El Cristianismo anticristiano

 

El origen del cristianismo es la afirmación de la vida a través del no matar, lo que hace emerger al ser humano como sujeto. Esta doctrina iba a promover una convivencia que afirma la vida humana sin pasar por sacrificios humanos. El pasaje del sacrificio de su hijo por parte de Abraham sería el texto judaico que iluminará toda esta reflexión sobre la abolición de sacrificios humanos y el valor por la vida consignada en el no matarás.

El cristianismo, por su tradición judía, tiene una corporeidad que es ámbito de la justicia pues todo el antiguo testamento es una reflexión acerca de la justicia. En cuanto sale de la religión judía y se constituye como religión universal, desarrolla igualmente un pensamiento de no-sacrificialidad universal y todo el nuevo testamento será una reflexión sobre el amor y la valoración del ser humano como sujeto. Ya no debe haber ningún sacrificio, y la vida se afirma por medio del no matar. El cristianismo va a desarrollar la imaginación de una humanidad más allá de todos los sacrificios humanos, y lo hace con la figura del reino de Dios.

El cristianismo surge como una posición de no sacrificialidad en función de la trasformación de este mundo. Este cristianismo es sumamente pacífico. La transformación de la sociedad la busca por medio de la conversión de las personas.

Aun siendo forjada desde la pasividad, el cristianismo luego se transforma en la religión más agresiva de la historia con una agresividad trascendentalizada apadrinada por la relación con el Imperio Romano.

La no-sacrificialidad, un mundo sin sacrificios, es transformada en meta de la propia agresividad humana. La conversión pacífica es sustituida por la conversión militante. Ahora, sin embargo, es transformada en el móvil de la persecución de todos los no-cristianos como sacrificadores de la vida humana cuya derrota violenta es condición necesaria para asegurar la paz de relaciones sin sacrificialidad. Ante el favor del imperio el cristianismo se iba a desnaturalizar por completo.

Este es el cristianismo en cuyo nombre se hace la historia del imperio Romano. Percibe a todos sus enemigos como sacrificadores que persiguen utopías falsas, a las cuales hay que derrotar para que venga la gran utopía de las relaciones humanas sin sacrificios. De esta manera toda matanza adquiere sacralidad, es resultado de un imperativo categórico, es intervención humanitaria.

Es bien comprensible que el imperio asumiera este tipo de cristianismo y que lo fomentara. Con todo, esa victoria del cristianismo fue justamente su gran derrota pues contra este modelo cristiano es que se va a erigir toda la crítica moderna acerca de la religión.

El cristianismo, evidentemente, ha cambiado y ha procurado volver a sus orígenes fundantes, a la pasividad. Pero parece que existen cristianos que permanecen en el modelo antiguo y se manifiestan apoyando la masacre humana que se lleva a cabo en la franja de Gaza entre Israelitas y palestinos.

Hoy, el papel jugado por el Cristianismo y el Imperio Romano lo juega Israel con el nuevo Imperio de los Estados Unidos, con la diferencia de que la relación no es religiosa, sino militar y armamentista.

Ahora este antisacrificialismo aparece como ideología de los imperios liberales, sustituyendo la no-sacrificialidad del reino de Dios por los derechos humanos.

Pero en defensa de los Derechos Humanos se arrojan bombas sobre territorios diversos, considerándolas como “intervención humanitaria”.

Si musulmanes y judíos no dan el paso hacia la pasividad y no sacralidad de la violencia, Gaza seguirá siendo lo que hasta ahora ha sido: la peor metáfora de lo que significó el cristianismo anticristiano.