- Un consejo oportuno que no fue seguido entonces
En estos días se habla de la situación crítica de Haití y la incipiente bonanza nacional, y se dice que deberían unirse las dos repúblicas. Por eso es importante saber cómo pensaba, nada más y nada menos, que un general de la República de Haití, el 27 de diciembre de 1821, en una carta del general Bonnet al Presidente Boyer, siendo entonces un país próspero, gracias al botín de guerra que obtuvieron los esclavos al liberarse: La Colonia más próspera de Francia.
En los Escritos diversos de Emiliano Tejera (Andrés Blanco Díaz, editor), bajo el sello del Archivo General de la Nación y Ban Reservas, impreso por Editora Búho, 2010, páginas 92 a 94, aparece este documento que copiaremos in extenso, dada la importancia histórica que tiene, precisamente en estos días.
Sobre todo por el consejo que le dio a su comandante en jefe, que aunque ha sido citado y descrito en los libros de historia dominicana, no es lo mismo leerlo en un periódico in extenso, por la coincidencia histórica de que ahora la economía de las dos partes es al revés. Y si se unieran las dos repúblicas, sucedería lo que señaló con gran visión del futuro el general Guy Joseph Bonnet (1773-1843), que en parte coincidencialmente le repitió en tierra dominicana José Núñez de Cáceres (1872-1846). Este texto, está en la biblioteca virtual del Ban Reservas, donde cualquier interesado puede bajar en pdf junto a los demás libros que al servicio público allí aparecen.
https://www.banreservas.com/sites/default/files/pdf/Biblioteca%20Virtual/Banreservas%20- 20Archivo%20General%20de%20la%20Naci%C3%B3n/Escritos%20diversos.pdf
2. Carta del general Guy Joseph Bonnet a Jean Pierre Boyer
He aquí la carta de Bonnet:
“27 de diciembre de 1821.
Ciudadano presidente:
Recibí, por el comandante Béchet, la carta de V. E. de fecha 23 del corriente, ella me confirma lo que había sabido verbalmente de los acontecimientos que han tenido lugar en la parte del Este de Haití; acontecimientos de tan alta importancia, que deben fijar seriamente la atención del gobierno de la República.
Llamado por las órdenes de V. E. a darle mi opinión acerca de las medidas que convendría tomar en las presentes circunstancias, voy a tratar de hacerlo con la franqueza que me es característica, el celo de que estoy animado, y toda mi adhesión al bien público.
Al reflexionar maduramente sobre las consecuencias que podrían resultar de los cambios políticos que acaban de operarse a orillas del Ozama, dos cuestiones se presentan naturalmente al espíritu. ¿Cuáles son las ventajas que ofrecería la reunión de esta parte a la República y cuáles serían sus inconvenientes? Voy a examinar por separado estas dos cuestiones, a resumirlas y a sacar en seguida mis conclusiones de la naturaleza misma de las cosas.
No se puede revocar a duda que el gobierno de Haití, poseedor de todo el territorio de la isla, retiraría grandes ventajas, no solamente en lo que concierne a la seguridad, si que también para su prosperidad futura. Tierras incultas en abundancia, regadas por un gran número de ríos considerables; montes inmensos cubiertos de maderas de construcción; una costa guarnecida de bahías magníficas; la de Samaná, notable por su extensión y por su situación al viento y en la desembocadura del golfo de México; el mar limitando nuestro territorio; una población de cien mil almas, de la cual las nueve décimas tienen nuestra epidermis, son otras tantas ventajas que merecen una seria consideración.
Pero si para obtener todas esas ventajas se necesita la fuerza de las armas, aunque la empresa sea fácil y el éxito seguro, pienso que el resultado será nocivo, y tal vez hasta funesto, a los verdaderos intereses y a la seguridad futura de la República de Haití.
Si se considera que la superficie de la Parte Española, aunque doble a la nuestra en extensión, no encierra sino, a lo más, la cuarta parte de nuestra población, se adquiriría el convencimiento de que la posesión de ese país sin la voluntad unánime de sus habitantes, lejos de acrecentar nuestro poder, lo debilitará necesariamente por los sacrificios de todo género que tendremos de hacer para mantenernos en él. El agotamiento del tesoro público, la detención de los progresos de la agricultura y el retardo de la propagación de las luces, serán los funestos resultados de semejante empresa.
¿No puede disimularse que la colonia de Santo Domingo, como todas las demás colonias, ha costado siempre a su metrópoli mucho más de lo que le ha producido?
Esta parte que no produce sino muy pocos géneros exportables, no puede alimentar sino un comercio muy mediocre. En consecuencia, siendo insuficiente para sus gastos el producto de las aduanas y demás rentas del país, pesarán completamente sobre la República, como pesaron siempre sobre España. Y como será necesario colocar en esa comarca un ejército bastante fuerte para hacer triunfar el partido que se va a sostener, habrá un aumento de gastos. Nuestras tropas, acantonadas en sus cuarteles respectivos, encuentran en una familia recursos que no encontrarán en un pueblo indolente y poco industrioso, que no cultiva sino lo que necesita sin ir más allá. Sería pues, necesario, acordar a ese ejército, para que pudiera subsistir, un tratamiento distinto, crearle almacenes y una caja militar.
