Uno de los principales déficits en materia de institucionalidad que nos deja el PLD gobernante es la virtual nulidad de las principales funciones del Congreso, considerado dentro de la jerarquía constitucional dominicana como el primer poder del Estado.

El Congreso del PLD -o para ser más objetivo- el Congreso del presidente Medina, como él mismo reclamó en la campaña electoral  del 2016, se ha limitado a ser una  caja de resonancia del Poder Ejecutivo, y en el mejor de los casos, a producir   leyes generalmente  inoperantes o con una incidencia muy limitada  por la falta de voluntad   del Gobierno y del propio Poder Legislativo.

Así ha pasado con leyes fundamentales  como la Estrategia Nacional de Desarrollo, el Código de Ética del Servidor Público,  la Ley General de Deporte,  la Ley de regulación salarial,  la Ley General de Salud, la Ley de Protección a la Persona Envejeciente,  y la Ley que regula las relación de las personas con la administración pública, está última con un revolucionario  potencial de impacto en materia de derechos ciudadanos, que resulta  prácticamente desconocida para la mayor parte la población.

Mientras que otras leyes no menos importantes como  la Ley General de Medio Ambiente y Recursos Naturales, la Ley General de Electricidad, la Ley de Organización del Distrito Nacional y los Municipios, la Ley  General de Migración,  la Ley Orgánica de Educación, la Ley de   Seguridad Social,   y la  Ley 63-17 de Movilidad, Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial (Intrant), resultarían bochornosamente reprobadas si fueran sometidas a un auditoría de cumplimiento.

Por cierto y a propósito de pandemia y crisis sanitaria, el consultor internacional y  especialista en gestión hospitalaria, Daniel Guzmán, ha dicho recientemente que la República Dominicana tiene diseñado el mejor sistema de salud del mundo, pero  no funciona por tres razones fundamentales: por falta de voluntad política, por la falta de asignación de recursos a través del presupuesto, y  por la falta de capacidad de gestión.

¿Y el Congreso, en su rol de control y seguimiento, dónde está?

Una de las graves  fallas del saliente Congreso es el incumplimiento del artículo  109 de la Constitución, sobre la entrada en vigencia de las leyes, que establece que después de promulgadas, “las leyes se publicarán en la forma que la ley determine y se les dará la más amplia difusión posible”,  precisando que estas   “serán obligatorias una vez transcurridos los plazos para que se reputen conocidas en todo el territorio nacional”.

Pero ya sabemos que nuestro improductivo y costoso  Congreso Nacional, además de no darle seguimiento a las leyes promulgadas, tampoco ejerce  su misión de control, fiscalización y representación que le asigna la Constitución. Para muestra un botón.

El Malecón de Nagua, 12 años después

Este caso denuncia la pobre gestión institucional del Congreso, tomando en cuenta que la construcción del Malecón de Nagua  se  inició a mediados del 2008 y  en el 2020,   12 años después,  se encuentra  totalmente paralizado, según reportó en esta semana la periodista Anette Quiñonez.

Desde que se paralizó en el año 2012, el único intento de retomar la obra fue en el año 2017 a raíz del paso del huracán María, cuando  el presidente Danilo Medina  anunció el  traspaso de esa responsabilidad al entonces ministro  de Obras Públicas, Gonzalo Castillo, quien al ser abordado por periodistas y representativos de Nagua, luego de ser  proclamado candidato presidencial de su partido, declaró  que no estaba al tanto del tema.

El monto inicial del proyecto  fue de 492 millones de pesos, pero al contrato se le hicieron tres enmiendas, la primera de 757 millones 936 mil pesos, sobrepasando el 25% que permite la Ley 340-06 sobre Compras y Contrataciones; una segunda por 164 millones 26 mil pesos y una última por 235 millones 609 mil pesos que aumentaron el costo total a mil 650 millones  570 mil 870 pesos y 77 centavos.  (28 de febrero 2020)