John Stuart Mill, en su obra Sobre la Libertad, nos presenta un argumento fuerte y casi inderrotable sobre la libertad. Proclama la idea de que el individuo, sobre sí mismo, es el supremo soberano, aun cuando las decisiones adoptadas puedan suponer algún daño sobre sí. Mill, quizás sin proponérselo, lleva la autonomía personal a un punto novedoso como responsabilidad sobre sus propios actos, y no meramente autonomía como la facultad de “ser” y/o “hacer”, incluso cuando no es compatible con los estilos de vida de los demás.

Pero ¿es realmente insuperable la libertad como principio básico del liberalismo? Mill pensaba que la libertad podía estar sujetas a límites. Lo que preocupaba a Mill, al igual que a otros autores, era la finalidad de la limitación. ¿Cómo justificar o legitimar que el individuo no fuese, en ciertas circunstancias, el soberano sobre sí mismo? ¿Cómo existen razones que excluyen o inutilizaran sus decisiones, en base a su concepción moral? Para el liberalismo, en su elementos más básicos, el principio del daño – la idea de que solo se admite la restricción de la libertad para prevenir daños a otros – puede arrojar luz a la discusión.

La concepción de Mill sobre el principio del daño se puede extender a una idea más amplia. El hecho de que no existan circunstancias propicias para que las personas ejerzan su libertad, ¿no es una afectación considerable a sus intereses, sobre los cuales tienen derecho? ¿no sería más que una ofensa? ¿no sería esto un daño? Esto revela que el principio sumaría otras variables: magnitud del daño, tipos de daño, razonabilidad o no del mismo.

El principio puede ser lo suficientemente maleable para aquellos que limitan para prevenir el daño y aquellos que indican que la limitación les causa un daño. Puede existir un conflicto entre supuestos “daños”. Ante este conflicto deben existir otros motivos que acompañen al principio del daño para saber si está justificado el daño alegado. Tal es el caso de que mi libertad supone una responsabilidad ineludible e inseparable de su esencia.

Parte de la importancia de rescatar y reinterpretar, en términos contemporáneos, la visión de Mill sobre el principio del daño recae sobre la legitimidad en la intervención. Las comunidades políticas modernas han traducido este principio como respeto por el orden jurídico imperante, derechos de terceros y el bien común (en términos democráticos y republicanos). Además, agregan un elemento calificado que solo por ley se realicen la limitación, también respetando otras razones tales como la razonabilidad y contenido esencial de la libertad. Esto tampoco escapa al razonamiento de Mil que la regulación sobre la libertad puede ser más dañina que el daño mismo que se trata de prevenir.

Podemos ver esto respecto a las personas que oponen frente a otra una defensa abstracta de la libertad, muchas veces presentadas en el contexto del COVID-19, las medidas y la vacunación. El problema que el ejercicio de la libertad se propugna es que causa un daño, o me expones al peligro que busco evitar. Si mi libertad comienza cuando inicia la tuya (I. Errejón), al coincidir estas, debe ceder o apartarse aquella cuyo ejercicio supone un daño insoportable para el ejercicio de la libertad del otro.

El tema es, desde una de las tantas aristas, que no has procurado mi consentimiento para poder ejercer tu libertad en el modo que me afecte, o ni has tomado en cuentan mis intereses. Pero ¿cómo serás capaz de ejercer tu libertad bajo esas condiciones de insalubridad o peligro sanitario? Quizá tu las aceptas, pero, no implica que el otro sí; pero, si aún tratas de abrir espacio a tu reclamo, ¿no estarás imponiendo tu libertad al otro que sobre sí es igualmente soberano y que no acepta las consecuencias dañinas del ejercicio de tu libertad en él? Entonces, ¿cuál es la diferencia que postulas al negarte a las medidas contra la emergencia sanitaria bajo la etiqueta de la “libertad”?

¿Qué justifica que tu interés posición tiene un valor mayor que la del otro? se trata, a su vez, de obstaculizar lo que otros no han en sí aceptado. No eres el único individuo; seguro los demás decidieron por sí colocarse, por ejemplo, las máscaras y/o optaron por la vacuna, es decir, ser precavidos y confiar. Ellos decidieron, así como otros decidieron por delegación los temas sanitarios al Estado para reducir el daño a su libertad o condiciones para el ejercicio de esta.

Si todavía buscas forzar el espacio a tu pretensión, entonces, no se trata de qué tipo de liberalismo propugnas. Tu finalidad es diferente. ¿Si no quieres acatar o allanarte a las disposiciones generales sanitarias? Perfecto. Pero, tan pronto pongas un píe en la esfera pública donde estamos los demás, no debemos aceptar tu reclamo a que acomodemos indiscriminadamente tu rechazo a aquello que nos puede beneficiar, cuando tu reclamo – en efecto – nos puede dañar. No podemos acomodarte sin que los demás puedan decidir y asumir las consecuencias de aquellas, de lo contrario no se trata de la “libertad”, sino de la tuya a costa de otros y a costa de que no tengamos las condiciones para disfrutarla.