En la gestión del Estado hay dificultades que cuando no se enfrentan adecuadamente en su momento  terminan siendo problemas. Es lo que ha sucedido respecto a la violencia y la criminalidad: no se aprendió de la experiencia ajena y se permitió que lo que era una dificultad en sus inicios se transformara en uno de los problemas más importantes que afecta hoy la convivencia ciudadana.

A pesar de las declaraciones oficiales, el auge de la violencia y la criminalidad no es sólo asunto de percepción: ahí están los datos que lo confirman cuando contabilizamos los muertos en "intercambios de disparos", el incremento de los actos delictivos, el número de feminicidios y el auge del sicariato como evidencia de la consolidación de una industria del crimen organizado en el país.

Según revela la encuesta sobre Cultura Política de la Democracia en República Dominicana, 2010, "la sensación de miedo en la población dominicana es alta y el sentido de inseguridad ciudadana se ha incrementado… los datos indican que el 16.5% de la población encuestada en el 2010 dijo haber sido víctima de algún acto de delincuencia en los últimos doce meses, pero cuando se incluye el dato para las personas víctimas de la delincuencia en el hogar de cada entrevistado, el porcentaje de víctimas ascendió a 27.3%"

Normalmente frente a la criminalidad y la violencia, el cálculo de sus costos implícitos se reduce a lo cuantitativo. Falta la valoración de lo cualitativo respecto al costo social, institucional y humano de este fenómeno que afecta hoy a toda la sociedad, en sus diversos sectores

¿Cuánto le cuesta anualmente al ciudadano lo que debe gastar el Estado en los diversos "programas" que se ejecutan para tratar de disminuir la violencia y la criminalidad, empezando por "Barrio Seguro"?

La necesidad de combatir la criminalidad ha implicado la creación de nuevos organismos, así como la deformación de los existentes, lo que trae consigo la superposición de órganos con funciones similares, que representa un alto costo institucional.

La violencia y la criminalidad tienen también un alto costo social y económico que poco se valora. Además del costo económico de una ciudadanía que busca una vida más segura, ¿cuánto cuesta la seguridad privada que sólo unos pocos pueden pagar para preservar vida y bienes? Disponer de verjas, sistema de alarma, serenos, portones eléctricos y cámaras de seguridad tiene también un alto costo económico.

Pero estamos pagando también un alto costo humano del que nos percatamos poco. Como parte del costo humano de la violencia y la criminalidad hay que contabilizar lo que representa la muerte de un ser querido, así como las secuelas de heridas sufridas en un acto de violencia, tanto físicas como psíquicas.

Pero hay mucho más de pérdida. A causa de la violencia y la criminalidad estamos perdiendo el sentido de la solidaridad humana: tenemos miedo del prójimo. Alguien que solicita ayuda ya no es una persona que necesita de nuestra solidaridad. Lo percibimos como un potencial delincuente que utiliza un truco para un asalto. Junto con la solidaridad perdemos también la  compasión por los demás.

Una madre en los alrededores de la Maternidad, con un niño en brazos, cubierto con una toalla para protegerlo de la lluvia, no mueve a la compasión solidaria, sino al temor.

A causa de la criminalidad y la violencia, nos estamos haciendo menos humanos.