El movimiento en favor de las personas LGBT se ha hecho fuerte, está en plena ofensiva y su estrategia es, digamos, efectiva. En nuestro país ha capturado y convencido a buena parte de la opinión más respetada. Conocidos influenciadores—que nunca habían tocado ese tema en su vida—hoy se definen como defensores de los derechos de personas LGBT.

Mientras tanto, en aduanas se acumulan los furgones de clósets, sumamente bien diseñados, con retrete, conexiones para cargar teléfono celular, ipad, cama, televisor y una mini cocina. Transportables y fácilmente instalables en nuestro lugar de trabajo, o de recreación social; fácilmente acomodables en una fila en el banco o en una reunión festiva o política. Es el lugar destinado—ahora—para todos aquellos que, por formación de hogar, ideas religiosas o tradiciones, no compartan el credo de igualdad que manda a que esa comunidad LGBT tenga exactamente todos los derechos de las personas heterosexuales.

Sobre esta situación hay que entender dos cosas, primero es algo indetenible y lo es porque la igualdad de las personas LGBT simplemente es una progresión del derecho a la igualdad de todas las personas—sin importar credo religioso, ideas políticas, sexo, raza o condición social etc, consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Alguien dirá “Pero la Declaración no habla de personas LGBT”; ahí es que entra, en consecuencia, el denominado Principio de Progresividad de los Derechos Humanos, que consigna que estos son de interpretación progresiva, o sea que son susceptibles de ampliar su espectro y generar otras libertades o ampliar las ya existentes. Es por esto que, algunos países han decretado esa igualdad, no por vía legislativa, sino por interpretación jurisprudencial de sus tribunales de justicia.

Lo segundo que hay que entender es que la igualdad de las personas LGBT es comparable—de hecho—a la igualdad racial profesada por los defensores de los derechos civiles de la comunidad afroamericana en los años sesenta en Estados Unidos. Se trata pues, de algo contra lo cual no se puede hablar.

"Es algo indetenible, y lo es porque la igualdad de las personas LGBT simplemente es una progresión del derecho a la igualdad de todas las personas—sin importar credo religioso, ideas políticas, sexo, raza o condición social etc, consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Alguien dirá “Pero la Declaración no habla de personas LGBT”; ahí es que entra, en consecuencia, el denominado Principio de Progresividad de los Derechos Humanos…o sea que son susceptibles de ampliar su espectro y generar otras libertades o ampliar las ya existentes"

Hoy día no hay forma de quedar bien parado en el mundo si usted humilla a una persona por su raza, origen étnico o color de piel; es simplemente inaceptable. La lucha LGBT es de hecho y derecho equiparable a la reivindicación por la igualdad racial.

Quedan pues consideraciones de “sentido común”, tradiciones sociales y culturales y creencias religiosas que proscriben y condenan la homosexualidad, el lesbianismo, y hoy en día a los transgéneros; para esas consideraciones y para sus valedores, si aún desean ascender social, políticamente o de cualquier otra forma, están los clósets portátiles de que hablamos—que ya están llegando al país.

Otrora artilugio inseparable de las personas LGBT, ahora renovados para un nuevo tipo de inquilino, a saber, el conservador, religioso, tradicionalista que no acepta, de forma total o parcial, la existencia de niveles de igualdad de personas LGBT con personas heterosexuales.

Esos clósets son cómodos, actualmente escribo desde uno de ellos.