En la Asociación El Arca trabajamos enfocados en comunicar los beneficios de la inclusión de las personas con discapacidad intelectual. Pero es verdad que además de beneficios, vienen costos. Trabajar con esta población implica mayores gastos que trabajar con personas sin discapacidad intelectual, entre otras cosas porque raras veces este tipo de situación viene sola. En la comunidad de Buenos Aires de Herrera, donde están basados nuestros hogares, por ejemplo, viven personas que además tienen fallas cardíacas, escasa movilidad, y, gracias a que algunos han podido vivir muchos años, también problemas asociados al avance de los años, como diabetes tipo 2, problemas de visión o de hipertensión.
Pero son costos que muchos estamos dispuestos a asumir por el reconocimiento de la humanidad compartida y por uno mismo ser capaz de mayor aceptación. El discurso tiende a ser positivo, centrado en lo rescatable. Raras veces se hace referencia a ejemplos contundentes de los altos costos que conlleva la discriminación. Lamentablemente, el asesinato de George Floyd, fruto de los prejuicios y en momentos de vulnerabilidad colectiva, es justo esa oportunidad.
Desde el principio del confinamiento, el economista Jacques Attali alertó sobre la posibilidad de descontento social que se podría presentar en EEUU como consecuencia de la parálisis económica, dado que ese país tiene un sistema social más deficiente que el de muchos países europeos y que existe mucha permisividad con el porte de armas. Tal como él predijo, la insatisfacción se hizo manifiesta, penosamente bajo el manto habitual del racismo, con sus causas habituales de miedo, desconfianza, ira y dolor entre negros y blancos en los EEUU.
Desde entonces muchas figuras públicas y privadas, a través de medios tradicionales y de las redes sociales, han realizado numerosas declaraciones, en general de identificación con el sentimiento de frustración con un sistema policial y judicial que ha sido discriminatorio a través del tiempo. Algunos han ido más lejos, llevando las palabras a la acción y realizando protestas donde miles de personas han expuesto su salud al reagruparse para expresar su descontento. Independientemente de los casos de pillaje y saqueo que se registraron en varias ciudades, la cuenta final de la falta de inclusión será estratosférica. En 1992, fruto de la amnistía a policías blancos que habían golpeado a un conductor negro, Rodney King, las manifestaciones públicas fueron tan violentas que provocaron pérdidas por 1,000 millones de dólares. Complicado por el hecho de que no ha habido grandes mejorías, añadiéndole los gastos de salud y ajustando a la inflación, esto tendrá un impacto económico sensible en los Estados Unidos. En otras palabras, sale caro vivir en una sociedad racista.
Por ello, desde el primer domingo de protestas, muchas empresas hicieron claros sus llamados a un sistema más inclusivo. Entidades con negocios tan disímiles como Apple, Netflix, L’Oreal, Nike, McDonald’s o hasta un fabricante de piezas para el baño dejaron explícito su rechazo a las diferentes formas en que todavía se perpetua la segregación. El fabricante de helado Ben & Jerry lo expresó de la manera más radical: Hay que desmantelar la supremacía blanca. Si bien ciertos autores han cuestionado el nivel de compromiso que conllevan estas declaraciones, es indiscutible que hoy día el activismo no viene solo de parte los que sufren la injusticia. De hecho, hasta dos generales han reconocido la necesidad de actuar con respeto por los derechos civiles. El panorama, que se siente tan doloroso cuando se leen las últimas palabras de George Floyd, tan lleno de ira cuando se escucha a Tamika Mallory, o tan lleno de miedo y arrogancia cuando hablan ciertos blancos, es mejor de lo que creemos. En sesenta años ha habido inclusión en la lucha por la aceptación de la diversidad. Con respecto a la lucha de los derechos civiles de los años sesenta, hoy día el número, la variedad y la composición de los actores que se manifiestan a favor de la justicia es más amplia. Hoy día son más personas dispuestas a combatir el alto costo de la discriminación.