Mientras el sesquicentenario del fusilamiento de Manuel Rodríguez Objio transcurrió sin pena ni gloria, se está conmemorando como una gran efeméride el bicentenario de la seudo independencia de José Núñez de Cáceres en 1821. Intentona oligárquica, que pretendía frustrar la revuelta de los pueblos fronterizos por la libertad de los esclavos en esta antigua colonia de Santo Domingo.
Era un secreto a voces, que inmediatamente se reunificaran los dos Estados haitianos (el ubicado en el Norte de los negros y en el Sur de los mulatos) ocuparían militarmente la parte española, donde los pobladores de color reclamaban la eliminación de las trabas raciales. Las autoridades hispanas estaban conscientes que la mayoría de negros y mulatos no querían seguir bajo su dominio, por la esclavitud de los negros y el discrimen hacia los mulatos y negros libres. El gobernador Sebastián Kindélan, el 10 de junio denunciaba la ubicación de propagandas conspirativas:
“El Gobierno ha llegado a entender con sumo dolor, que no faltan espíritus inquietos y revoltosos que, dando a la libertad civil y a la igualdad una interpretación errónea, propagan entre los incautos ideas peligrosas, […]
Sebastián Kindélan advertía que la creciente agitación se vinculaba a la división racial de la colonia:
“Sabéis muy bien, que nuestra población se compone de gentes de varios colores y condiciones: hay blancos, hay pardos, hay morenos y estas dos últimas clases hay libres y esclavos. Los genios perturbadores, aprovechándose de esta variedad, han comenzado a sembrar la cizaña a la sombra de los derechos de libertad, igualdad e independencia, que la Constitución asegura a todos los ciudadanos españoles, y por error, o malicia persuaden a los menos instruidos que ya se acabó la diferencia entre blancos, pardos y morenos, entre libres y esclavos”.
Agregaba se trataba de una propaganda absurda y arriesgada, dejaba claramente establecido que estaban al acecho de una probable revuelta, esto acontecía año y medio antes de la “independencia” de Núñez de Cáceres. Los “genios perturbadores” que aludía el gobernador no eran Núñez de Cáceres y su grupo oligárquico, sino quienes pretendían acabar con las diferencias entre blancos, pardos y morenos, y entre libres y esclavos, y el grupo de referencia no se caracterizaba por auspiciar esos reclamos.
Se recuerda los únicos que gozaban de todas las prerrogativas ciudadanas eran los blancos. Mientras mulatos y negros libres tenían derechos muy limitados, si querían adquirir la ciudadanía debían realizar tediosas diligencia que se retrasaban por muchos años, tal era el caso del coronel Pablo Alí, jefe del más importante estamento militar, el batallón de pardos y morenos libres. El gobernador actuaba con torpeza ante la delicada situación, conocía era muy difícil el envío de tropas desde España, al aclarar el status social de todos en la colonia, establecía:
“Los hombres libres y los libertos, sean pardos, sean morenos, son Españoles, pero no Ciudadanos, mientras no obtengan de las Cortes la carta de tal, por las causas y en los términos que expresa el artículo 22, y los esclavos ni son españoles ni ciudadanos”.
Sin dudas eran imprudentes estas informaciones, reforzaban la propaganda que pretendía combatir el propio gobernador. Con solemne prepotencia prevenía a los conspiradores que seguirían el patrón represivo de 1812 cuando fueron ejecutados muchos negros y mulatos involucrados en una conspiración contra España en las comunidades de Mendoza y Mojarra. Precisamente José Núñez de Cáceres era el gobernador provisional en ese periodo, sentenciaba Kindélan: “Acordaos del pronto, y ejemplar castigo que se ejecutó en todos ellos, condenados a perder la vida en un patíbulo para escarmiento de otros facciosos”. Solo le falto agregar que Núñez de Cáceres ordenó esa sangrienta represión. Kindélan de inmediato informaba a los “facciosos”:
[…] el que propagare especies, o doctrinas contrarias a la verdadera inteligencia de estos principios, entienda desde ahora que será perseguido y castigado ejecutivamente como sedicioso y perturbador de la quietud pública”.
