La revista británica The Economist, solicitó a Paul Kennedy escribir un artículo sobre el futuro del poder estadounidense, sobre si los cambios que se experimentan en la política global, en la economía y las fuerzas armadas, apuntan a que Estados Unidos encontró un sólido competidor por la supremacía planetaria, o, más específicamente, si el ascenso de China significa la caída de la potencia más grande del mundo. El trabajo solicitado por el medio, a decir de éste, se enmarca dentro de un programa de invitaciones a importantes pensadores globales sobre el futuro del poder del país norteamericano con la idea de examinar “las fuerzas que dan forma a la posición global de la nación”, desde el ascenso del gigante asiático hasta la retirada de las tropas interventoras del país más poderoso del mundo de Afganistán, tras veinte años de una guerra que costó al país invasor 300 millones de dólares diarios y la pérdida de vidas de más de 250 mil personas; poco más de 6 mil, entre soldados y contratistas intrusos, y más de 240 mil, sumados entre militares afganos, milicianos del Talibán y civiles.

Pues bien, el artículo solicitado al autor de “Auge y caída de las grandes potencias” se publicó el 1 de septiembre de 2021, y en él, el historiador británico inicia su reflexión refiriéndose a cómo a lo largo de los últimos años lo que más ha “consumido” a los pensadores de la política exterior, es si “Estados Unidos está en declive irreversible como potencia mundial”, y señala que la reciente salida de este país de Afganistán, que le marca otra retirada de Asia, afianza el sentimiento del inevitable desplazamiento, lo que encuentra ancla en un “problema” de largo plazo para los analistas y políticos estadounidenses: “el aumento constante del poder chino”, lo que lleva a Kennedy a una serie de preguntas existenciales: “ ¿Está el país a punto de superar a Estados Unidos y cuáles son los mejores criterios económicos y militares para medir tal transición  en los asuntos mundiales? ¿No está China plagada de problemas internos, sólo parcialmente disfrazados por las inteligentes relaciones públicas de un Estado autoritario? ¿O acabó la era de la Pax Americana para ser reemplazada por el siglo asiático? La respuesta no es definitiva y la cautela con que aborda estas interrogantes parece, en principio, dejar una brecha para que EE.UU. pueda seguir preservando un liderazgo mundial que deberá ser compartido.

En ese sentido, y para desbrozar los elementos -política global, realidad económica y fuerzas armadas- que pudieran descifrar el rumbo de los Estados Unidos como potencia mundial, Kennedy entiende, comenzando con el primero,  que “la constelación de fuerzas político-estratégicas ha cambiado desde el mundo bipolar de la guerra fría de hace medio siglo, cuando Estados  Unidos se enfrentaba solo a una Unión Soviética en declive -se refiere al cuadro geopolítico de la década de los 80- El sistema internacional ahora comprende cuatro o quizás cinco estados muy grandes. Ninguno de ellos puede, ni a través del poder duro, ni a través del poder blando, obligar a los demás a hacer lo que no quieren hacer”.

El autor de “Rise and Fall” asegura que ya para la década de 1980 se perfilaba un mundo multipolar, lo que se ha hecho realidad con la entrada en escena de China, que avanza a la caza del PIB estadounidense, de la India -que de acuerdo a algunos centros de pensamiento ligados a los Estados Unidos, será la segunda potencia mundial y no el gigante asiático-. También señala a Rusia, que después del colapso soviético y la situación de incertidumbre y caos que la marcó hasta la consolidación de Vladimir Putin como líder del país, ha entrado en juego; agrega además de la Unión Europea que, como hemos visto, entre tira y afloja, ha dejado ver su interés por transitar el camino de su “autonomía” para colocarse al lado y no seguir en el patio transoceánico estadounidense. Incluye a Japón, de quien una vez se pensó que sustituiría a EE.UU. como fuerza hegemónica, lo que, al no alcanzarse, sirve de argumento, sin analizar los contextos, para aposentar en el imaginario global la idea de que con China ocurrirá lo mismo, tal como analiza Bloomberg en una publicación que despachó el 6 de julio de 2021 bajo el titulo: “¿Cuándo dominará China el mundo? Puede que nunca”. Indonesia e Irán son, de igual manera, señalados Kennedy como los estados que configuran el mundo multipolar de la tercera década del siglo XXI. Así pues, que él, por las razones vistas, no cree que sea correcto afirmar que Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial, “porque incluso si es el gorila más grande de la jungla, es solo uno de un montón de gorilas”, afirma.

Al abordar el segundo elemento, el de las fuerzas armadas, Kennedy presenta un cuadro patético para la gran nación del norte americano, tras asegurar que son más pequeñas y antiguas que las de la década de los 80. Y como para poner un poco de drama gráfico, se pregunta que por cuánto tiempo la fuerza aérea estadounidense seguirá “remendando” y poniendo en el aire a sus “notables” B-52 construidos en los años 70, “que son más viejos que todos sus oficiales activos”. También se cuestiona sobre cuánto tiempo la Marina estadounidense seguirá “renovando” sus destructores Arleigh Burke fabricados hace 30 años. Y, como mostrando un dejo de frustración, se quejó de que “incluso si fue solo una vergüenza temporal tener al Pacífico occidental despojado de portaaviones en mayo pasado cuando el grupo USS Eisenhower estaba cubriendo el inicio de la retirada afgana, el hecho es que la Armada tiene hoy menos portaaviones operativos que los de hace 40 años atrás”. Para él, es probable entonces, que el Pentágono por sus “compromisos” globales -¿cómo gendarme mundial?-  en diferentes regiones del mundo no tenga suficientes barcos para el despliegue habitual y compara a su país con el antiguo modelo de los Habsburgo y sus fuerzas armadas “fatigadas” y repartidas por varias regiones en diferentes momentos: el Imperio Romano Germano, España, Portugal, Bohemia, Inglaterra, Hungría, Croacia y hasta México.