Otra consideración que no debe escapársenos y que merece que se fije la atención en ella, es el mantenimiento del orden, sin lo cual no se obtienen resultados. ¿Están nuestros soldados tan disciplinados que puedan ocupar un territorio amigo sin cometer desórdenes? Yo no me atrevería a contestar afirmativamente esta pregunta. ¿Qué resultaría si esos hombres, arrastrados por la costumbre, que es una segunda naturaleza, se salen a los campos, burlando la vigilancia del jefe, a merodear los víveres y robarse los animales de los habitantes? No hay duda de que tendríamos muy pronto por enemigos a los mismos que habíamos ido a defender; y una vez rota la buena inteligencia, fácil es de calcular cuáles serían las consecuencias.
Se deben tener, con razón, las miras ambiciosas y estúpidas de los que tienen ahora el poder y las máximas peligrosas de los extranjeros que el nuevo orden de cosas pueda atraer a esa parte; pero este temor, por poderoso y fundado que sea, no puede balancear el que necesariamente debe inspirar el pacto de familia que une a todos los príncipes de la casa de Borbón. Cualesquiera que sean las medidas que adopten definitivamente los haitianos del Este, la vecindad de su gobierno naciente ofrecerá siempre menos peligro a nuestra seguridad que la del rey de España. Además, los habitantes del Este tienen más necesidad de nuestra ayuda que nosotros de la de ellos. Estará, pues, en su política, llevarse bien con nosotros, y en su prudencia no separarse de nuestra causa. Porque ¿quién puede garantizarles que España los dejará gozar en paz del nuevo orden de cosas que no se acaba de establecer, cuando vemos que el gobierno de ese país, a pesar del agotamiento de su tesoro y de estar amenazado por otras potencias a causa de sus instituciones políticas, lucha con tanta terquedad hace tanto tiempo contra los insurgentes de todas sus posesiones de América para reducirlas a la obediencia? ¿No es probable que hará todos sus esfuerzos por restablecer su autoridad en la más débil de esas posesiones? ¿Qué podría hacer entonces la República de Colombia a favor de Santo Domingo, cuando ella apenas se basta para su propia defensa? No lo dudemos, nuevas reflexiones traerán nuevas combinaciones y las cosas, tarde o temprano, llegarán el fin que prescribe nuestro interés común.
Habría sido de desear, sin duda, que el pueblo de esa parte hubiera tomado desde el principio la resolución de aliarse a nosotros, o que hubiera formado un gobierno enteramente independiente, con el cual hubiéramos podido hacer un tratado secreto de mutua defensa. Mas, si él no juzgó conveniente hacerlo, nosotros debemos tratar de traerlo ahí por negociaciones continuas, haciéndole presentir que no podríamos prestarle ayuda, en caso de necesidad, sino con esas condiciones. Si como lo observa V. E. muy juiciosamente, opinión de que yo participo, la masa del pueblo desea esa reunión, todos tenemos motivo para creer que ella se realizará; nada debe inducirnos a precipitar esa medida. Dejemos marchar los acontecimientos y preparémonos para aprovecharnos de ellos.
¿Por qué no habíamos de imitar la prudente circunspección de Inglaterra, la cual con una sola palabra, puede decidir la suerte de los insurgentes de América, y sin embargo guarda sobre el particular el más profundo silencio? Debemos hacer, sin duda, votos muy sinceros por la emancipación de todos los pueblos que como nosotros estén encorvados bajo el yugo del despotismo, y bajo el más humillante todavía de las preocupaciones de color; pero la razón, la prudencia, la sana política y tal vez hasta la necesidad, nos imponen no mezclarnos sino en nuestros asuntos. Cuando tengamos la fortuna de terminar nuestras diferencias con la Corte de Francia, y de ser colocados por un tratado en el rango de las naciones independientes, entonces será tiempo de ocuparse en lo que pueda convenir a nuestro engrandecimiento. Hasta entonces yo querría que nos limitáramos a cultivar la amistad de nuestros vecinos sin inmiscuirnos en sus asuntos, a menos que no fuéramos llamados, como lo he dicho antes, por su consentimiento unánime, expresado en un acto de su libre voluntad.
En la presente situación de la República, tenemos necesidad de la paz, de una larga paz, para cicatrizar las heridas de nuestro cuerpo social, consolidar nuestras instituciones, restaurar nuestra cultura, restablecer la disciplina de nuestros ejércitos, y favorecer, por todos los medios que estén a nuestro poder, el aumento de nuestra agotada población. Un territorio pequeño con una población numerosa será siempre más fácil de defender que un inmenso desierto. España misma nos suministra la prueba. Antes de la conquista de América ella era poderosa y formidable para sus vecinos, porque toda su población estaba concentrada en la península. Desde que tuvo la torpeza de desparramar esa población enviándola a reemplazar los habitantes de las comarcas que la feroz avidez de sus guerreros había despoblado, España ha caído en una decadencia que le atrae el desprecio de esos mismos vecinos; y probablemente no recuperará su antiguo rango entre las naciones, sino cuando el progreso de las nuevas instituciones haya hecho desaparecer los errores de las antiguas.