“Mucho siente el Gobierno usar de este lenguaje, pero sus obligaciones y el deseo de evitaros las funestas resultas que puede acarrear una torcida inteligencia de los derechos de libertad e igualdad, lo han puesto en la necesidad inevitable de daros esta última lección”.
Estas amonestaciones no eran dirigidas al régimen haitiano, sino a la población local de mulatos y negros, que se movilizaba tras bastidores en procura de la eliminación de las diferencias sociales y raciales. En torno a esas advertencias a los conspiradores, recordaba como Núñez de Cáceres actuó enérgicamente contra ellos cuando era gobernador interino. Se debe agregar que esa represión se ejecutó en momentos que los fondos de la colonia estaban exhaustos, había que ser muy fiel a España para adoptar una actitud tan implacable. Núñez de Cáceres en 1813 explicaba las precariedades cuando ocupó el cargo de gobernador interino:
“Todos saben en Santo Domingo, que a mi ingreso en el mando interino político y de Intendencia, no había en cajas un medio real: que el soldado estaba materialmente descalzo y no vestido, sino cubierto de trapos, pues los más hacían la centinela enseñando la espalda en carnes vivas; que solo recibía una ración de carne, de tan mala calidad y […]
¿Acaso no era ese el momento oportuno para separarse de España? En esos instantes tan propicios para una rebelión independentista, Núñez de Cáceres decidió reprimir de modo cruel a los rebeldes de Mendoza y Mojarra. Sus frustrados propósitos para la época, descansaban en la esperanza que desde Madrid lo confirmaran como gobernador.
En 1820 pese a las amenazas del gobernador Kindélan, los rumores de conspiración en el interior de la colonia persistieron. El 15 de julio se emitió un «Bando de buen Gobierno» que en su artículo 37, sentenciaba:
“Las gentes de campo solo pueden cargar su machete o sable viniendo precisamente de camino o retirándose de la ciudad para el campo, pero de ningún modo andar con estas armas ni palos durante su estada en la ciudad, debiendo dejarlas en la casa de su hospedaje; en el concepto de que sí fueren aprehendidos con ellas fuera de las circunstancias dichas, serán juzgado conforme a la Real pragmática”.
Sin muchos rodeos el gobernador sospechaba de los campesinos, no quería que deambularan en la ciudad con sus armas blancas de uso rutinario. En octubre de 1820 se produjo la reunificación de Haití, a partir de diciembre de 1820 el Gobierno haitiano de modo público se adhirió a la campaña que procuraba la igualdad racial en la colonia española de Santo Domingo, cuando envió a la frontera al teniente Dezir Dalmassi a predicar que todos serían ciudadanos bajo el régimen haitiano. Esta actitud alarmó a Sebastián Kindélan, quien comunicó de manera urgente esas informaciones a sus jefes en Madrid, a finales de enero de 1821 llegaba la respuesta oficial confirmando la amenaza y recomendando:
[…] por lo tanto es de necesidad que V. S. sin pérdida de momento disponga cuanto crea necesario para asegurarse de cualquiera agresión o tentativa que pueda comprometer la seguridad de esos leales habitantes; a cuyo fin quiere S.M. se ponga V. S. de acuerdo con el Jefe político de La Habana y capitán general de Cuba (a quienes se les hacen las correspondientes prevenciones) a fin de que le suministren los auxilios que estuvieren a sus alcances”.
Desde Madrid se aceptaba era inminente un ataque haitiano, para nada le prometían apoyo militar, sino que delegaban en la colonia de Cuba toda ayuda. Bien conocían en la metrópoli que Cuba era el epicentro del envío de tropas y material bélico a las fuerzas españolas, que trataban de contener la lucha independentista de las grandes colonias de tierra firme y no se podía disponer del envío de refuerzos militares a la pequeña colonia de Santo Domingo, la suerte estaba echada. El Gobierno español se desentendía de cualquier posible ataque de los haitianos, o de un movimiento interno anticolonial. La Diputación provincial, que era un órgano oligárquico local, en el mes de marzo de ese difícil 1821 solicitaba de modo encarecido ayuda militar a Madrid, ante el inminente peligro:
[…] no perdiendo de vista la necesidad de poner un cuerpo de tropas que cuando no sea su número igual al que conserva la colonia limítrofe, a los menos aquella que nos haga respetar nuestras fronteras, y guarniciones de los puntos más importantes de la isla que hasta ahora se conservan con la vigilancia de Milicias del País, (la mayor parte sin paga) y con la fina política que con aquellos vecinos han adoptado los sujetos encargados del mando y muy señaladamente el actual Cap. Gral. D. Sebastián Kindélan que en estos últimos días ha manejado algunas ocurrencias con tanto tino que se ha hecho muy recomendable la benevolencia de V. M.”
