Hace unos días, y como consecuencia de las malas posturas que uno va adquiriendo al trabajar tantas horas con las benditas computadoras, de ver la televisión echado, o mejor dicho tirado en el sofá, y por dormir entre cómodas y altas almohadas, por todo ello, junto a la edad que ya no va perdonando, sufrí una serie de mareos en los que el techo daba más vueltas que un cobrador de impagos a fin de mes. El caso es que doctor al que acudí vio que varias vértebras que se desplazaban y separaban, y antes de incurrir en males mayores, entre otras cosas, me recomendó usar por cierto tiempo un collarín ortopédico para mejorar, y claro está, seguí la prescripción al pie de la letra.
Al principio me sentía bien incómodo, con una especie de tubo bastante molesto que no me dejaba girar la cabeza como era de costumbre, que rozaba constantemente la piel y, además, era una estufa que produce un agobiante calor en la garganta. De alguna manera, era como si me hubiera transformado en una jirafa bajita, y me pareció también que me convertía en uno de esos habitantes de las tribus africanas que se ponen un sinfín de collares para alargar su cuello y lucir más elegantes, pues tales son sus cánones de belleza.
Pero como a todo se acostumbra uno, inclusive a los políticos y a los impuestos, que ya es mucho decir, a los pocos días ya no me molestaba apenas y después de un par de semanas me he dado cuenta de que sus ventajas son tantas, que pienso dejármelo puesto de por vida. Además de las indudables mejoras terapéuticas, pues desaparecieron los mareos y desequilibrios, el collarín me ha descubierto una serie de beneficios sociales impresionantes. En primer lugar, está la mejora de la comunicación entre las personas, pues gente que antes ni te saludaba o te iban orillando por la vejez, ahora se interesan por tu salud y te preguntan con cierta curiosidad morbosa qué pasó, si fue un accidente, una caída o una enfermedad, y escuchan atentamente las explicaciones que uno les ofrece, y la conversación suele continuar porque a un primo del interlocutor, de Moca, una vez le pusieron otro collarín por esto y por aquello… y además tiene que operarse de una hernia discal que no le deja vivir, y así se hacen y renuevan amistades a través de la mutua comprensión los temas de de males y padecimientos.
En segundo lugar, le dan preferencia en muchos sitios, sin ir más lejos la semana pasada me puse en una fila en el banco, y la cajera, en cuanto me vio con el collarín, me hizo pasar de inmediato al mostrador y me atendió con una amabilidad encantadora. Tal como se tardan las operaciones de depósitos y cobros y pagos de cheques en un fin de mes, esto fue, sin duda, fue una bicoca de servicios. Más ventajas, Hace muy poco, fui a un centro comercial, como era fin de semana, los parqueos estaban imposibles, así que urdí una pequeña treta que, espero, los lectores me perdonarán si la comparan con cualquier “ no ha lugar”. Me estacioné en uno reservado a los minusválidos (qué estos me perdonen también) bajé renqueando un poco para exagerar un poco mi dolencia, y ningún vigilante del parking dijo nada, y por si fuera poco, que me saludaron muy atentamente. Pero aún quedan más beneficios. En una tienda, una persona se ofreció e insistió de manera espontánea a llevarme los paquetes con las compras hasta el automóvil para que el peso no me forzará el cuello, y aunque la carga no era excesiva, accedí con gusto para no desbaratarle la intención de su buen obra de cada día. Y si en la oficina se me cae al suelo un bolígrafo, una hoja, o un clip, mis compañeros de labores que antes apenas me hacían caso, ahora se lanzan raudos a ver quién puede recoger el objeto y dármelo primero. Como verán, el collarín ortopédico, es un instrumento de precio muy accesible, cuyos beneficios superan con creces sus ligeros inconvenientes. Por mi parte, no pienso quitármelo nunca. ¡Jamás de los jamases!