La novela de Dan Brown es un texto articulado y consolidado por eventos abiertos y cerrados en su organización secuencial, Sin embargo, es importante destacar que en la suma de acontecimientos que se activan en dicha novela, a partir del asesinato de Jacques Saunière por Silas, un miembro del Opus Dei que se cree un cumplidor obsesivo de la obra de Dios y que practica la autoflagelación o mortificación corporal utilizando cilicio, todas las estrategias de lectura invitan al lector a reconocer las líneas internas de las acciones narradas por personajes de primer orden y de segundo orden.. Existe también una línea cardinal que lleva al intérprete a constituir una base de apoyo en el protagonista  Robert Langdon, uno de los personajes de El Código Da Vinci que también aparece como protagonista principal en la novela Ángeles y Demonios, desempeñando la misma función como especialista en Simbología, Religiones e Historia del Arte.

No vamos ahora a apreciar la acreditación y especialidad de Langdon desde el punto de vista académico, pues aunque Brown se inventa dicha especialidad en el marco de la Universidad de Harvard, lo cierto es que dicho personaje ficticio produce en el contexto novelesco un marco argumental que tiende a la verosimilitud del foco de base, y sobre todo, al manejo de líneas cardinales que instruyen al lector desde la estructura de superficie y profundidad de la novela.

Sin entrar en las elucubraciones propiciadas por cierto periodismo español y norteamericano que quiere vender “secretos” y “verdades” bajo la autoridad  de la novela, creemos que los ejes de visibilidad mostrados desde una interpretación del texto y las imágenes, van constituyendo una especial focalización de los significados en tiempo, espacio y niveles de relación. Es notorio que a todo lo largo de la novela, personajes como Silas, Robert Langdon, Jacques Saunière, Fache Bezu, Sophie Neveu, Leigh Teabing, junto a personajes históricos y mitológicos como Mitra, Newton, Osiris, Alexander Pope, María Magdalena, Sor Saudrine y Manuel Aringarosa, entre otros, solicitan por parte del lector una explicación, una ubicación tempo-espacial y una redefinición actancial.

¿Qué nos insinúa Dan Brown a propósito de la noción de Código? Para el escritor un código es sencillamente una clave secreta que necesita y merece ser descifrada. Sin embargo, en el caso de Leonardo da Vinci, el código se reconoce entre el secretismo y su poca posibilidad de desciframiento. Lo que Leonardo codifica está ligado a su inserción y pertinencia a la secta y a lo que prohíbe la iglesia, so pena de ser sancionado por la autoridad eclesiástica. Leonardo, que en vida tuvo altercados por razones de informalidad en la entrega de sus obras y proyectos (véase, Martin Lunn: El Código Da Vinci descodificado, Eds. Planeta Internacional, Barcelona, 2005), fue un hombre que también mantuvo diferencias en cuanto al problema de Dios, la ciencia y el arte. Dan Brown no particulariza las líneas de narración que evidencian mediante especiales elementos, nudos simbólicos, detalles iconográficos e intersticios ligados a la sustancia narrativa misma.

En efecto, si analizamos en base a oposiciones de sentido y forma  las capacidades efectuales de la novela, observamos que entre la acción, el personaje, el uso temporal y la forma espacial se va desarrollando el sentido como razón y expresión, pero además, como plexo que respalda la narratividad en tanto que confluencia sintáctica y semántica. Desde el marco de introducción de la novela observamos una puesta en foco de la temática a través del asesinato del conservador del Louvre y secreto Gran Maestro del Priorato de Sión. Es precisamente el asesinato lo que hace que Robert Langdon se involucre  en una pesquisa junto con la nieta de Saunière,  la criptóloga e investigadora Sophie Neveu. Según muchos autores (véase la recopilación de Dan Burstein: Los secretos del Código, Ed. Planeta, Ed. Emecé (Grupo Planeta, Buenos Aires, 2004), el nombre de Jacques Saunière parte del conocido misterio del Priorato de Sión y que se explica también por el nombre de Bérenger-Saunière, sacerdote joven que ejerció en la iglesia de Santa María Magdalena en un pueblo francés llamado Rennes-le- Château a mediados de junio de 1885.  Todos los datos sobre este particular se pueden leer en un texto que sería la base textual y narrativa de El código Da Vinci, titulado El enigma sagrado, escrito por Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln (Ver, también, de estos autores, El legado mesiánico, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1987, y, El retorno de la magia, escrito por Michael Baigent y Richard Leigh y publicado en Plaza-Janés en 1999).

Es importante tomar en cuenta las fuentes primarias y secundarias que el escritor de esta obra utiliza para la elaboración textual. Brown sitúa de manera inteligente los escenarios y secuencias de la novela, de suerte que a lo largo de las cinco páginas la forma secuencial se reconoce en el orden de los tópicos, los comentarios y fases representativas.

 Los ejes de continuidad de la novela son diversos y descansan en un orden accional que analizaremos en otra ocasión, a partir de fraseos elípticos y fraseos analíticos, en un esquema de pautas narrativas que alcanzan los casi 390 ejemplos en El Código Da Vinci. El fenómeno editorial que ha hecho de esta novela un bestseller no ha producido en sus rangos de lectura una comprensión que supere aun el nivel primario de impresión y goce propio de un intérprete motivado por la crítica propiciada por Brown. En este sentido, El Código Da Vinci ha sido más objeto de periodismo literario sabatino o dominical, que de la crítica, el estudio y el tratamiento especializado. Volveremos, pues, sobre este y otros aspectos que el lectorado de estudiantes y especialistas debe tomar en cuenta para la comprensión de esta novela.