Muchas teorías conspirativas se han tejido en torno al surgimiento de la pandemia del coronavirus o COVID-19. La principal teoría que se ha propagado es que: el virus fue creado por los chinos para destruir la economía mundial, y así apuntalarse como la primera potencia económica del planeta. Sin embargo, un sinnúmero de artículos científicos ha descartado esa posibilidad.

La principal clave geopolítica que nos señala esta pandemia es que el capitalismo financiero y el neoliberalismo están heridos de muerte. Esta pandemia ha pulverizado esa narrativa falaz del neoliberalismo de que la mano invisible del mercado lo puede resolver todo, y el que el individualismo y la hiperproductividad son valores intrínsecos del ser humano. Por tal razón, un sistema colectivista, solidario, donde el Estado garantice derechos fundamentales va en contra de la naturaleza humana. Esa ha sido la lógica discursiva del capitalismo financiero y de las élites que se han enriquecido a costa de la destrucción del tejido social planetario. Millones de personas en todo el mundo ha comprado esa fabula, sin embargo, ante esta realidad inexorable han quedado a merced de la barbarie económica y social que ha desplegado el neoliberalismo durante las últimas décadas, y ahora todos piden al unísono no la mano invisible del mercado, sino al Estado protector para salvaguardar sus riquezas e intereses a expensas de las grandes mayorías.

Esta pandemia encuentra a la principal potencia mundial empantanada en como brindar una respuesta efectiva ante esta terrible crisis sanitaria. En este instante, la mayoría de los analistas se preguntan si esta situación es un reflejo de los niveles de decadencia a escala planetaria, que se vienen reflejando desde hace poco más de una década. Uno de los principales pilares del poderío estadounidense ha sido su sistema institucional de gobernanza, algo que ha quedado en tela de juicio, debido a la respuesta tardía de las autoridades ante la llegada inminente de esta pandemia a territorio estadounidense. Los Estados Unidos enfrenta una terrible crisis sanitaria, no solo por una posible sobrecarga del sistema de salud fruto de esta crisis, sino más bien por una cobertura médica vulnerable para la mayoría de los estadounidenses. Por ejemplo, 12 millones de estadounidenses se encuentran sin seguro médico, otros 7 millones podrían perder su seguro médico si pierden sus empleos. Otro factor que añade aún más fragor a la incertidumbre es: el costo de la salud, aquel que quede infectado por esta pandemia podría esperar para el próximo año un incremento promedio de un 40% en su póliza de seguro. Esto resulta ser algo inaudito, que el país más rico de la historia de la humanidad no les garantice cobertura médica gratuita a sus ciudadanos. La realidad es que esto entra bajo la lógica del neoliberalismo, que ve a la salud como una mercancía, que debe regirse por las leyes del mercado y no como un derecho fundamental.

En el ámbito logístico, los Estados Unidos no ha podido dar una respuesta efectiva a la demanda de insumos que necesita el sistema sanitario y la población para hacerle frente a esta terrible pandemia, tales como: mascaras, guantes y ventiladores. En el caso especifico de Nueva York, este estado es el nuevo epicentro de la pandemia a nivel mundial con más de 66 mil casos, al momento de escribir estas líneas, su Gobernador, Andrew Cuomo, dijo que necesitan más de 40 mil ventiladores, ya que solo poseen poco más de 3 mil, estados como Massachussets solo han recibido el 17% de la ayuda solicitada. Esta situación de catástrofe pone en tela juicio la eficiencia del sistema de gestión estadounidense para responder ante crisis de esta magnitud, donde ahora más que nunca el mundo necesita del liderazgo de la mayor potencia planetaria.

El estatus de superpotencia que posee los Estados Unidos desde 1945, se ha construido no solo sobre la base del poder económico y militar, sino también, de igual importancia, sobre la legitimidad que fluye de la gobernanza interna de los Estados Unidos, la provisión de bienes públicos globales y la capacidad y disposición para reunir y coordinar una respuesta global a las crisis. La pandemia del coronavirus está probando los tres elementos del liderazgo estadounidense. Hasta ahora, Washington se está reprobando la prueba.

Ante la ausencia de Washington en brindar una respuesta efectiva a la crisis, Beijing se ha posicionado como el nuevo líder global que brinda una respuesta rápida y efectiva al mundo. De igual manera, Beijing ha mostrado tener un sistema de gobernanza efectivo para responder a crisis de esta magnitud, independientemente de su silencio cómplice que contribuyó de cierta forma a la propagación exponencial del virus por todo el mundo. Sin embargo, ante la incapacidad de Washington de resolver la crisis en su propio territorio, y ante su presencia casi nula en la línea frontal de ayuda internacional. Sin dudas, crean la percepción de que Beijing reúne las condiciones propias del liderazgo geopolítico que necesita el mundo en el siglo XXI, que es basado en la cooperación, no en la imposición.

Durante las últimas dos décadas, Beijing ha venido construyendo una diplomacia en base al comercio y la cooperación, que le han permitido establecer lazos en todos los confines del globo terráqueo. Esto ha hecho de Beijing un socio confiable, al que sus socios no le temen porque podría imponer condiciones solo para garantizar sus intereses, sin importar las condiciones del socio en cuestión. Beijing ha vendido una imagen geopolítica, de que no pretende ser una superpotencia que impone sus intereses sobre cualquier circunstancia, algo que la diferencia de forma sustancial de Washington. En medio de la crisis actual, Beijing está sirviendo de soporte al mundo en la producción y en las materias primas de medicamentos para tratar el virus, esto posiciona al gigante asiático como el líder global indispensable y confiable ante esta terrible pandemia.   

La nueva ruta de la seda que inició Beijing en todo el mundo con un nuevo ingrediente: la diplomacia de la deuda. Esta iniciativa de cierta forma le ha dado el control económico en distintas regiones del mundo. Por lo tanto, en medio de esta crisis sin paragón, Beijing perderá mucho dinero. Sin embargo, aplicando una política de solidaridad financiera le brindaría réditos económicos y geopolíticos que la posicionarían en la cúspide global, como el hermano mayor que brinda apoyo a los demás en momentos de crisis sin importar el costo. Este tipo de conducta es lo que demanda el mundo en estos momentos tan agónicos.

El escenario geopolítico actual sin dudas quedará reconfigurado para siempre, donde el unilateralismo y las decisiones centrales no dependerán exclusivamente de Occidente, sino que estaremos ante un mundo donde el multilateralismo y la cooperación serán el nuevo modelo de gobernanza global. Hasta el momento Beijing lleva la delantera, si Washington quiere retomar el liderazgo debe despojarse de la arrogancia y retomar su liderazgo con un Plan Marshall adaptado a las realidades del siglo XXI. De lo contrario, estamos ante la presencia del fin de la hegemonía unipolar del imperio del Norte.