En la Universidad Autónoma de Santo Domingo nadie gastaba un centavo para escalar posiciones, siendo el prestigio social y el mérito académico, construidos sobre la base de un dilatado ejercicio profesional y una identificación plena con los intereses del pueblo dominicano, las dos condiciones exigidas por el electorado, para depositar su confianza y voto a favor de un aspirante a dirigir cualquier puesto de dirección. Había negociaciones políticas, es cierto, pero nunca se habló de dinero, ni de esa repartición enferma de puestos, que hoy pauta, condiciona y determina el comportamiento de aspirantes y electores.
Junto a los valores académicos, y las cosas buenas que tiene la UASD, se ha desarrollado un mercado paralelo, donde todo se compra y se vende, y hasta las personas más honorables y honestas, tienen su precio establecido en la bolsa de los acreedores que pululan en los corrillos universitarios. ¿Qué se compra? ¿Qué se vende? Se compran votos, apoyos, capacidades para atacar, y derribar moral y socialmente a un competidor peligroso.
Una parte del mundo uasdiano ha devenido en mercancía, fábula, engaño y mentira. Las primeras víctimas son los candidatos a la rectoría que ofrecen al electorado los puestos de la institución, como si fueran de su propiedad, compran candidaturas, con el objetivo de proyectar una supuesta fortaleza, elaboran programas que no se cumplen o son abandonados antes del intento, profundizando así los niveles de impertinencia académica e institucional, sembrando frustraciones en el alma de la gente y postergando para las calendas griegas los cambios necesarios. En verdad, es el camino transitado los últimos treinta y cinco años, y ya se realizan los ensayos y aprestos electorales que nos conducirán a más de lo mismo, y a un nuevo matadero institucional a partir del 2018.
Si ayer se trataba de convencer con ideas, valores y principios, hoy la seducción es a través del valor de uso de las mercancías, cosas u objetos, que cuidadosamente los buscadores de votos colocan en manos de los votantes. Botellas de vino, fiestas, comida, desayuno y cena, al ser consumidos segregan una sustancia, que coloca subliminalmente en el cerebro el nombre de los candidatos donadores. Cuanto más invierte un aspirante, mayores son sus posibilidades de triunfo. ¡Dadme cuarenta millones de pesos y te pondré un rector! Expresión hija de los aires mercantilistas que soplan en la UASD del momento. La aparición de la figura del acreedor es parte del mismo proceso.
Lo que acontece en la universidad es reflejo simplificado de la sociedad del espectáculo, caracterizada por el francés Guy Debord (1967) como la “afirmación de la apariencia” y “la falsa conciencia” o como aquel espacio social donde los sujetos asisten a la pérdida del sentido real de sus vidas, y donde al final se tornan impotentes para distinguir los medios y fines de la propia existencia. Una prueba de esto, es que el dirigente o autoridad, no establece el necesario correlato entre el accionar de cada día, y las normas de la institución.
Antes llegar a rector o a cualquier puesto de dirección era un medio para promover cambios y transformaciones, hoy, se ha convertido en un negocio donde se invierten millones de pesos, y es de suponer que dicha inversión se recupera con creces. Es obvio que este punto es delicado, porque trae consigo muchos males y peligros para la institución, y hasta para la integridad física de las personas que asumen la responsabilidad en estas negociaciones. No hay que ser demasiado inteligente, para concluir que veinte, treinta y hasta cuarenta millones de pesos que se invierten en largas y costosas campañas electorales, no salen del bolsillo de los candidatos, sino de los maletines de los acreedores. Siendo así, urge cambiar la forma de elección de las autoridades, y ya hay una propuesta de la Comisión de Reforma, que dicho sea de paso deber ser discutida y acogida.
Pero no será suficiente, es necesario al mismo tiempo, un cambio profundo de mentalidad en la gente, que ponga seriamente en peligro la cultura del dominicano, que siempre vive esperando que le den comida, que le hagan fiesta, que le compren el voto, que le hagan favores, para luego hipotecar su libertad y perder toda posibilidad de realizar una elección libre. Nadie va a la actividad de un candidato si no hay comida y bebida, en fin, sino organiza innumerables festines o banquetes, a lo largo del territorio nacional, en que se manifiesta la noble, siempre necesaria, misión académica de la UASD. ¿Qué consecuencias trae este comportamiento de los electores, que por lo general son profesores y profesoras? El encarecimiento de las campañas, y por consiguiente la necesidad de los financistas.
Electores, si queremos que la UASD comience a cambiar, no aceptemos falsas promesas, comidas, festines y los puestos de la universidad que deben ser llamados a concurso. Si aún, sabiendo esto, insistimos en la necesidad de degustar una copa de vino, que cada cual pague el costo de lo consumido. Así, seremos más libres, y comenzaremos a pensar seriamente en la posibilidad de que la Universidad Autónoma de Santo Domingo, además de primada de América, un día llegue a ser la primera en calidad académica.