De tanto en tanto, el mundo para defenderse de la sobrepoblación que amenaza con destruirlo a base de millones de porquerías que le lanzamos a diario, plásticos, cacas y orines de personas y animales, químicos de todas clases, Co2 por tierra, mar y aire, basuras atómicas y mil suciedades más, se inventa algún que otro virus, bacteria o microbio para defenderse de tales agresiones que alteran su natural forma de ser y, en justa venganza, reducir en lo posible la cantidad de gente que lo pisa y, sobre todo, que lo pisotea.

Antes, con las pestes bubónicas, las viruelas, los cóleras morbo, los tifus exantemáticos, las difterias, las malarias y otras enfermedades contagiosas parecidas, mantenían a la humanidad a raya y hasta la reducían de manera considerable.

Pero ahora, con esto de los avances de la farmacología y la medicina, todas estas plagas a excepción de la malaria en determinadas partes del planeta y algunas otras de menor importancia, el homo algo sapiens las tiene bastante controladas, permitiendo así una enorme multiplicación del llamado género humano.

Pero el planeta tierra no resigna a ser finiquitado de esa manera tan infame por quienes ha creado y cada cierto tiempo nos manda alguna retaliación en forma de virus letal para intentar frenar su progresiva extinción, si bien por ahora no lo está consiguiendo.

Ahora, le toca al ¨coronavirus¨ ese que tiene a media humanidad asustada a la vez que entretenida comprando mascarillas, recluida en sus casas, faltando a su trabajo, y leyendo u oyendo las noticias más o menos alarmistas al respecto, pues los medios de comunicación suelen darse tremendos festines editoriales con esos temas tan tremendistas, pues tienen durante un buen tiempo una audiencia asegurada, hasta que ésta, cansada o agotada, vuelve de nuevo a sus novelas o programas deportivos.

Como ya viene siendo costumbre, el ¨coronavirus¨ en su versión amenazadora de ahora aparece por Asia, donde cientos de millones de personas y animales se aglomeran sin demasiadas normas de control sanitario y es más fácil producirlo de manera espontánea.

Este en concreto, aparece en la inmensa China, donde ya ha matado  casi a un par de cientos de personas de los 1.400 millones que la habitan (una por cada siete de ellos) y parece que quiere extenderse por todos los países por medio de las salivas del diario hablar, de los cálidos besos, o de los ruidosos estornudos.

En realidad no deberíamos alarmarnos tanto.

Si estimamos que producirá medio millar de fallecidos antes de que aparezca la vacuna que lo controle, divididos entre los casi ocho mil millones de habitantes que estamos en la Tierra, tenemos la probabilidad de un caso de muerte por cada quince millones.

Claro que al que ha tenido  la desgracia de sucumbir a sus efectos más malignos, maldita la gracia que pueden hacer estos datos estadísticos.

Pero en los laboratorios, los científicos ya están buscando febrilmente una vacuna para combatirlo y dejar por un tiempo tranquilas a las personas y también tranquilos a los bolsillos de los dueños de las empresas que los fabrican que buenos billetes se van a embolsar por esa benemérita tarea.

¿Cuánto durará el asunto del coronavirus de marras hasta que lo reduzcan a solo un animal peligroso más enjaulado de laboratorio? Las experiencias recientes de casos similares con las gripes aviarias o porcinas y otras por el estilo, indican que en unos pocos meses el coronavirus será, por fortuna, un periódico de ayer, el de la canción de Salomé.

Al menos eso esperamos, porque después de los agitados finales de la liga de beisbol, nos merecemos un buen descanso de mente.