Claramente expresaban se necesitaban tropas leales bien armadas, no confiaban en las milicias locales de la zona fronteriza, indicando la mayor parte no recibían paga. En realidad eran antiguos esclavos liberados para ser soldados, esto se consideraba un premio. Precisamente, siete meses después fueron esas milicias fronterizas ubicadas como sospechosas en su lealtad, las que iniciaron el levantamiento antiesclavista, bajo las órdenes de los comandantes Andrés Amarante y Diego Polanco.
Como preconizaban los señores de la Diputación provincial, el 8 de noviembre de 1821 las milicias locales en la frontera Norte iniciaron un movimiento insurreccional, arriaron las banderas españolas y subieron las haitianas. Boyer apoyó el levantamiento, con astucia prometió otorgarles los derechos que reclamaba la población negra y mulata de igualdad racial para todos. El propio José Núñez de Cáceres en tres documentos confirmó la existencia de esta actividad insurgente. Veamos lo consignado en su manifiesto del 1 de diciembre, anunciando la “revolución” contra España, refiriéndose a las sublevaciones de la frontera, apuntó:
“Ya sabéis que reventó en Beler, en Montecristi, Puerto Plata y Santiago, aunque el antiguo gobierno disimulase o se desentendiese de unos sucesos que no podía evitar. Los valientes hijos de Petión la protegen y acaloran […].
Dejaba bien claro que el movimiento de la frontera empezó primero y el Gobierno español no podría contenerlo, por lo que ellos se inventaron su movimiento para bloquear que los insurrectos llegarán a la ciudad de Santo Domingo y les quitarán sus esclavos. No es fortuito que en vez de Boyer mencionan a Petión, el gran amigo de Bolívar, el objetivo era vincular su proyecto a la Colombia (sin previo conocimiento de este Gobierno). Se perseguía los haitianos como aliados de la Colombia no entraran con los rebeldes criollos a la ciudad de Santo Domingo y ellos perdieran sus esclavos. En la Colombia lamentable se toleraba la esclavitud.
Núñez de Cáceres jamás pensó ese momento histórico de notable adversidad, en el futuro le sería falsamente reconocido. Menos después de la formal ocupación haitiana del 9 de febrero de 1822, cuando se le enrostraba responsabilidad por la ocupación, en abril desde en el periódico madrileño El Imparcial, se defendía alegando:
“No se me ocultan los cargos y recriminaciones que los mal contentos preparan, y aun han comenzado ya a vomitar contra mi conducta, por los hechos y consecuencias de nuestro cambio político ejecutado el primero de diciembre último, con el buen orden que todos han experimentado. Yo respondo que los movimientos de la independencia empezaron el 8 de noviembre en Dajabón, en Beler y Montecristi, y que la capital no hizo otra cosa que salirles al encuentro, con las puras y leales intenciones de conjurar la nueva furiosa tempestad que reventó en aquellos lugares, y que en breve se hubiera propagado hasta llegar a nosotros, tal vez mucho más cargada de funestos materiales recogidos en su tránsito […].
La “furiosa tempestad” que se temía llegará a la Capital, era la posible venganza de los ultrajados esclavos contra sus antiguos amos, situación que no se presentó por la entrega pacífica de la ciudad de Santo Domingo. Lo más importante de aquella jornada fue la libertad de los esclavos y la desaparición de las discriminaciones contra mulatos y negros libres. Lamentablemente este triunfo liderado por los pobladores de la región fronteriza Norte, fue aprovechado y maculado por el presidente haitiano Boyer y su camarilla, que sin ningún disimulo empezaron a tratar a los dominicanos de todas las clases sociales como un pueblo conquistado. En definitiva la espuria independencia de Núñez de Cáceres fue un efímero conato oligárquico que coadyuvó a retrasar por 22 años la fundación de la República Dominicana.