Esta columna se ha publicado durante 42 años, con muy escasas y reducidas interrupciones. Nació un día de septiembre de 1978 como una obligación fija después de tres años de haber gozado de un espacio semanal en el suplemento sabatino de El Caribe, sobre temas económicos y en especial sobre la industria azucarera, que entonces era la fuente principal del país como generadora de empleo y divisas. Cuando acepté el nombramiento como director general de CORDE, en noviembre de 1986, a la sazón uno de los cargos más apetecidos de la administración pública, suspendí su publicación de común acuerdo con Germán Ornes, el director del periódico, para no contaminarla de prejuicios políticos y conscientes ambos, de que muy pronto retornaría, como ocurrió dos meses más tarde al renunciar a la posición.
En aquellos días los reporteros y redactores no tenían cabida en las páginas de opinión de los diarios y fue Ornes quien me pidió que aceptara el compromiso de escribir diariamente una columna, abriéndome un lugar fijo en la parte superior de la página vecina a la del editorial, reservada entonces a análisis de periodistas y periódicos extranjeros.
Mantenerla no ha sido tarea fácil ni tampoco complicada. La dificulta siempre ha sido el tema del día y me he empeñado en todo ese tiempo en no caer en el vicio de empantanarme en uno solo, en la creencia de que un buen diario debe llenar las expectativas temáticas de una sociedad democrática en la que la uniformidad de opinión embrutece y lesiona el derecho a la diversidad de opinión. Me he cuidado también de evitar la tentación de creerme dueño de verdad alguna, lo cual creo haber logrado.
El único mérito que reclamo después de dos décadas y media de publicación, es que en esta columna nadie ha sido difamado, como nadie tampoco se ha visto necesitado de ir a un tribunal para reclamar respeto a la dignidad y honra de los lectores.