Un barbero me cuenta por el correo electrónico  que un florista fue a cortarse el pelo en su negocio.  Cuando le pidió la cuenta le contestó: “No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo servicio comunitario”. Cuando fue a abrir el negocio, a la mañana siguiente, había una nota de agradecimiento y una docena de rosas en la puerta. Luego entró un panadero y por la misma razón se negó a cobrarle.

A la mañana siguiente había otra nota de agradecimiento y una docena de donas esperándolo en la puerta. Más tarde, fue un profesor. Al abrir la peluquería al día siguiente encontró una docena de diferentes libros, acerca de cómo mejorar los negocios y  volverse exitoso.

Ese mismo día le visitó un senador y cuando fue a pagar el peluquero nuevamente dijo: “No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo servicio comunitario”.

Al día siguiente cuando el peluquero fue a abrir el local, había una docena de senadores, 10 diputados, 15 concejales, el alcalde con sus secretarios, la esposa del alcalde y seis  hijos, haciendo cola para cortarse gratis.

En su correo, el peluquero me dice  que esa experiencia personal le muestra la diferencia fundamental que existe entre los ciudadanos comunes y los miembros del "honesto" (las comillas no son mías) grupo de ciudadanos que gobiernan en nuestros países, para recomendar a seguidas que en las  próximas elecciones, se vote con cuidado y se elija con conciencia. Porque al final, según él, los ciudadanos deciden, ya que en su opinión, no necesariamente la mía, “el ladrón vulgar te roba el dinero, el reloj, la cadena, el celular y cualquier bagatela más, mientras que  el político nos roba la salud, la vivienda, la educación, la jubilación, la pensión, la recreación, el trabajo, las ganas y hasta la  conciencia”.

Y concluye diciéndome que el primer ladrón elige a su víctima, pero el segundo lo eligen los ciudadanos. Confieso que no sé cómo responderle al peluquero.