Hereje e irreverente serían los calificativos menos urticantes para quienes osen desafiar en este momento la marejada de espectacularidad mediática provocada por la muerte a tiro de un coronel de la Policía que el 23 de abril intentaba apaciguar desórdenes en el perímetro de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y, como consecuencia, la disolución del Frente Estudiantil de Liberación Amín Abel, con expulsión de su dirigencia incluida.
Lo único que ahora arranca estruendosos aplausos es integrarse al armonioso coro de satanización de lo público y endiosamiento de lo privado aunque sea mafioso, corrupto y viva del lavado.
Nada mejor entonces para un hambriento de elogios coyunturales que repetir a toda garganta el discurso de la impertinencia de la academia estatal porque, desde esa perspectiva tubular y rastrera, todo su estudiantado es bruto, vago, pachanguero y desaprovecha la oportunidad dorada que le brinda la sociedad; todo su personal administrativo es pura rémora corrupta, y todos sus docentes, modelos de ineptitud, aunque considerados excelentes cuando sirven a las privadas.
Pero corro el riesgo. No.
No creo que el anuncio de disolución del Felabel haya sido oportuno ni saludable para la existencia de la UASD, aunque tal decisión satisfaga el morbo y los intereses de algunos sectores, morigere la rabia y la impotencia de mucha gente sensata y anule su paquete de votos en las elecciones para elegir autoridades en febrero.
No lo creo porque las mentes calenturientas y sin aprecio por la vida que medran allí (no solo en ese grupo como se deja entrever), no dejarán de existir por “decreto” ni por falta de locales. Conscientes como están de su visión, pasarán a la clandestinidad, y será peor. Sobrada experiencia tienen.
La solución del problema debe de pasar entonces por un paciente acto de sinceridad donde cada quien reconozca sus culpas y exhiba una voluntad firme por extirparlo de raíz a partir de una conjunción de sinergias en aras de una academia de calidad, fuerte y tranquila siempre. La coyuntura no aconseja poda porque –como nos enseñaron nuestros ancestros– tales cortes en tiempo de luna nueva dañan los árboles. Las actuales autoridades agotan sus últimos meses de gestión y ya la campaña a destiempo se siente cada minuto.
Si Felabel y otros grupos han “cogido un cocote” de tal magnitud que los distancia de la institucionalidad –como sostienen las autoridades–, es porque alguien los ha apadrinado y, para su conveniencia política y económica, los ha colocado encima del bien y el mal.
Si segmentos estudiantiles organizados en algunos frentes constituyen gobierno aparte, boicotean proyectos costosos, rompen equipos, alejan donaciones, blanden armas en el campus y las facultades, le tiran a la policía, chantajean, irrespetan, escalan zonas prohibidas, asedian, amenazan, agreden y montan campañas de descrédito hasta en contra de sus madres, es porque les favorece a alguna autoridad o aspirante a serlo, y media la promesa de repartición de las migajas del pastel.
En la UASD, el sistema electoral reproduce los vicios del sistema electoral nacional. Todo, allí, sí se negocia por encima de la calidad. Los aliados son santos traídos del cielo; demonios, si abandonan y marchan a la acera del frente, y por eso les cobran caro. Todo se compra y se vende; hasta las lealtades. Todo se vale. Las ofertas de permisividad son tan comunes como los chantajes, los sobornos y los ofrecimientos de cargos que luego incumplen. Una vez en el poder, parte de los ganadores se vuelven arrogantes, retaliadores y abusadores. Es en ese vaivén de simulaciones donde se crean los monstruos y la falta de institucionalidad.
Se trata de un problema creado. Y hacia sus constructores hay que dirigir primero la mirada escrutadora, sin prejuicio ni emociones desmedidas, si quieren solución real y no confundirse en la burbuja de los efectos que tanto daño ha hecho.