Las siete de la noche es mi hora tope de estar levantada. A partir de esa hora es mi tiempo de descanso, nadie llama a mi casa porque saben mis costumbres o manías. Ya a las cuatro de la mañana estoy en pie, comienzo a leer todos los periódicos locales y los del mundo que me interesan, hago los crucigramas y veo las noticias.

Aprovecho y entro a revisar el Facebook de mi hijo, que generosamente me lo ha dejado fijo en mi laptop, de manera que pueda ver qué pasa en su mundo musical y en el mundo en general, porque según dice mi muy querida amiga doña Yuni, todo lo que sucede en las familias, al instante lo publican y es del dominio público. Ya no hay secretos.

Viendo esa red, hace ya algún tiempo, una persona llamada Fausto Grullón y perdonen mi ignorancia, no lo conocía y busqué su biografía, me di cuenta de que es alguien muy importante, un gran actor y dramaturgo con estudios en la Unión Soviética y todo lo que se llame Europa del Este. Pues bien, este señor escribía “El Conde no tiene madre” y aunque hace tiempo tenía intención de escribir sobre la vieja calle, otros temas más actualizados hacían que lo pospusiera, pero creo que el Señor Grullón me ha dado la oportunidad de escribir sobre esto.

La calle El Conde tuvo su gran brillantez cuando no era peatonal, todos creímos que al hacer el cambio iba a perder su encanto. Esto no sucedió, pues se convirtió en paseo obligado para los capitaleños. Era muy común la frase “vamos a condear”. Pasearse por allí era algo imperdible. Todavía las pizzas no habían atacado el ambiente, ni las hamburguesas y los hot dogs nos habían invadido. Lo que más llamaba la atención eran los helados. Degustar un helado Capri de los alrededores o los famosos helados Imperiales de la calle Hostos era el gran atractivo de grandes y chicos.

La calle 19 de Marzo con Conde era un punto atractivo, pues ahí se congregaban Freddy, Cuquín, Milton y Boruga, antes de comenzar su programa en Radio Cristal, en la 19 de Marzo con Mercedes, “El Show de Noticias”  para mí, un toque de queda porque nunca me lo perdía.

Estaba la famosa “Cafetera”, punto de reunión de los principales pensadores, pintores famosos, escritores, periodistas del Listín Diario. Allí tenían su peña. Hoy creo que el único que se recuerda que existe y que va por El Conde, como un fantasma perdido con el tiempo, como si éste no hubiera pasado, es el maestro José Cestero, que nos hace recordar que El Conde y la Cafetera, un día fueron.

Las tiendas tenían todo el glamour de las grandes urbes, claro a pequeña escala y de acuerdo al tamaño de nuestro país. Podíamos entrar a la tienda La Puerta del Sol, con su fuente de agua interior y sus alfombras, con sus vendedoras que parecían modelos. Flomar,  con las mejores marcas de ropa interior y trajes de baño exclusivos. Torrey  y Casa López de Haro, con la ropa de hombre a la última moda. La Ópera, una para hombres y otra para mujeres, en ésta y al fondo había una cafetería que servían los más ricos pasteles en hoja. El Palacio,  Ciro. R. Esteva, Ferretería Morey, Ferretería Read, Ferretería Victoria, La Curacao, Bargain Town, con sus columnas forradas en pequeños espejos, las zapaterías Rothen, Casa Plavime, Los Arcos, Los Muchachos, que creo es la única que ha sobrevivido con los años.

En mueblería teníamos a “muebles Capitol” atendido por su dueña, la inolvidable y querida María Elena Abud de Cochón. La Farmacia Lora. Los cines Santomé y Rialto y al final del Conde, hacia la derecha el cine Capitolio.

Estaban las famosas joyerías Prota, Capriles y Di Carlo, éstas han sido sustituidas hoy por chinas y peruanas que venden baratijas.

Las librerías y papelerías eran Pol Hermanos, San Gabriel, Padilla y la Amengual que tenía los libros y revistas regados en el suelo.

En ropa interior también de marcas reconocidas y atuendo para ballet  teníamos La Casa de la Suerte. En mercería, Niza, de las hermanas Siragusa. Para bebés, Bebelandia, que hoy parece que lucha por su vida. Cománder especializada en chacabanas. Musicalia, para comprar discos. Había una tienda entre Cománder y la Librería San Gabriel, que no recuerdo su nombre, ahí siempre iba a comprar medias de nylon con costuras atrás, era una tienda oscura y larga. ¿Alguien recuerda su nombre?

Pero habían tres cosas emblemáticas, la juguetería La Margarita, con su famoso “Santicló” en la Navidad, con su “ay Flinflín, no me hagas cosquillas en los pies, -esto con una gran pluma-, ho ho ho”, creo que no hay adulto que lo añore y jóvenes que crecieron viéndolo con sus padres. Este era un paseo obligado en cada Navidad. Si algún descendiente de los dueños lo tiene tirado en el patio, o en un rincón más arriba del moño, regálemelo, véndamelo, que yo me comprometo a ponerlo en mi sala cada diciembre. Aunque no se pueda caminar por ella.

Otros dos sitios fueron los restaurantes o cafés el Roxi, en la esquina Santomé y el Panamericano en la esquina Sánchez, siempre llenos de gente tomando cerveza y fumando.

Yo recuerdo una anécdota de una tarde en que iba acompañada por mi madre, caminando por el Conde y un joven muy bien vestido, parecía que salía del trabajo se vio de pronto asaltado por dos amigos, agarrándolo por los brazos y arrastrándolo a uno de esos bares, él se resistía, pero los otros dos fueron más fuertes y lo entraron. Le dije a mi mamá, ese sí se embromó cuando llegue a su casa, porque no es verdad que su mujer le va a creer que entró ahí presionado y en contra de su voluntad, el olor a alcohol y a cigarrillos lo iban a delatar y sabe Dios a qué hora lo soltaron esos dos.

Hay algo que también extraño, el joven vendiendo muñequitos que bailaban sin batería, pero que no se fijaban que siempre había un periódico tapando el hilo que lo hacía mover. También las dos indigentes una inválida joven que le servía de ojos a la otra mayor, que era ciega y que los jóvenes que salían del liceo le voceaban “¡Balaguer es un ladrón!” a lo que  ésta contestaba “Tu maldita madre”.

Hoy da pena caminar por El Conde, primero por el temor a que lo asalten. No hay nada qué ver, solo sitios de comida rápida o típica con unas jóvenes llamando a que entren, como se hacía en la Duarte para captar clientes. Muchas peluquerías comandadas por haitianas ofreciendo uñas y cabellos postizos, además de masajes. Tiendas peruanas ofreciendo chucherías y tatuajes. Rincones que sustituyen las letrinas, incluyendo los del Palacio Consistorial. Adoquines que no soportan más sucio. Venezolanas vendiendo arepas en unas latas. Muchachas jóvenes en bancos esperando a algún turista que las invite, ellas morenas, ellos blancos y viejos.  Muchas artesanías que no parecen dominicanas.

El Conde ya no es el Conde, solo es un Macondo de los tiempos idos.