Como no sentirse agredido en el plano individual y colectivo cuando, además de los problemas endémicos de impunidad, clientelismo, falta de servicios básicos e inseguridad,  tenemos que aguantar  perversiones degradantes encubiertas bajo el manto de la Santa Iglesia.

Desde los callejones hasta las recepciones diplomáticas circula un solo tema: el de  las vagabunderías,  reales o supuestas, del  cancelado Nuncio Apostólico.  A través de los medios de comunicación los temas de prostitución infantil y masturbación de niños salen a la luz del día, rompiendo los tabúes pero de manera peligrosa, dando rienda suelta a la imaginación, en una sociedad donde la educación en general y la sexual en particular están en el limbo.

El daño que se nos está haciendo como país no es todavía mensurable pero va mucho más allá de lo que aparenta y no se borrará con un simple perdón de la jerarquía católica.

Los tristes episodios dados a conocer estos días hacen resurgir la imagen de República Dominicana como país de prostitución infantil, pederastia y exportador de prostitutas hasta los rincones más remotos de la aldea global. Una cierta promoción turística nos ha vendido de esta manera y varias televisoras extranjeras han realizado reportajes fehacientes sobre este tema. Que el representante del Vaticano sea el líder de tal promoción es escalofriante y crea una imagen totalmente contraproducente  que la propaganda del Ministerio de Turismo tendrá que rebatir con todas sus fuerzas.

La Zona Colonial está en la mira. No es un secreto que detrás de sus encantos históricos se esconden redes de prostitución casi intocables con ramificaciones en los lugares turísticos; se sabe que cualquier taxista puede suministrar rápidamente una chica o chico, menor o no. Se gastan sumas millonarias en proyectos de remodelación vial y de rehabilitación del entorno, pero estas iniciativas se desvanecen ante las imágenes de culitos de muchachitos que se ofrecen y a las sórdidas masturbaciones que se realizan en la oscuridad por dos o tres dólares.

Por este camino,  la lucha por el reconocimiento de la comunidad LGBT se ve empañada, acostumbrados como estamos a hacer amalgamas y simplificaciones.  El primero ha sido nuestro cardenal que rechaza públicamente un embajador gay pero insiste al mismo tiempo en que la prensa no debería hacerse eco de las denuncias que afectan a los religiosos,  olvidando que si no fuera por la presión mediática correría todavía la versión de que el Nuncio se fue del país por un conflicto con el arzobispo puertorriqueño.

El daño es inconmensurable para la comunidad de los creyentes, defraudada y confundida,  y para  los pastores que han puesto sus vidas al servicio del pueblo;  el daño es irreparable para las víctimas.

Lo interesante es ver que las situaciones denunciadas son magnificadas frente a nuestros ojos por  las calidades de diplomático, de eclesiásticos, de guías espirituales que hacen de los actos  de estos depredadores no solo un crimen sino también una transgresión.  De manera inquietante estos actos transgresivos son pan cotidiano en nuestro país donde existe una aceptación casi cultural de la pedofilia y del abuso al menor.

Hemos visto madres que no consideran como abuso el hecho que un hijo sea violado por un hermano mayor, sino como algo inevitable si duermen en la misma cama. Que niños hagan la cola detrás de unos carros en un parqueo para aprovecharse de otro niño que ofrece sus nalgas, parece no ser un motivo de preocupación para una madre que ve aquello como un juego  sin entender el riesgo, la degradación y la perversidad de lo sucedido.

En reuniones grupales es impresionante ver cuántas mujeres han sido abusadas cuando chiquitas o han tenido o tienen un familiar en estas circunstancias.  Solo en julio la fiscalía del Distrito Nacional recibió 68 denuncias de abusos a menores, acusaciones que tímidamente empiezan a ventilarse.

Son muchos todavía los casos no denunciados donde el código del secreto familiar prevalece sobre los daños  padecidos por los menores,  porque es adentro de la familia o en el callejón que se perpetra la mayoría de los abusos.  Son muchos  los casos que se negocian pagando un dinero a las familias después de interponer la querella. Son muchos los casos de querellantes que por dilatación de la justicia, dificultades para trasladarse,  imposibilidad de dejar su trabajo,  presiones de los familiares del acusado, y  miedos, retiran su querella dejando el vagabundo suelto.

Muchos abusos son fruto de la promiscuidad, de la pobreza, de la falta de educación integral pero a todo esto se le sobrepone una  tolerancia bastante extendida a la pedofilia que nos degrada como sociedad y que debe ser combatida por todos los medios a nuestro alcance.