las cámaras es casi enfermiza, frente a estas es donde más doñitas abraza y más niños carga. Tiene su equipo de trabajo en el que nunca falta un locutor adulador que lo presenta en público como una especie de mesías, con súper poderes y  con el don de erradicar todos los males que aquejan a la población.

¿Cómo detectar un político demagogo?

Lamentablemente la ciencia no ha inventado un “demagometro”, pero si usted a simple vista no es capaz de reconocer un político o funcionario demagogo, analice si en sus discursos suele mencionar algunas de estas frases: “yo vengo de abajo”, “Yo resuelvo”, sin dejar de mencionar una cacareada humildad que pocos perciben. No importa que no haya hecho nada, él asegura que: “mi trabajo 'ta ahí, los hechos hablan por él”.

Como no es un promotor real de las ideas ni de la buena política; es un crítico de todo lo que le huela a conceptualización y debate: “la teoría es fácil, que vengan a resolver ellos”, “yo no soy de los que solo hablan bonito” y aunque las encuestas y mediciones no lo ayuden, es común oírle decir: “el que 'ta ganao, no pelea”.

El funcionario demagogo por naturaleza es clientelista, por lo que entiende que puede administrar los recursos del Estado de la misma forma en que administra su finca, de hecho, al llegar al cargo muchos de ellos olvidan los límites entre su finca y el resto de la ciudad.    

Al demagogo no lo interesa plantear soluciones colectivas, resolver casos particulares le da mayor vigencia en los medios tradicionales de comunicación y en las redes sociales. Analicemos lo siguiente: ¿si el sistema de salud funcionara, él tendría enfermos buscándolo para que le compre la receta?, ¿si los trabajadores devengaran salarios dignos, la gente iría detrás de él a buscar una fundita con alimentos?, ¿si la educación pública fuera mejor, tendrían a sus hijos en colegios privados? Si usted respondió “no” en cada una de estas preguntas, entonces tiene una mejor comprensión del daño que causa un funcionario demagogo a una nación. 

Lo explicado en los párrafos anteriores nos permite concluir que la demagogia es dañina para el Estado, pero también es lesivo el ciudadano que por prebendas particulares o por promesas de campaña vota por ellos.