(…)
Los hombres conocen los hechos que ocurren al presente.
Los futuros los conocen los dioses,
plenos y únicos poseedores de todas las luces.
De los hechos futuros los sabios captan
aquellos que se aproximan…
Constantino Cavafis
Poema Los sabios (fragmento)
A veces cruzamos frente a un espejo y evadimos inteligentemente el dardo que nos lanza. Con los años he aprendido a sortear sus embates. Esta mañana dejé la armadura en el closet de mi habitación y mientras me afeitaba el mentón vi salir un proyectil dirigido directamente a mi rostro. No hubo manera de esquivar el golpe. Llegó en forma de pregunta e impactó en mí de lleno. Asimilé la embestida con mucha firmeza. Fue una de esas observaciones muy simples, pero me desencajó la cara y removió en mí la esencia del material que me compone. Sin ponerme en sobre aviso me espetó en pleno rostro, ¿para qué sirve un escritor en una coyuntura política como la nuestra? No tenía la respuesta a mano, sin embargo me obligué a girar en torno a ese espacio en el que construyo mis historias. Me enfrasqué entonces en cabalgar, por la llanura y sin escudero, hacia mi interior con afán de encontrar terreno firme en el que clavar estacas y amarrar la presa.
Creo que quien escribe no debe sentirse bajo ningún concepto un elegido ni un ser llegado de la luna. Su condición de escribano, en realidad, sólo le confiere la ventaja de construir escenarios posibles a futuro y tal vez en este proceso se convierta en descubridor de nuevas tierras. Dicho en otras palabras, su misión se limita a intentar desmontar la farsa. La actividad de quien escribe es, en general, incompatible con el activismo político. El militante de profesión tiene, entre muchas otras cosas, prohibido fabular y poner la casa patas arriba. No puede utilizar la burla ante la extravagancia de muchos de aquellos que se encumbran en la tarima frente a un micrófono. En este punto los escritores no son bien vistos pues saben poner, con acierto en las palabras, el dedo en la llaga. Los políticos y mucho más en campaña, necesitan de anestesia general, ese tipo de sustancia que induce a soñar a sus correligionarios. En ese sentido revelan una capacidad fingidora de tal calibre que ni alguien de la talla de Fernando Pessoa jamás llegó a imaginar.
Ahora bien, el lector que tuvo la amabilidad de detenerse por un instante en este artículo, debe preguntarse dónde está mi respuesta. Pues he de decirle que tal vez guarde en la manga una posible explicación que pudiera dejarle satisfecho. El narrador nos muestra, si se respeta a sí mismo, su empeño en poner su imaginación y el recurso de la palabra al servicio de todo aquello que empuja el mundo hacia adelante. Y lo hace, o debe hacerlo, no desde la utopía irrealizable, sino a través de lo tangible, lo asible con las manos y por tanto alcanzable. Un creador ha de ser capaz de ver la grieta en el poder y denunciarla desmantelando ambiciones desmedidas en el ser humano. Todo pensador que observa la realidad se vuelve bisturí fino capaz de detectar la sonrisa fingida en medio del abrazo. El auténtico literato es sabueso que rastrea incansable perversiones ocultas en aquellos corazones que dicen entregar su vida por los otros. Ese es el papel que le toca jugar en medio de esta coyuntura, sin consentir ser parte del redil y aceptando estoicamente que puede ser marginado. Y esto no significa que todo esté perdido. Aún entre la maleza se levantan espigas que inspiran al resto para luchar por un futuro mejor. En medio de la vorágine puede parecer insólito, pero existen. Existen los no contaminados, los que llegaron a la política no por la fosa séptica de “la política por la política", sino hombres a veces auténticos humanistas, interesados por la cultura y guiados por la ética. Personas, con sus luces y sus sombras, como el profesor Juan Bosch y el doctor Peña Gómez. Respondo así y dejo claro, ante mi espejo, que el escritor realmente posee valor si está atento a descubrir ese tipo de gema que destaca entre el resto.