En la madrugada de mi tercer decenio de vida, allá por los aciagos 70, bajo el influjo de una conversación sobre el papel de los norteamericanos en Vietnam, un amigo me decía que lo que más se parece a un republicado es un demócrata. Más de tres décadas después, sin desdecir la percepción de mi amigo, estuve entre esas legiones de cientos, y tal vez hasta miles, de millones que creímos que catapultado en el "sí se puede", el señor Obama podría, no necesariamente haber hecho la revolución en los Estados Unidos ni en el mundo, pero sí haber exhibido una conducta más decente que su predecesor frente a los países del Tercer Mundo.
En nombre del sagrado compromiso con la democracia mundial, en un mensaje de fecha 26 de febrero, el señor Obama afirmaba que "el gobierno de Kadafi ha violado derechos humanos y está cometiendo actos brutales y debe irse ya", y minutos después la señora Clinton rasgaba vestiduras y agregaba que "estamos rápidamente tomando decisiones para responsabilizar al gobierno de Libia por su violaciones a los derechos humanos y estamos movilizando una fuerte respuesta de la comunidad internacional a través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas".
A pesar de que la vida todo tiene límites, incluyendo el cinismo, al mismo tiempo que se producían esas condenas a las masacres cometidas por el gobierno libio contra su pueblo, las corporaciones informativas que comparten preocupaciones con Washington daban cuenta de las victorias obtenidas por las tropas rebeldes y hasta muestran imágenes de combatientes vestidos con relucientes uniformes militares y armados hasta los dientes. Entonces hay que concluir que, a diferencia de Bahrein, Yemen, Jordania, Túnez y Egipto, donde la población está movilizándose en forma pacífica permanente, esta vez se está frente a una guerra con toda la crueldad que implica para ambos bandos. En un ejercicio de sano juicio, sería ilógico pensar que un gobierno, del tipo que sea, frente a un levantamiento armado que tenga como objetivo su derrocamiento se cruzará de brazos hasta ser sacado del poder. ¿Se iría el señor Obama si en una región de norteamérica se produjera un levantamiento armado y "la única forma que le quedara para permanecer en el poder fuese la violencia masiva contra su gente"? ¿Dijo el señor Obama que alguien debía irse ya cuando, dos años atrás, el ejército judío masacraba a los palestinos acorralados en Gaza?
Ante esa preocupación por defender a los pueblos de sus verdugos ¿Sugirió Estados Unidos al presidente de México que debía irse ya cuando, a inicios del año 1994, tropas del ejército masacraban a poblaciones enteras en el estado de Chiapas? ¿Quién dijo el gobierno norteamericano que debía irse ya, cuando finalizada la guerra del golfo, el recién restituido gobierno de Kwait y grupos paramilitares silenciosamente masacraban a la población de origen palestino por su apoyo a Saddan Hussein? ¿Dijo el gobierno norteamericano quién debía irse ya por el aumento de un 700% en la tasa de morbilidad por cáncer entre 1991 y 1994 por el regalito de 40 toneladas de uranio empobrecido con que el ejército norteamericano bombardeó a Irak?
Del mismo modo ¿Puso Estados Unidos y Europa algún interés cuando, entre 1997 y 1998, el autodenominado Frente Patriótico Ruandés asesinaba cientos de miles de seres humanos, la mayoría mujeres y niños? ¿Dónde estaban los Estados Unidos y Europa cuando el Congo, de acuerdo al informe del International Rescue Committee hasta el 2007 se habían muerto unos 5.4 millones de personas a causa del conflicto que ha sufrido?
Las vidas de congoleses y ruandeses no eran importantes, pero sí causan preocupación las "masacres" de Darfur y Libia. La diferencia radica en que, mientras en los dos primeros países no existen recursos que muevan algún tipo de interés para los Estados Unidos y Europa, en el sur de Sudán se concentra el 80% de los recursos petroleros de ese país y Libia posee importantes reservas de ese recurso energético. La creación de un Sudán del Sur agradecido de Occidente, y en particular de los Estados Unidos, y la posibilidad de un gobierno dócil en Libia garantizarían acceso ilimitado al petróleo existente en subsuelo de esos dos países.
La forma en que reacciona el mandatario de Norteamérica hace recordar una frase externada por un cura puertorriqueño en una entrevista que diera a en un programa de radio en Santo Domingo en los días de estreno del actual gobierno estadounidense, "Obama es como una galletita". Pero debemos ser comprensivos, pues más allá del color y el partido de pertenencia, el presidente de los Estados Unidos debe ser un caballero de probada y manifiesta lealtad a lo que se entiende es la defensa del interés norteamericano, independientemente de quien sea el legítimo dueño.