Indagando sobre la intensificación del uso del cuerpo de la mujer como pancarta o bien como objeto de promoción del poder y la posesión en los medios públicos, espectáculos y campañas; en cómo estas conductas promueven el físico como medio para lograr ambiciones y se tergiversa con ella la idea de la juventud con respecto a las conductas de la conquista, las relaciones personales y la ambición, uno tiende a pensar en derivaciones infinitas. Surgen preguntas… ¿Qué papel juego yo en todo esto? ¿Qué quiero para mis hijos? ¿Por qué como mujer me siento molesta ante estas situaciones? ¿Qué nos hace pensar que una situación específica sea un mal uso de ese cuerpo?
Todo tema que nos afecta, cae sobre el peso de la formación humana que hemos adquirido a través de los años. Formación que fue responsabilidad de nuestros padres, donde se construyó la zapata y que se continúa forjando con el paso de los días mientras nos volvemos unos viejos cascarrabias. Eso marca profundamente aquello que vemos como bueno o como malo y genera en la colectividad, infinidad de opiniones, muchas veces encontradas.
El cuerpo, como contenedor de cada individuo, es el envase que nos facilita los medios para la ejecución de las capacidades intelectuales adquiridas a través del tiempo. El cuerpo nos representa en los quehaceres de la mente, dicho de manera básica y simple sin cuerpo no hay mente, porque el individuo pensante es también carne y hueso.
El sexo, el placer, así como el ejercitarse, usar vestimenta y todas las demás acciones que recaen sobre el cuerpo físico, tienen también una denotación psicológica. Cuando se utiliza el cuerpo como medio para la ejecución de una actividad irracional, previamente se ejecutó un pensamiento y fue seguido. Nadie usa el cuerpo sin ejercitar su yo intelectual. Es por eso la importancia fundamental de la educación para el ser, porque es solo en base a esta que podemos tomar decisiones acertadas (o menos erradas).
Bailar no es malo, de hecho, se sabe que las personas que bailan son más felices que el resto. Bailar con poca ropa en un evento público (el tema en cuestión impacta a la sociedad) es una decisión que antes de ser ejecutada se piensa y se accede a la misma casi siempre (porque el placer no se negocia) por una necesidad económica. Entonces, no tiene la culpa esa mujer, quien tomó una decisión que sin saberlo afecta el colectivo femenino y nuestra valoración en la sociedad. Tiene la culpa la base educativa a la cual esta fue expuesta durante su vida, compuesta por dos fases primordiales, la educación de hogar y la escolaridad. Quien se presta a esto, es sencillamente una víctima de la sociedad manejada por gobiernos que cultivan la desigualdad, lo que genera trabas a la educación para perpetúa la ignorancia.
Del cuerpo, de un simple cuerpo individual tomando una decisión, damos un gran salto hasta cuerpo que nos convoca a todas como género femenino, de allí, al cuerpo colectivo que nos integra como sociedad en proceso de cambios constantes y no necesariamente siempre positivos.