En la América continental encontramos innumerables veces este culto con variaciones o variantes tipológicas, en grupos patriarcales y matriarcales arcaicos y hasta modernos. Pero el modo ficcional y narrativo de El Código Da Vinci no justifica la imagen de un culto a la divinidad femenina caracterizado como fundamento coherente de una razón histórica y metahistórica motivada o promovida como origen o principio de todas las cosas. La religión del Padre, eclipsó la religión de la Madre. El Padre-autoridad derribó a la Madre-autoridad, creándose así una división del mundo y de sus instancias regeneradoras.

En Grecia, Egipto y en la India, lo femenino era considerado como necesidad y orden del mundo. Así,  en algunos preudoepígrafos o evangelios apócrifos, se hace visible una perspectiva integradora de dos principios bajo la androginia practicada como conjunción divina. Reinas, diosas, magas, madres y sacerdotisas, constituyeron implícita y explícitamente una coralidad resistente en el dinamismo político-social y económico de una visión integrada del cuerpo revelado y rebelado de la tradición occidental, oriental, medio-oriental, y otras que han propiciado una interpretación del mito, el arte y la religión. (Ver, para una comprensión más dinámica del fenómeno Ananda K. Coomaraswamy : La danza de Śiva. Ensayos sobre arte y cultura india, Eds. Siruela, Madrid, 1996)

En su ya conocida Historia de las creencias y las ideas religiosas (Vol. 1, 1999), Mircea Eliade explica la significación de las diosas griegas como signos y símbolos de una fecundidad universal:

“En cualquier caso, los griegos hicieron sufrir a la diosa de Argos una transformación radical, aunque todavía es posible señalar algunos de sus rasgos originarios.  Como la mayor parte de las diosas egeas y asiáticas, Hera aparece como una diosa de la fecundidad universal, no sólo del matrimonio. Si bien algunos investigadores han rechazado la hipótesis de una Hera-Tierra Madre, resulta difícil de explicar de otro modo el hecho de que se hable de un hieros gamos con Zeus… en cierto número de lugares…” (Véase, Mircea Eliade: Historia de las creencias y las ideas religiosas, Eds. Paidós, Barcelona, pp. 357-358)

En la misma página 358, el historiador de las religiones de origen rumano, explicando algunas funciones propias de divinidades femeninas, nos dice lo siguiente, a propósito de Artemis:

“El nombre de Artemis, atestiguado bajo la forma Artimis en una inscripción de Lidia, indica su origen oriental. Es evidente el carácter arcaico de esta diosa, que es ante todo la Señora de las fieras por excelencia… lo que indica que es a la vez una divinidad apasionada por la caza y protectora de las fieras…” (loc. cit.)

El espacio de los misterios paganos y sagrados generó una visión de lo femenino integrada a las transformaciones corporales y específicamente sexuales. La sexualidad de los santos y la psicología de los extasiados revela los ejes de una conciencia de lo sagrado y lo profano, habida cuenta de la aceptación que el iniciado y las generaciones divinas movilizan a partir de actos soberanos de creación y herencia primordiales.

El cuerpo de la diosa ha sido históricamente castigado y a la vez sacrificado en una cadena de subyugación simbólica, unido a fórmulas rituales pertenecientes a culturas y tradiciones europeas y extraeuropeas. Según Simon Cox:

“En la Europa Medieval muchas miles de mujeres fueron quemadas en la hoguera a causa de la llamada brujería. En realidad esta cruzada contra lo femenino fue emprendida una vez más para suprimir el brote de la independencia y el poder femeninos y para subyugar la veneración de la diosa que iba ganando impulso sin parar… Desde tiempos antiguos se ha asociado a la diosa con la luna. Esta relación se halla íntimamente relacionada con los ciclos corporales de la mujer y con los ciclos lunares, así como también con el hecho de que nuestro satélite tiene tres fases: creciente, llena y menguante, que corresponden a las tres fases de la diosa: soltera, madre y vieja. Cada una de estas fases de la diosa tenía un distinto propósito y un diferente valor. La soltera representaba la juventud, la sexualidad y el vigor; la madre, la encarnación del poder femenino, la fertilidad y el impulso alimentador, la vieja, la experiencia, la comisión y, sobre todo, la sabiduría”. (Ver, Simon Cox: Diccionario del Código da Vinci, Ed. EDAF, Madrid, 2004, pp. 66-67).

El valor que se le atribuye al culto de la divinidad femenina en El Código da Vinci participa de una concepción del autor sobre la visión que tiene de lo femenino. Pues gran parte de la admiración que Brown tiene por la diosa se revela por el respeto a su mujer y principalmente a su madre.  El estudio de lo femenino en el arte y a través de las obras de arte se expresa en los agradecimientos que constituyen, en esta   novela, un testimonio visible de dependencia del autor con la madre y con la esposa. Por lo tanto, el agradecimiento no es fortuito, sino que la misma forma parte de un proyecto que involucra al escritor y a sus iluminadoras de vida:

“… en una novela que le debe tanto a la divinidad femenina, sería un olvido imperdonable que no mencionara a las extraordinarias mujeres que han iluminado mi  vida. En primer lugar, a mi madre Connie Brown, también apasionada de la escritura, música y modelo a seguir. Y a mi esposa, Blythe, historiadora del arte, pintora, editora todoterreno y, sin duda, la mujer con más talento que he conocido en mi vida. (Dan Brown: El Código da Vinci, p. 10, Traducción española).