Una de las ideas griegas que rondan en esta nuestra cabeza es la del “cuidado de sí”. No vivimos de cualquier manera, sino que la manera de vivir plenamente humana es la de la vida ordenada. La sensación de orden, el principio de orden es una idea reguladora que le da sentido a nuestras vidas en la medida en que nos obliga a la proyección de nuestro ser y a la rememoración del pasado.
Ciertamente que desde el discurso filosófico debemos atribuir a Sócrates esta insistencia en un principio de orden de la vida a través del cuidado de sí. En el giro antropológico, que para mí es fruto del pragmatismo sofista por la vida útil, Sócrates le da un nuevo vuelo al arte de preguntar, un nuevo objetivo fundamental y trascendente: la perfección de sí a través del ejercicio virtuoso de la razón. Pierre Hadot y Michel Foucault han insistido notablemente en que la filosofía para el mundo griego fue una especie de soteriología, esto es, el conocimiento era la manera más útil para obtener la salvación de la propia alma. Hadot habla del quehacer filosófico como unos “ejercicios espirituales” en la que el alma aprende a observar en sí misma el camino verdadero del ser, de la felicidad. Foucault es quien acuña la expresión “cuidado de sí” para este estilo de vida reflexionada. Una vez más Sócrates: “La vida no reflexionada es una vida no vivida”.
Pero no solo el filósofo estaba llamado al cuidado de sí a través del conocimiento, sino que todo ciudadano griego estaba conminado a esta mirada sobre sí mismo, la cultura lo facilitaba más allá de las escuelas filosóficas a través del arte dramática y de la poesía. Tanto la tragedia como la comedia griega buscaban la catarsis en el espectador. El espectador que vivía imaginativamente la tragedia de Edipo, por decir una, experimentaba en “cuerpo propio” las consecuencias del destino y las acciones humanas. Cada vuelo imaginativo era una apuesta a nuevos modos de ser, más pulcros como efectos de la mayor reflexión sobre sí mismo. Igualmente, los poemas homéricos eran una invitación a la conquista de sí.
Un gran axioma se decanta de este principio de orden interior a través del conocimiento en el mundo griego, podemos formularlo de este modo: para ser bueno no es necesaria la intervención divina. Aristóteles es el punto más alto en la concreción de este axioma. Para el estagirita, la virtud (el hábito personal como fruto de la acción repetida cuyo fin es bueno) era la fuente de la bondad y, por tanto, de la felicidad. La vida virtuosa es la vida feliz. En otras palabras, la felicidad en Aristóteles es una actividad de perfección de lo más propio en el ser humano: la razón. En este sentido, el cuidado de sí debía traducirse en un ejercicio práctico de perfección racional, de dominio de las facultades inferiores por aquella que nos distinguía del resto de los animales. Ser animal racional es esto: el dominio de la razón sobre las partes instintivas.
En nuestra cultura actual el cuidado de sí ha pasado de la ética a la estética. Cuidado de sí ya no posee esa resonancia ética de cultivo interior, sino de mirada sobre el cuerpo y su constante aparecer. Lo bello está en la superficie, como un rumor de ser que se moviliza al compás del todo. Lo que importa es incorporarse a lo publicitado, a lo que está a la moda y deviene efímero por su inconsistencia. Incluso, el trabajo sobre el cuerpo propio ya no es por fines ético-cognoscitivos, sino estéticos.
La inconsistencia de lo estético, lo efímero de la sensibilidad del espectáculo y de la bulla multitudinaria no aquilata el ser porque no provoca catarsis, sino vaga vivencia del estar-ahí y ser partícipe de una euforia colectiva. La cultura del espectáculo es enemiga del cuidado de sí e impone un vivir conforme a los apetitos sensibles que solo es declive de sí mismo.
La recuperación del cuidado de sí en la sociedad del espectáculo es un desafío cultural que puede incidir en los demás órdenes de la vida social. Hay un malestar en la cultura.