Mientras que las fuerzas armadas de Estados Unidos están mostrando la sugerida “fatiga” que exhibió la de los Habsburgo en el marco de una presencia global casi insostenible, “China parece estar mostrando músculos en todas partes”, en tanto que algo más preocupante para los estadounidenses puede estar ocurriendo, como de hecho ya se afirma; y es que pudiera ser que la era de las armas como aviones tripulados y los buques de guerra de gran superficie se desvanece y puede que para el 2040 haya desaparecido. Tras describir ese posible escenario, advierte sobre otro que lo complementa al expresar que “tiene la corazonada de que, en algunos drones dominando el campo de batalla o el océano controlado por púlsares del futuro, las probabilidades entre Estados Unidos y adversarios como China y Rusia o irán pueden cambiar porque la ventaja de sus propios soldados mejor entrenados desaparecerá”. Y termina con una frase casi con rango de sentencia a golpe de mallete: “Las revoluciones militares del pasado tendieron a beneficiar a Estado Unidos; la siguiente puede que no”.

Pero como para tener el último escudo -el de última generación- como refiere el autor citado en su libro “Auge y caída de las grandes potencias”, se necesita estar a la vanguardia de la innovación y en un proceso agitado de crecimiento de sus fuerzas productivas, habría que pensar si Estados Unidos se encuentra en capacidad o condiciones para retomar el ritmo económico que le permita recuperar el espacio perdido frente a China, que ha vivido un proceso de ebullición económica desde hace seis lustros y que, aunque desacelerado por la crisis de la Gran Recesión del 2008 y la crisis sanitaria provocada por la Covid-19 que derivó en la debacle económica que paralizó el mundo, el país asiático fue el único de las grandes economía que continuó su crecimiento positivo. Visto así, en este contexto, como bien se pregunta Kennedy: “¿Puede Estados Unidos pagar el precio de mantenerse a la cabeza?”.  En la actualidad el gasto militar estadounidense es de 3, 5 por ciento de su PIB, lo que a su juicio no sería suficiente, como tampoco lo sería un 4; un 6 por ciento probablemente sí, pero la cuestión es si la sociedad, pendiente de los programas de estímulos anunciados por el presidente Joe Biden para recuperar la lastimada economía, lo aceptaría. Parece, a primera vista, que no, sobre todo porque los añejos problemas estructurales que se han venido agravando de administración en administración desde la era de Ronald Reagan, mantienen a la sociedad fracturada y a riesgo de una chispa que encienda un país cada vez más dividido entre dos maneras de abordar los retos del futuro y el presente y que encarnan los republicanos, bajo el liderazgo del expresidente Donald Trump y los demócratas orientados por el actual mandatario Joe Biden.

Kennedy llega al abordaje del tercer elemento, el económico, señalando que “la mayor transformación global desde la década de 1980 se ha producido en el tamaño de la economía de la china actual en comparación con la de los Estados Unidos”. Para él “cualesquiera que sean las preguntas válidas que puedan surgir sobre el poder económico de China, como sus estadísticas poco confiables, una fuerza laboral futura que se contrae, etc., el hecho es que todavía crece a un ritmo más rápido, tanto antes como después del Covid-19. Su economía, en términos de PIB ajustado por paridad de poder adquisitivo, ya es tan grande como la de Estados Unidos”. Evidentemente que China opera con ventajas, porque como remacha el historiador y profesar de la Universidad de Yale “el tamaño demográfico y la creciente prosperidad” de la nación asiática está produciendo cambios asombrosos en los asuntos mundiales, en los que la tierra de Mao Zedong juega un papel de primer orden. Aquí se hace necesario recordar que, a pesar de la contracción de la fuerza laboral, lo cierto es que el tamaño de ésta es de 1.000 millones, mientras que la de los Estados Unidos de menos de 200 millones.

A esta realidad – el tamaño de la fuerza de trabajo- hay que añadir el incremento constante de la productividad, el 5G y su avance al 6G, las inmensas inversiones en obras de infraestructura; además del crecimiento del mercado interno y de las exportaciones. Por ello Kennedy termina su análisis haciendo la siguiente reflexión: “Aquí, con ganas de venganza, sería un episodio más de ‘El ascenso y la caída de las grandes potencias’. Quizás todo lo que el presidente Xi necesita hacer, imitando a Deng, es evitar errores y dejar que la economía y la capacidad militar de China crezcan, década tras década. Esto presentaría el mayor desafío que Estados Unidos pueda enfrentar: Otro tipo de la cuadra tan grande como él mismo”.