Decía Don Alejandro De La Sota: “…No hay arquitecturas (o arquitectura), lo que hay son problemas, y al resolver un problema, según las condiciones y los datos que tenemos, sale una arquitectura…”

Esta, más que provocadora sentencia, nos coloca a los que pretendemos dedicarnos al oficio, en el vórtice, en el centro de la cuestión, como los entes sociales que damos respuestas o soluciones a esos problemas. La solución a un problema de diseño,  nos permite a los arquitectos tener una suerte de leitmotiv o motivo central que nos ayuda a componer los espacios.

Si es preciso cubrirnos del sol en una cara oeste, esto nos condicionará los huecos hacia esa fachada; si lo que hace falta es permitir la entrada de luz difusa desde la fachada norte, esto nos llevará a abrirnos hacia un horizonte tropical caribeño sin temor a perder el confort interior del espacio si el edificio estuviera emplazado en Estocolmo.

El ejercicio de la profesión nos coloca en ese vórtice referido o ese vértice deseado, que muchas veces pueden confluir en un mismo escenario situacional. Ya sea que nos toque ser solo proyectistas (para un cliente/promotor, que nos planteará sus objetivos de proyecto),  o ya sea que nos toque ser nosotros mismos los que proyectamos y promovemos nuestros propios proyectos;  la optimización del espacio y los recursos serán  el fin último… ¿Serán el fin último?

¿Qué nos guía a la hora de hacer arquitectura? …¿Trascender cómo nos dijera una vez nuestro querido amigo y colega J. F. Valenzuela?… ¿Dar solución a un problema como nos plantea el Maestro De La Sota?…Creemos que la respuesta sincera, por lo menos la de los que nos planteamos la vida desde la óptica de la arquitectura, está en convertir estas preguntas en sus propias respuestas, en modo imperativo, y hacer arquitectura.

El tema se amplía, claro que se amplía, y al conseguir esta última respuesta nos surge la pregunta definitiva: ¿Qué es hacer arquitectura?  Dar la respuesta teórica y adecuada a esta pregunta, definitiva – por escrito, por aquí, en las líneas que nos quedan para el artículo de hoy- no nos resultaría tan difícil como dar la respuesta práctica;  esa que hay que dar en nuestro ejercicio y con el compromiso social inherente al quehacer arquitectónico.

En principio, aun sea a modo de declaración de intenciones, Vitruvio nos la pone “fácil”, relativamente. Nos invita, o más bien nos compele moralmente a manejar aspectos técnicos,  a manejar las humanidades, y  también a ser versados en ciencias. Extrapolar las palabras de Vitruvio a nuestros días y hacer la abstracción de su concepto del saber de nuestro tiempo no es difícil; solo hace falta tomar sus Diez Libros y,  como decimos, extrapolar. Tambien nos compete ser éticos en el ejercicio; éticos con el cliente, éticos con el medioambiente (incluida la ciudad a la que servimos) y éticos con nosotros mismos.

Pero el día a día nos lleva a disyuntivas cotidianas que nos intentan alejar de estos cantares poéticos, que ese arquitecto como ente que adquiere, ex officio, un compromiso social, debe mantener.

Ahí entra la norma, la regla; la normativa urbanística, medioambiental – o de la índole que se tercie – que nos permite justificar, nunca mejor dicho, nuestras adecuadas soluciones al problema.

Al final de las líneas de hoy, nos llegan más interrogantes, casi a modo retórico, y que dejamos sobre la mesa para próximos encuentros… ¿La normativa debe adaptarse a la sociedad a la que sirve o la sociedad debe adaptarse sin más a una normativa ajena y redactada lejos de los que hacen la arquitectura y/o de los que la utilizan?….El tema es largo… ¿Seguimos con él?