– “Haz bien y no mires a quién”- sermoneó el catequista durante la clase dominical.

Alto, fornido, Cuauhtémoc, tataranieto de iroqueses y de mohicanos, parecía un roble joven antes de caer la tarde. Llevaba tres meses estudiando el catecismo y todavía se encontraba demasiado confundido, tanto o más de lo que están hoy día los estadounidenses después de que Donaldo Trump se les coló por la tangente de los votos electorales, dándole el palo de la gata a Hilaria Clinton.

– “Haz bien y no mires a quién”- repitió el catequista como si fuera otro Paul Harris en un club rotario.

– Somos el único país en la bolita del mundo, junto al Canadá, que dedica oficialmente un día al año  para dar gracias. Esta tradición proviene del año 1621, cuando llegaron a Plymouth, Massachusetts, los peregrinos europeos huyéndole a la persecución religiosa que bullía en Inglaterra- decretó el catequista desde el púlpito.

– Profe… ¿y por qué siempre cae esta celebración el tercer jueves de noviembre, si ese día está dedicado a Júpiter?- preguntó Karen, una joven descendiente de irlandeses que se sentaba junto a Cuauhtémoc 

– Porque noviembre era el mes en que se recogían las cosechas- interceptó el profesor- y las guardaban durante todo el invierno. De hecho, lo que hicieron los peregrinos fue dar gracias por esa cosecha, lo cual culminaba sus trabajos, pues para ellos ese era el final del año.

-La imagen de los peregrinos compartiendo con los nativos- añadió el catequista- es el símbolo del "melting pot" (mezcla de tradiciones) que caracteriza al pueblo estadounidense, aunque Donaldo Trump piense todo lo contrario.

– Por lo menos en apariencia- ripostó Karen- porque aquí vivimos todos juntos pero divididos como cuando llegaron los peregrinos.

– Profe- levantó la mano Cuauhtémoc- ¿pero quién fue el que invitó a quién a esa cena?

– Los peregrinos, por supuesto- ripostó el catequista. Ellos eran los dueños de la cosecha.

– ¿Los peregrinos? ¿Y de dónde sacaron ellos todas esas semillas para sembrar esa cosecha? No me diga que las trajeron del otro lado del charco, porque así se hubieran hundido. Cuéntenos el cuento tal como fue.

– Bueno, de acuerdo a la tradición fueron ellos los que invitaron a los nativos a compartir los pavos, el maíz, las nueces y las batatas dulces- reafirmó el maestro. El cacique Massasoit de la tribu de los Wamapanoag acudió con toda su tribu a la cena.

– ¿Y quién fue el que se inventó esa historia?- preguntó Karen- ¿De dónde sacaron las batatas dulces y el maíz? Aquí lo que había eran pato.