He aquí, ciudadano presidente, las reflexiones que me han sugerido mis débiles luces y mi poca experiencia sobre la importante cuestión que nos ocupa en este momento. Vos las pesaréis en vuestra sabiduría, y si vos y los hombres ilustrados que podéis llamar a meditarlas, las juzgan de otro modo, me someteré con gusto a esa decisión, y me encontraréis dispuesto a secundar las medidas que ordenéis, y a marchar hacia el fin que os propusiereis.
Para disponer las tropas como lo prescribe V. E., pasaré el primer día del año entrante una revista general de vestuarios, armamentos y equipos, y os enviaré un estado exacto”.
- Emiliano Tejera (1841-1923), relata la reacción de Boyer
“En contestación a esta larga y juiciosa carta, Boyer mandó al general la orden de reunir las divisiones del Norte en un cuerpo de ejército, tomar su mando, e invadir la parte del Nordeste, mientras que él se dirigía personalmente a Azua, a la cabeza de las tropas del Oeste y del Sud, la unión debía efectuarse en San Carlos, villa más alta que Santo Domingo.
En la campaña de 1805, bajo Dessalines, el general Bonnet, jefe de estado mayor de Petion, había recorrido la ruta que iba a seguir el presidente. Entrando esta vez por el Nordeste, le importaba recoger noticias que completaran su conocimiento de esa parte de la isla, y abrió su diario. Cada vez que hacía alto llamaba a los habitantes, les preguntaba sobre los pueblos y los principales establecimientos del lugar, su posición, su distancia, y la cifra de la población; se informaba de la naturaleza y de la conformación del suelo del país que iba a atravesar, del camino que iba a recorrer, comparando a cada paso los informes que había obtenido con los que recibía. Ese trabajo llevado con una atención minuciosa, le dejó la convicción de que la Parte Española toda entera no tenía de población arriba de sesenta mil almas”.
Nuestra posición actual
Nuestra posición siempre ha sido de tener buenas relaciones con Haití, para mantener la paz, como indicaba Bonnet, pero la unión de los pueblos en un solo país, como dijo él y como señaló Núñez de Cáceres al entregar la parte Este a Boyer, sería estancar el desarrollo nuestro, en un momento como este, en medio de una pandemia horrorosa, que con muchos sacrificios hemos obtenido vacunas para intentar frenar sus males, mientras la otra parte, no las han recibido aunque se las han prometido, mientras pasa una miseria increíble y un estado caótico con la muerte del presidente y cuando fue tan poderosa, que por muchos años Puerto Príncipe era la única ciudad verdadera de la Isla y viajábamos allá para tener lo necesario porque nuestros campos producían tan poco, que incluso antes de la dictadura de Trujillo los marcés haitianos estaban en el norte, centro y sur aportando lo que nos faltaba, al extremo de que Domingo Moreno Jimenes (1894-1986), decía en 1926: “Cámbiame este oro porcino y vil / por papeletas haitianas/ para no internarme por ninguna ruta lejos de Sabaneta”.
De los marcés, en la Era de Trujillo después de la masacre del 1937, fui testigo en Padre Las Casas en 1943 y 1944, cuando pasé las vacaciones de verano allá de que los comercios criollos no tenían casi nada y para abastecernos íbamos dos días a la semana al marcé donde estaban vendedoras haitianas, a comprar lo que nos faltaba, creo que martes y sábados.
Hoy todo es al revés. Ellos han destruido su bonanza y nosotros les suplimos. Así cambian los tiempos. Eso, sí, aunque la desgracia más grande era tenernos como vecinos más pobres, el nuevo marcé es desde tierra dominicana, por eso debemos abrir las puertas comerciales fronterizas para que vengan a abastecerse y no terminen pasando tanta necesidades, como teníamos nosotros hace cierto tiempo.
Yo no diría que lo que pensaba Bonnet se haya cumplido, porque ellos siguieron siendo pujantes, pero algo de verdad hay en las distintas invasiones contra nosotros, que tanto dinero fallido debieron costarles y que pueden verse como la base de su desgracia, aparte de la megalomanía de sus líderes, que en eso de la corrupción y de ostentar bonanzas en medio de la miseria nacional, no andábamos lejos de convertirnos en un país miserable con cientos o de miles millonarios depredadores de la cosa pública.
Humanamente se debe ser solidario con el vecino en lo que pudiéramos ayudarle para que recuperara su antigua bonanza y ayudarlos, pero tú allá y nosotros acá. Ningún país que esté en vías de desarrollo podría unirse, por las buenas, con otro que no solo estaría pasando por una situación desgraciada, sino que además, los dividieran, como pensaban Bonnet y Núñez de Cáceres, otras fronteras intangibles y eternas como son tradiciones, costumbres, idiomas y creencias.