Tronó su voz presidencial y se nos hinchó el pecho. Celebran quienes le pedían “pantalones”. Justo era, dicen, que terminara de sacar la cara por los dominicanos. Nos montamos en una ola de orgullo patrio que tiene a la vez fundamento y absurdo. Lo que no entendemos es que la pasión no puede ser quien guíe al Estado.

El ataque, frente al mandatario, llamaba una respuesta enérgica. La CARICOM ha asumido una postura que es poco constructiva. Ésta sirve de mediadora en un proceso de diálogo en curso que ya ha comenzado a dar sus frutos (sino, pregúntenle a los productores de pollos y huevos). Aún así, continúa en su empeño de enfrentar a la República Dominicana en todos los foros posibles. Su ofensiva dificulta la avenencia.

Para entender el intercambio, hay que entender el subtexto. El tema  no se limita a los derechos humanos. De hecho, varios países de la CARICOM han institucionalizado violaciones a los derechos fundamentales. Las relaciones de la CARICOM con la República Dominicana tienen su historia y muchas aristas: diplomáticas, comerciales e incluso de política interior. Así, al hablar de la sentencia se hablaba de mucho más que de la sentencia.

Lo que evidentemente no hemos entendido es que todos los Estados (incluyendo el nuestro) violan derechos, y es eso lo que justifica la existencia de los mecanismos supranacionales. Esos mecanismos están allí para todos los dominicanos, incluyendo los afectados por la lamentable sentencia. Preguntémosles, si hay dudas, a los principales voceros del nacional-populismo, que no dudaron en acudir a esa instancia para defender al mayor estafador de la historia contemporánea de la República Dominicana. Claro que entonces cobraban en dólares, abogando en favor del fraude bancario que duplicó el número de dominicanos pobres. Y así se dicen paladines de los sectores más empobrecidos del país.

El discurso, aunque acertado en su objetivo y en su energía, tiene un costo. Así como tuvo grandes verdades, le sobraron imprecisiones. Algunas pueden ser atribuidas a la improvisación. Otras, políticamente rentables, niegan el drama humano previamente reconocido. El amor a la patria no puede pasarle por encima a la dignidad de las personas. No puede cerrar los ojos al modelo promovido por el Estado en su propio beneficio.

Si esa interpretación de la Constitución efectivamente se le impone, esto no le obliga a legitimarla. Si justo es reconocer la racionalidad que le ha caracterizado, lo es igualmente denunciar un discurso que revictimiza.

Cuando pase la euforia, nuestros compatriotas seguirán allí, viendo los lamentables restos de la fiesta que celebró que se dijera, fuerte y frente al continente, “ustedes no son de aquí”.