Estos párrafos intentan a vuelo de pájaro, exponer algunas de mis ideas sobre el significado metafórico y científico de dos órganos fundamentales para la existencia humana: el cerebro y el corazón; los han motivado observaciones que el colega y reconocido neurólogo José Silié ha esbozado en sus artículos dominicales del diario Hoy y que ya han sido comentadas por el también distinguido artista y pensador Jacinto Gimbernard Pellerano.

¿Tiene, o deber tener el corazón un papel protagónico en la condición humana? ¿Es el cerebro la fuente exclusiva del sentir? ¿Le corresponde a la ciencia o a la filosofia proveer los instrumentos necesarios a fin de responder estos cuestionamientos? Biológicamente hablando, es imposible adjudicar tal rol de forma exclusiva a uno u otro órgano ya que tanto las neurociencias como la cardiología han reconocido la interdependencia de ambos en la manutención del equilibrio vital. De hecho, desde hace varias décadas dichas disciplinas han coincidido en una nueva ciencia: la neurocardiología, cuyo propósito es investigar las rutas bidireccionales cerebro-corazón desde las perspectivas molecular, neurológica y fisiológica. Como tal, investigadores plantean la existencia de un "cerebro regulador" dentro del corazón mismo que explicaría la capacidad de este órgano actuar por decisión propia durante muchos de los procesos corporales en que participa.

Como competente neurólogo, el amigo Silié conoce las innumerables condiciones donde su órgano favorito es capaz de maltratar el corazón, siendo la más común las arritmias letales y no letales que afectan las víctimas de un Ictus cerebral, el llamado derrame. Abundan estudios que confirman que el efecto del estrés ambiental en la disfunción cardíaca está modulado por el cerebro; por igual, hay evidencia de que la llamada Muerte Súbita Inexplicada (SUD por sus siglas en inglés) resulta de la sobreactividad del sistema nervioso autonómico, controlado por la materia gris, en una suerte de "muerte cardíaca ordenada por el cerebro". Es decir, en muchas ocasiones el corazón mata por orden del cerebro pero no viceversa.

El "protagonismo" del corazón que aparece en las páginas de mi libro Extrasístoles se corresponde con una tradición histórica presente a través de las civilizaciones: el adjudicar a este órgano el lugar del alma y el sentimiento. Como cardiólogo he tenido la oportunidad de escuchar miles de corazones latir, tocar unos tantos y salvar unos más; pero mi mayor privilegio ha sido armarme de las metáforas que otros –pensadores, filósofos y poetas– construyeron con el corazón. Hay en esta obra una intención de explorar la relación biológica-filosófica entre el pensamiento y la conciencia presumiblemente cerebral, y el sentimiento que se "origina" en el corazón.

En el colofón del libro se expresa lo antes dicho: 'Estos textos han querido cuestionar implícitamente si el alma o el espíritu son una simple pieza más del cuerpo, y de ser ello cierto, ¿dónde se aloja ese rasgo fundamental que nos separa del ser animal: en el corazón o en el cerebro? En múltiples lenguas hablamos de "tener el corazón repleto de dolor", de "hombres de gran corazón" y hasta de "no tener uno corazón". Jamás afirmamos que "tenemos el cerebro lleno de amor" y a menos que busquemos la ofensa, no acusaríamos a nadie de "no tener cerebro". Nos encontramos al parecer ante una encrucijada lingüística y cultural, y peor aún, quizás presenciamos la orfandad del espíritu buscando refugio entre la pasión y la razón en pleno tercer milenio'.

A título de observación curiosa recuerdo el caso de D’Zhana Simmons, una adolescente registrada en los anales de los milagros médicos tras haber vivido cuatro meses sin corazón, conectada a una máquina. Víctima de una Cardiopatía Dilatada fulminante fue sometida a un trasplante cardíaco en Miami, dos días después su cuerpo rechazó el nuevo corazón razón por la cual le implantaron un "Dispositivo de Asistencia Ventricular", una máquina pulsátil que circuló su propia sangre mientras esperaba un segundo corazón ajeno. El nuevo trasplante se completó con éxito pero la joven debió esperar varias semanas conectada a la bomba artificial; el día que regresaba a casa un periodista de CNN le preguntó cómo se había sentido a lo largo de su estadía hospitalaria y haber sobrevivido gracias a un corazón artificial y tres humanos; cándidamente D’Zhana respondió que "…era como si yo hubiese sido una persona falsa, como si realmente no hubiese existido… pero ahora sé que realmente estuve ahí y que viví sin corazón."

Contrario al Doctor Silié, quien ha sostenido una posición estrictamente "anatomo-biológica" sobre el tema en debate basada en la supuesta "democracia hegemónica" del cerebro, yo planteo una consideración más cercana al ruedo del cuestionamiento filosófico. No persigo la explicación científica pura y simple, porque la ciencia no es ni pura ni simple, al igual que la misma existencia humana; más bien persigo asombrarme con la cortesía de la claridad de Ortega y Gasset a que ha aludido el señor Gimbernard. Como tal, recuerdo lo afirmado en el libro "Una historia del corazón" del escritor noruego Ole Martin: que éste tiene asiento en el cerebro porque es quien controla todo; que el cerebro es insensible, que es un hecho, no un síntoma ni un símbolo. Mas el corazón es las tres cosas. Al indicar que "el corazón es el mejor cerebro y el cerebro el mejor corazón", el autor admite que esa sublime relación corazón-cerebro, sensibilidad-saber es fundamento del gran misterio humano.

Mientras tanto, yo seguiré amando con el corazón y pensando con el cerebro.

¿O es acaso posible lo contrario?