Para 1851 la comunidad internacional se encaminaba hacia un nuevo modelo de relaciones internacionales que superara el ius bellum e instaurara un derecho internacional fundamentado en la cooperación internacional, cuestión que materializara casi un siglo después con la irrupción de la efímera Liga de las Naciones y posterior Organización de las Naciones Unidas. Europa no solo había sido testigo de la destrucción de sus aparatos productivos por las constantes guerras intestinas entre sus pueblos, sino también del surgimiento y expansión de enfermedades, tales como el cólera,, la peste y la fiebre amarilla que diezmaron su población.

Convencidos de que las condiciones de insalubridad en la vieja Europa devenía en caldo de cultivo que hacía posible el surgimiento de las enfermedades, y su posterior transmisión hacia otras regiones del mundo; los Estados empezaron a mostrar preocupaciones entre ellos y fomentar la adopción de medidas que evitaran la propagación de las enfermedades. Es ese contexto, que se realizan en Paris, Francia, el 23 de julio del 1851, las primeras conferencias sanitarias internacionales para estimular acciones que propendieran la limitación de las enfermedades, y aceleraran el comercio y los viajes internacionales.

Tempranamente, las naciones concluyeron que de manera aislada, al igual que hoy, no era posible hacer frente a las enfermedades por lo que se requería de la cooperación internacional en materia de salud. Ante el llamado de cooperación, los Estados de nuestro hemisferio constituyeron en Washington, en 1902 la Oficina Sanitaria Panamericana, y cinco años después se constituirá en Paris una oficina internacional de salubridad pública, en cuyos objetivos estaban “informar sobre la propagación de enfermedades de cuarentena y métodos de combatirlas, así como de armonizar las medidas de cuarentena en los países participantes”.

Reunidos en New York en 1946, la Conferencia Internacional de la Salud, dio paso al surgimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a la que se le transfirieron las funciones de la Organización de la Salud de la Liga de las Naciones, cuyo propósito seria la atención de todos los pueblos en el nivel más alto posible de salud, y sus funciones la prevención de enfermedades, dictar medidas higiénicas y sanitarias, el control de epidemias, entre otras.

Hoy, cuando el Covid-19 ha convertido al mundo en “una gran sala de hospital”, amenazando con diezmar el aparato productivo de los pueblos o al menos afectarlos significativamente e impactar seriamente en sus poblaciones ha vuelto a colocar en primeros planos los problemas de salud, los frágiles y decadentes sistemas sanitarios de nuestros pueblos, haciendo colapsar sistemas sanitarios en países desarrollados, 3 274 747, casos confirmados a nivel global, y  233 792 fallecidos, son datos más que concluyentes de la dimensión de la pandemia.

Al igual que ayer, las naciones del mundo vuelven a concluir en la necesidad de hacer de la cooperación internacional en materia de salud, el principal instrumento de combate de la pandemia que nos abruma; de ahí que Jefes de Estado y dirigentes sanitarios mundiales hayan suscrito un compromiso de colaboración para acelerar el desarrollo y la producción de nuevas vacunas, pruebas y tratamientos contra el COVID-19. El Dr. Tedros Anhadom Ghegreyesus, Director General de la Organización Mundial de la Salud ha dicho que: “Solo detendremos la COVID-19 si somos solidarios… Los países, los asociados en el ámbito de la salud, los fabricantes y el sector privado deben actuar juntos para que los frutos de la ciencia y la investigación beneficien a todas las personas”.

Si una lección de vida ha de dejarnos el Covid-19, es la reiteración de que las enfermedades no tienen fronteras, color, sexo o condición social, y por tanto su corolario debería ser que para su enfrentamiento, tampoco existan las fronteras.