En 1985, como director ejecutivo del capítulo dominicano del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICYP), algo así como el CONEP continental, me tocó acompañar a Carlos Morales Troncoso, entonces presidente de Gulf+Western Americas Corporation, a una asamblea anual en Ciudad de Panamá. La cita tenía como propósito unificar los puntos de vistas del empresariado latinoamericano sobre temas fundamentales relacionados con la libre empresa y otros valores democráticos, ante la tendencia estatista en boga entonces en algunos países de la región.
El líder de los empresarios panameños era el presidente de la filial de Pepsi Cola, uno de los hombres más ricos del país. Como era usual, y probablemente sigue siéndolo, en reuniones de ese tipo, el programa incluía un cóctel de bienvenida y una recepción final para celebrar los acuerdos. Los panameños incluyeron una novedad. El programa tenía un almuerzo en el Country Club a nombre del consorcio empresarial más importante, la cúpula del sector privado. La novedad no estaba únicamente en el agasajo extra. Lo impresionante era el menú y a nombre de quién se ofrecía. No había caviar, ni champán, ni el rico y variado menú del coctel de la noche anterior. En la mesa figuraba una inmensa olla con un humeante y sabroso mondongo, con la receta de uno de los empresarios, directivo del exclusivo Club de los Mondongueros.
No había visto cosa igual, lo confieso. Ni tampoco recuerdo haber presenciado a tantos hombres adinerados, dueños de aviones y yates, disfrutar tanto de un almuerzo. El culto al mondongo alcanzaba esa tarde el más alto escalafón, lo cual explicaba la ausencia de muchos de los delegados a la recepción de clausura esa misma noche. De regreso en el avión, le comenté a Morales la idea de una iniciativa similar. La idea le gustó. El problema, dijo, era hallar a quien propusiera un altar a ese exquisito manjar de tripas.